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BOE, cine y franquismo

Eduardo Torres-Dulce Lifante

de El Verdugo, rigiendo los destinos del Ministerio de Información y Turismo, o los albores de la transición burla burlando el fin de la censura al filo de la breve ascensión y decapitación de Pío Cabanillas. Pero a la vez la ágil pluma de Cancio nos permite que su cultura cinematográfica como quien no quiere la cosa nos dibuje sutil pero agudamente una cierta historia del cine español con episodios tan ejemplares como las dos versiones de Raza, guión de Jaime de Andrade, ergo Franco, la primera aureolada por los tiempos del brazo en alto y las amistades nazis y la segunda al albor del comienzo de los 50 con los yanquis aterrizando en Torrejón y Rota, debidamente pulida de tales incómodos aderezos, o las películas fantasmas como Rojo y negro (1942), dirigida por Carlos Arévalo, el responsable de Harka, glosa de los militares africanistas cuna y nata de los sublevados del 18 de julio, y que vio cómo tras estrenarse en el madrileño cine Capitol desaparecía a las tres semanas para perderse en un deliberado olvido y que nadie pudiera meditar sobre los amores y la ideas de una falangista y un idealista comunista, en clara muestra de cómo las cenizas del hedillismo o sencillamente de la fagocitada Falange no provocarían rescoldo alguno. O El cru-

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cero Baleares (1941) que resultó hundido dos veces, durante la guerra por los republicanos y en formato de película por los jerifaltes de la Armada... franquista. Cine y política o cine y empresa como el caso Cifesa, un estudio a lo Hollywood concebido con protección de muy arriba por los valencianos hermanos Casanova, la antorcha de los éxitos del cine vibrante, patriótico histórico y eficaz de Juan de Orduña, Locura de Amor, Alba de América... que acabó en ruina y quiebra. Cancio desvela con un bisturí los negocios de siempre del cine español, cine o sardina, o cine y subvenciona como puedas, pero en versión cutre y no del gran Cabrera Infante, o lo que es lo mismo, cómo conseguir que a tu película le den la calificación de Interés especial y a la vez, ejem, licencias de doblaje de modo que puedas estrenar en español lo mejor de Hollywood; el idioma vendido en almoneda escandalosa. Y resultó que el Interés especial se lo dieron a Surcos, un duro melodrama del falangista Nieves Conde sobre la emigración del campo a la ciudad y no se lo dieron a Alba de América, puro Cifesa e Imperio y se armó el belén y se llevó por delante a García Escudero, la gran esperanza blanca de la apertura de los 50, aunque luego volvería con Fraga y su nueva


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