Visiones de la Antigüedad: boletín 008 -marzo 2011-

Page 85

Visiones de la Antigüedad ción en la isla de una santa vez. Con un fuerte apoyo de la opinión pública y una campaña de prensa que se hacía eco de los atropellos de Weyler (los reales y los inventados), los intereses económicos prevalecieron; los norteamericanos no podían permitirse más destrucciones en la isla, la paralización del comercio del azúcar y las pérdidas que conllevaba la incertidumbre en Wall Street, en vista de que España era inoperante para resolver el temita ella sola. A pesar de lo que diga la historiografía tradicional, en España nadie se hacía ilusiones sobre el desenlace. Sólo había dos finales posibles para impedir la entrada a saco de los USA en el conflicto y perder la isla; o se ganaba YA a guantazos (Cánovas), o se concedía YA la autonomía (Sagasta). Cánovas le puso la decisión a la regente María Cristina encima de la mesa y ésta optó por la primera opción. Pero en verano de 1897 el líder conservador se tomó unas vacaciones en el balneario de Santa Águeda. Eternas, puesto que fue asesinado por un anarquista italiano, aunque de nuevo se sospecha de intereses cubanos. A Sagasta le tocó lidiar el marrón de la previsible crisis final y consumación del archifamoso Desastre.

tipo hoy muy popular en Cuba, un general pequeñajo y bigotón con muy malas pulgas; Valeriano Weyler. Este pedazo de animal reagrupó a las tropas españolas y tuvo la feliz idea de dividir la isla abriendo trochas transversales de norte a sur y dotándolas de redes de torretas y blocaos que impedían el tránsito de la población. Los cubanos debían “reconcentrarse” en las áreas designadas a tal efecto. Sí, como suena, el visionario de Valeriano tiene el dudoso honor de inaugurar la infausta moda de los campos de concentración que tanto éxito tendrá en el futuro siglo XX. Pero aun así, la guerra continuaba. Obviamente la opinión pública internacional, y sobre todo EEUU no se quedó quieta mirando. En el contexto de un agresivo imperialismo por parte de todas las potencias, con España sin un triste aliado debido a su “autismo” en política exterior y con el comercio del azúcar colgando de un hilo, el gobierno del presidente McKinley pasó de presionar terriblemente a España para que acabara con la guerra y restableciera el orden (otorgando a los cubanos la autonomía) a decidir la interven-

La concesión de autonomía llegaba, otra vez, muy tarde. Las presiones de EEUU eran demasiado fuertes ya, con la vista puesta en una ocupación; en Febrero de 1898 el Maine cumplía su “misión” estallando en el puerto de La Habana y ya había casus belli en marcha. En contra de lo que se suele leer, todos los partidos políticos españoles eran perfectamente conscientes de que era imposible resistir a los norteamericanos y estaban deseando una rápida derrota lo más indolora posible. Tenían muchísimo miedo de que entregar la isla sin lucha desairase a los militares, así que perderla manu militari ante una superpotencia era una salida honrosa que no pondría al régimen de la Restauración en riesgo de caída. Pero había que guardar bien las apariencias; era una cuestión de prestigio, y ya saben que en estas tonterías se pone hasta el último hombre y la última peseta. Los empresarios que tan furiosamente habían defendido no conceder ni el más pequeño cambio se dedicaron a colocar sus bienes lo mejor posible ante el previsible cambio político. La prensa y la Iglesia desataron una furibunda campaña patriotera tras la declaración de guerra de Abril del 98, pero la respuesta popular - 85 -


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.