De la horca

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Bernard Cornwell

El ladrón de la horca

—Casi no la conocí —reconoció con incomodidad—, pero, ¿qué me podía gustar de ella? Una mujer de nulas creencias, pocos modales y apenas educación. —¿Su padre se preocupaba... se preocupa —rectificó Sandman— por cosas como la religión, los modales o la educación? Lord Christopher frunció el ceño como si no entendiese la pregunta, y después asintió. —Lo ha descrito con exactitud —respondió—. A mi padre no le importa para nada ni Dios, ni las letras, ni la cortesía. Me odia, Sandman, y ¿sabe por qué? Porque la propiedad está vinculada a mí. Su propio padre hizo eso, ¡su propio padre! —lord Christopher repicó en la mesa para recalcar sus palabras. Sandman no dijo nada, pero entendió que una propiedad vinculada significaba un gran insulto para el actual conde de Avebury, ya que revelaba que su padre, el abuelo de lord Christopher, había desconfiado tanto de su propio hijo que se aseguró de que no pudiera heredar la fortuna de la familia, que estaba en manos de fiduciarios, y, aunque el actual conde podía vivir de las rentas de la propiedad, el capital, la tierra y las inversiones serían mantenidas en fideicomiso hasta su muerte, momento en el cual pasarían a lord Christopher. —Me odia —continuó lord Christopher—, y no sólo por eso, sino porque le he expresado el deseo de ordenarme sacerdote. —¿El deseo? —preguntó Sandman. —No es un paso que deba tomarse a la ligera —respondió lord Christopher, severamente. —Por supuesto que no —confirmó Sandman. —Y mi padre sabe que cuando muera y la fortuna de la familia pase a mis manos, será utilizada al servicio de Dios. Eso le fastidia. Sandman pensó que la conversación se había alejado bastante de la afirmación de lord Christopher de que su padre había cometido el asesinato. —Debo entender —comentó con cuidado— que es una fortuna considerable. —Muy considerable —respondió lord Christopher, sin alterarse. Sandman se echó hacia atrás. Las carcajadas se extendían por el bar, que en esos momentos estaba abarrotado, aunque la gente instintivamente evitaba el reservado en el cual Sandman y lord Christopher hablaban con tanta seriedad. Lord Alexander miraba a Sally con devoción perruna, totalmente ajeno a los otros hombres que intentaban atraer la atención de la muchacha. Sandman volvió la vista al diminuto lord Christopher.

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