N1movimiento

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Periférico y fotos de Satélite, Cd. de México. Foto: LIFE.

dad de aquel tiempo no era ni mejor ni peor que ésta, replica mi padre. Tuvieron su tiempo y su manera de resolver sus dudas, sus triunfos, fracasos, limitaciones y oportunidades, sus dolores y sus alegrías... Y luego cambia de tema. Quizás tenga razón, quizás no haya que pensar más: tal vez se trata solo de sumergirse con fuerza y de bucear en el tumulto. Y, aun más importante, tal vez sea cuestión de saber dejarse llevar, de camuflarse y moverse como se mueven las ondas generacionales, de ir siguiendo lentamente lo que ahora se ve tan convulso. Lo cierto es que, para mis adentros, me alegro del desplazamiento cauto de mi padre: aún con todo lo que ha tenido que vivir, nunca le he oído quejarse, ni comete el error de decir: “Antes el mundo era mejor”. Porque antes el mundo no era mejor, a todos les tocan tiempos malos para vivir, ya advertía Borges. Sólo que a mi padre, como a muchos otros hombres de su edad, le han tocado dobles tiempos malos, dos estados del mundo, dos caras de una cinta de Moebius desdoblada en una sola existencia que a veces, confiesa mi padre, le parece demasiado brusca. Así que paro de preguntarle. Unos minutos después colgamos, y volvemos a nuestras respectivas ocupaciones. Pero el sabor agridulce persiste en mi recuerdo. Y pronto me llega el miedo, y la esperanza: solo espero que mi padre siga firme e incólume en este suelo pantanoso que es el mundo ahora. Solo espero, con todas mis fuerzas, que no se hunda bajo este siniestro temblor de nuestros pies. Que ninguno de los dos —ni él ni yo— nos acobardemos ante esto pavoroso que ahora se nos echa encima.

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