LO BASQUET 2

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LO BASQUET

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DEPARTAMENT DE CASTELLÀ

La niñez Ya se acerca la fecha del año más esperada por todos, la Navidad, y yo hace días que he empezado a pensar en los regalos que tengo que comprar, especialmente para los niños. Esta mañana, antes de ir a trabajar, me he pasado por el centro comercial para dar un vistazo a los escaparates. Mientras caminaba inmersa en la gran cantidad de productos expuestos detrás de los vidrios, topé con una tienda de juguetes. Era enorme, con un gran letrero de colores y con cientos de juguetes en su interior esperando que alguien entrase y los llevase con algún niño al que poder hacer feliz. Una fuerza extraña me ha impulsado a entrar y a pasearme por esos inmensos pasillos. El recinto estaba dividido en varias secciones: juguetes de acción, peluches, bicicletas, muñecas… Muñecas. Al llegar a esa sección vi mi juguete preferido y el más significativo en mi vida: Cristina. Ése era el nombre con el que había bautizado a mi muñequilla. No he podido evitar cogerla y abrazarla fuertemente, presionándola contra mi pecho. Y, de pronto, he vuelto a mi infancia, a mis días felices en que la inocencia y la felicidad lo invadían todo. He recordado aquellos días en el prado con mi amiga Marta y mi muñeca. Corríamos, bailábamos, reíamos... Durante varios años vivimos dentro de una burbuja hecha por los mayores, donde solo cabía la felicidad. Estábamos tan a gusto que no pensábamos en el futuro, no pensábamos en que, algún día, la burbuja se rompería y descubriríamos el mundo real.

Las cosas eran perfectas hasta que llegaron las motos, los chicos, las drogas… Todo empezó como un juego, pero terminó siendo una tragedia que acabó con mi niñez, mis ilusiones y mis ganas de vivir.

mmmmmmmmmmmmmmmmmmm mmmmA Marta le compraron la moto y eso cambió nuestras vidas. Era nuestras alas para volar lejos de nuestra jaula. Pero las cosas se complicaron: llegaron unos chicos nuevos al pueblo y, con ellos, las drogas, el tabaco y el alcohol. Al principio, sólo era un juego de niños, pura curiosidad, pero pronto se convirtió en una obsesión. Me aparté de ella y me refugié en mi muñeca. Ella era la única en la que podía confiar y a la que podía contarle lo que nadie sabía. Ella fue la mayor testigo de que estaba creciendo. Yo tenía la esperanza de que algún día todo volvería a la normalidad y Marta volvería a ser la misma. Pero sólo eran ilusiones de niña. Una tarde fui al descampado donde solía ir toda la pandilla de Marta. Quería hablar con ella y decirle lo que pensaba. Cuando llegué allí, me aterroricé. Estaba lleno de chicos que actuaban como dementes y, en medio de esa locura, estaba ella, actuando como ellos, como si estuviera loca. Fui directa hacia ella, la cogí del brazo y empecé a gritarle. Me apartó con rabia y me contestó que yo no era su madre, que solo era una cría que tenía miedo de descubrir cosas nuevas y de crecer. Subió a la moto, la encendió con los ojos llenos de lágrimas y de ira, y salió velozmente hacia la carretera; pero no se dio cuenta de que un camión iba en su dirección.


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