Travel Magazine 11

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Detrás de la choza había una atalaya de caña de unos tres metros de altura, arriba de la cual Eddy había colocado un bidón de cien litros para recoger el agua de lluvia. De la base del bidón sobresalía un caño con una regadera que se accionaba con un grifo. Se trataba ni más ni menos que de una precaria ducha a la vista de cualquier paseante, pero eso a Willy le tenía sin cuidado, y era maravilloso poder sacarse la sal y la arena del cuerpo después de una jornada en el mar. Las puestas del sol se habían convertido en un espectáculo que no se perdía por nada del mundo. Y mientras observaba la mutación de los colores disolviéndose velozmente en el horizonte marino, sentía por primera vez en mucho tiempo ansias de tener un lienzo, óleos y pinceles para ponerse a pintar. Cenaba en el bar de Eddy, que por las noches solía estar mas animado que a la hora del almuerzo. El radiograbador no cesaba de reproducir cintas de Bob Marley o Peter Tosh, entre muchos otros cantantes de reggae desconocidos para él. Y Eunice no cesaba de freír pescado y plátanos, y coger cervezas del refrigerador. A excepción de Willy, los demás parroquianos eran

rastas de origen jamaicano, y la mayor parte de ellos hablaban inglés. Sus antepasados habían sido traídos al continente para trabajar en la construcción del canal de Panamá. Pero una vez terminado el canal ya no tenían mucho que hacer ahí. Una buena cantidad de ellos fue llevada a Costa Rica por una empresa exportadora de frutas, como mano de obra barata para el montaje del ferrocarril bananero. Y cuando éste hubo terminado, tampoco tenían mucho que hacer en ese país, de modo que parte de ellos se desplazaron al Caribe nicaragüense, y luego a Honduras y Guatemala, y así fue más o menos como toda la costa caribeña de Centroamérica se pobló de negros. Después de cenar, la cerveza era sustituida por una botella de guaro, y las cintas de Bob Marley por el propio Eddy, que sacaba su guitarra del estuche y comenzaba a cantar viejos reggae que los demás parroquianos acompañaban batiendo palmas y marcando el ritmo con sus pies. Invariablemente circulaban gruesos porros liados por diestras manos afroamericanas con papel de maíz, y en medio del encantador espectáculo, Willy se preguntaba cómo diablos había demorado tantos años en encontrar ese lugar.

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