Expedición Transantártica 2005-2006 con Ramón Larramendi · Parte1

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El despegue del velero polar

La primera idea que le viene a la cabeza es la de montar una especie de buggy con esquíes; es decir, un trineo individual tripulado por una sola persona que, además, se encargaría de manejar la cometa. Las personas ajenas al mundo polar con las que hablo se inclinan por utilizar ese artefacto; sin embargo, mi intuición no lo ve muy claro, entre otras cosas porque, si se usase un trineo individual, nos estaríamos perdiendo las inmensas posibilidades que proporciona un trineo-barco. En este último pueden viajar varias personas, así como dormir o, al menos, descansar, que es una de sus principales ventajas. Esto permite ampliar el número de horas al día de navegación y, por tanto, el rendimiento final. En la construcción de tal barco hay que apostar por un cuerpo ancho, que sea lo bastante plano y fácil de unir y desunir y, sobre todo, que se muestre extraordinariamente resistente. La línea más lógica a seguir es la de un artilugio con dos cuerpos articulados en fibra de vidrio, carbono o kevlar, a modo de catamarán. Javier de la Puente, constructor de kayaks y un magnífico artesano dispuesto a probar y experimentar cosas nuevas, se va a convertir en una de las piezas fundamentales del proyecto. Desde su marca Fun Run y en su fábrica de Aranda de Duero (Burgos), construirá todos los prototipos del catamarán soñado por Larramendi desde el año 2000 hasta el 2006, aportando, además, numerosas ideas y sugerencias de vital importancia. Al principio, tanto el propio Javier de la Puente como Sebastián Álvaro, se inclinan por el concepto de casco de barco. Sin embargo, el autor de la idea no acaba de verlo claro. Su maestría en el manejo de tiros de perros, forjada durante la Expedición Circumpolar, que le llevó a atravesar 14.000km desde Groenlandia hasta Alaska en los mencionados trineos de tracción animal, así como todas sus experiencias de construcción y roturas de trineos, le llevan a mostrarse un poco escéptico. La experiencia le dice, además, que uno de los factores del éxito, reside en la capacidad del trineo para ser reparado con medios mínimos durante la expedición. El material sofisticado queda muy bien en las tiendas y las exposiciones, pero lo real ha de ser de una simpleza increíble que pueda ser reparada casi hasta el infinito. Aun no sabía hasta qué punto esa intuición iba a ser cierta. El concepto de trineo esquimal, compuesto de dos raíles y unos travesaños atados con cuerdas y que le ha servido en numerosas ocasiones para viajar por toda suerte de terrenos, le resulta mucho más atractivo, más real. Son ya demasiadas las expediciones que conoce que han fracasado por la rotura de trineos ultramodernos y ultraligeros, supuestamente indestructibles. Lo cierto es que al final tales trineos se acaban rompiendo, y una vez rotos no hay ninguna solución y la expedición fracasa. Por el contrario, son numerosas las historias que han llegado a los oídos de Larramendi sobre expediciones y viajes realizados con trineos esquimales en las que éstos se rompían y eran reparados a veces con medios inverosímiles. También hará pruebas con una vela convencional con mástil, aunque antes de probarlo ya tenga claro que no va a funcionar. El trineo necesitaría una gran vela para conseguir vencer la fricción con la nieve. El verdadero problema radica en

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