Mensajero N. 89

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PROVINCIA ECLESIASTICA DE TLALNEPANTLA

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Año 4, Num. 89 Domingo 30 de Octubre de 2011

Teotihuacán www.diocesisdeteotihuacan.org.mx

Deberes básicos que corresponden a los pastores, a los padres de familia y a los informadores

Poema para estos días en que celebramos el 2 de Noviembre De: MONJE

CITAS A ESCONDIDAS

Cuando al final... Solo ha quedado el silencio... De palabras cansadas, De intenciones frustradas, El amargo sabor a hiel que produce el hablarle al dolor. Y al final... El pudor de intentar quererte sin poder hablarte, Y amarte sin poder tenerte Soy mi propio juez y verdugo Y ciego como la justicia me condeno a amarte... A robarte el corazón y embriagarme con tu ausencia.

A

fin de lograr que los medios informativos cumplan con la misión que les señala la providencia en este nuevo areópago que se abre al Evangelio. A los sacerdotes: 1. Deber de informarse. Todo sacerdote y agente de la pastoral, debe buscar estar informado con veracidad del acontecer nacional e internacional. La nota de catolicidad que adorna a nuestra iglesia y a nuestro ministerio, nos lo exige. Se requiere una selección y acercamiento a medios informativos serios, que no son siempre de sencilla lectura ni de fácil adquisición. Solo así podremos estar al corriente de la” opinión pública”, tan cambiante y tan opuesta hoy al sentir eclesiástico. Estar informado es ya un acto de caridad pastoral. 2. Deber de informar. La misión evangelizadora comporta el deber de informar al pueblo sobre el designio salvador de Dios, y sobre los obstáculos que le salen al paso. El profetismo está unido substancialmente al deber de no callar ni ocultar la voluntad del Señor, manifestada en su Palabra y en los acontecimientos de nuestra historia. La parroquia debe ser un centro de información y de comunicación. Debe Existir una “opinión pública parroquial”, cuyo primer impulsor será el sacerdote. 3. Deber de formar. La iglesia se llama a sí misma “Madre y Maestra” de gentes y de pueblos; y la parroquia fue siempre un centro de formación, no sólo espiritual sino también en el campo de la cultura y de las artes. La legítima autonomía de estas nos exime, sino que nos apremia, a estar presentes en esos campos también. La fácil acusación de que “el pueblo no lee”, lleva consigo, al menos en parte, una confesión de culpa. 4. Deber de formar. Toda educación implica necesariamente una reforma del pensamiento y de las conductas desviadas. A la ignorancia generalizada, hay que añadir la deformación que ha sufrido el pueblo católico a causa del indoctrinamiento antirreligioso por parte del discurso y de la historia

oficiales, por lo menos en lo que va de este siglo, necesitamos una” purificación de la memoria” histórica. 5. Deber de transformar. Es evidente que, una formación que se ajusta a la verdad del hombre y a los altos valores cristianos que la sustentan; que se apoya en el testimonio del evangelizador y en la fuerza dinamizadora del Espíritu, genera necesariamente cambios a favor del individuo y de la comunidad. Deberíamos tener más confianza en la fuerza transformadora de la Palabra de Dios, en el dinamismo del Espíritu y en nuestra propia misión. A los padres y madres de familia: 1. Deber asumir su grave responsabilidad como formadores de la conciencia moral de sus hijos. Junto con la formación intelectual y el desarrollo físico, les esta encomendada la formación de una conciencia recta en sus hijos, acorde con los valores y virtudes humanas y cristianas, poniéndose, ellos mismos, a la mitad del camino entre la emisión del mensaje y la recepción en la casa. 2. Ser conscientes de que, o educan ellos o educan otros, sean los amigos o sean los medios informativos. Su tarea educativa es inaplazable e insustituible. Por eso, deben proporcionar a sus hijos otros medios de entretenimiento: el gusto por la lectura, el amor a la naturaleza y a los pasatiempos familiares. 3. Buscar el momento adecuado para dialogar y reflexionar con sus hijos respecto al contenido de sus lecturas, de lo que escuchan o de lo que ven en la televisión y en el internet. Deben reflexionar con ellos los contenidos de lo que ven, oyen o leen. 4. Informarse no sólo del contenido de las lecturas o de los programas, sino ser capaces de calibrar el grado de impacto que producen en la conciencia y conducta de sus hijos, que suele ser más fuerte de lo que los adultos se imaginan. Hacérselo saber a sus hijos. 5. Enseñar a sus hijos a cotejar la in-

formación recibida con las enseñanzas del Evangelio, y a comparar las conductas con el ejemplo de Jesús, y preguntarse sobre el auténtico comportamiento cristiano. Leer, por ejemplo, un pasaje del Evangelio y confrontarlo con el modelo de vida que presentó la televisión o el internet. A los informadores: 1. Tener en cuenta, en primer lugar a los destinatarios de sus mensajes y no a quienes pagan sus servicios. No olvidar que son formadores de la opinión publica. Sin esta preferencia, se desvirtúa de raíz su profesión, pues son informadores y formadores de la comunidad y no simples asalariados de un patrón. Deben dignificar su profesión. 2. Ser capaces de erigir un código de ética, acorde a los valores humanos y cristianos, para normar su conducta y medir su responsabilidad. Elemento primario de este código es la honestidad. Una información sin fundamento en la verdad, es pervertir la profesión. 3. Rechazar, a pesar de las constantes y fuertes presiones que reciben, todo mensaje que se oponga a la paz, contrario a la dignidad de la persona humana y, en especial, que atente contra la dignidad de la mujer y de la niñez. La ética debe abarcar también a los patrocinadores y empresarios: deben hacérselo saber. 4. Hacer a los medios informativos instrumentos de difusión de los valores democráticos, de la cultura y de la solidaridad entre los pueblos. El informador católico debe superar la barrera de la vergüenza y disimulo de su fe, y convertirse en testigo sereno y firme de la misma. 5. Recordar constantemente a los dueños o concesionarios de los medios informativos, que el fin que justifica su existencia, es el servicio a la comunidad. Es el bien social y no el lucro personal la razón por la que el estado les otorga la concesión. Tomado del folleto “La antena y el campanario”, editado por Comisión Episcopal de Pastoral Bíblica.

Y al final... De palabras gastadas, De ilusiones roídas, De corazones heridos, De citas a escondidas... A quedado el silencio del amor que te tengo, Del amor que yo pierdo... Al final... Solo al final... Solo... Solo he quedado yo.


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