El hombre equivocado

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John Katzenbach

El hombre equivocado

cosa de la que no estaba segura al cien por ciento, parecía tener una peligrosa habilidad para la sutileza. Parecía saber cómo hacer daño a alguien sin recurrir a un golpe o un disparo, sino empleando algo más elusivo, y esto la asustaba de verdad. Que ese hombre supiera cómo convertir sus vidas en un caos era un peligro real. Con todo, se recordó, O'Connell no era rival para ellos. O más exactamente, pensó, no era rival para ella. No estaba tan segura de Scott. Años de trabajar en la parte amable de la sociedad, en una pequeña y selecta facultad liberal habían borrado aquel nervio vibrante que tanto la atraía cuando se casaron. Entonces, él era un veterano de guerra en una época en que era impopular serlo, y había abordado su formación y las clases con una determinación admirable. Después de doctorarse, y de casarse, tener a Ashley y de que ella decidiera estudiar derecho, fue consciente de que Scott se estaba ablandando. Como si la inminente llegada de la madurez afectara algo más que su cintura: también su actitud. —Muy bien, señor O'Connell —dijo—. Te has liado con la familia equivocada. Prepárate para recibir un par de sorpresitas. Se sentó en su sillón y cogió el teléfono. Encontró el número que buscaba en la agenda de mesa, y lo marcó rápidamente. Hizo acopio de paciencia cuando una secretaria la hizo esperar. Por fin oyó la voz al otro extremo de la línea. —Murphy al habla. ¿Qué puedo hacer por usted, abogada? —Hola, Matthew —dijo Sally—. Tengo un problema. —Bueno, señora Freeman-Richards, ése es el único motivo en el mundo por el que la gente llama a este teléfono. ¿Por qué si no hablar con un investigador privado? ¿De qué se trata en esta ocasión? ¿Un caso de divorcio en esa bonita ciudad suya? ¿Algo que se ha vuelto más desagradable de lo previsto, quizás? Sally pudo imaginar a Matthew Murphy ante su mesa. Su oficina estaba situada en un edificio corriente y ligeramente deteriorado en Springfield, a un par de manzanas del tribunal federal, cerca de una zona bastante venida a menos. A Murphy, suponía, le gustaba el anonimato que proporcionaba aquel lugar. Nada que llamara la atención. —No, no es un divorcio, Matthew... Ella podía haber recurrido a unos investigadores bastante más caros. Pero Murphy tenía una gran experiencia y trabajaba con máxima seriedad. Además, contratar a alguien de fuera de la ciudad era menos probable que provocara rumores en el tribunal del condado. —Vaya, abogada. ¿Quizás algo más, digamos, espinoso? —¿Cómo están sus conexiones en la zona de Boston? —preguntó Sally. —Todavía tengo algunos amigos allí. —¿Qué clase de amigos? Él rió antes de responder. —Bueno, amigos en las dos aceras de la calle, abogada. Algunos tipos desagradables que buscan siempre anotarse un tanto fácil, y algunos tipos que 155


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