Horizonte de sucesos

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Cumple tu deseo

Me llamo Manuel, y, aunque he nacido en España hace treinta y cinco años, no tengo patria ni rey porque soy un hijo del viento. Hoy es 23 de mayo de 1888 y estoy en Arlés, sentado solo en la habitación de un pintor holandés, viejo amigo mío, llamado Vincent. La razón por la que estoy aquí es porque Vincent me invitó a venir o, mejor dicho, me pidió que viniera, para ir juntos a Saintes-Maries-de-la-Mer, donde el Ródano desemboca al mar Mediterráneo. Allí cada año el 24 de mayo se celebra la procesión de Santa Sara, también llamada Sara Kali o La Negra, la santa pagana que es la patrona de los romás, los romanís, también llamados manuches, sintis, calés, cíngaros o gitanos —casi siempre despectivamente— por los de piel blanca, aquellos a los que nosotros llamamos payos, que son todos los demás pueblos que no son hijos del viento, como nosotros. A Vincent yo lo había conocido en Londres años atrás, cuando él era muy jovencito y trabajaba vendiendo pinceles y caballetes en la tienda de arte de Goupil & Co., donde lo había colocado su hermano Theo. Lo cierto es que en el lluvioso Londres, lejos de la luz de su tierra, Vincent era muy desdichado y nos hicimos amigos en una taberna, que eran los únicos lugares de la ciudad gratos para ambos. Yo me encontraba en Inglaterra acompañando a uno de mis tíos que compraba antigüedades y obras de arte por todo el mundo para el negocio de mi familia en Barcelona y yo también estaba solo, aunque un romaní nunca está realmente solo. Una de esas tardes interminables delante de unas pintas de cerveza londinenses le conté a Vincent la historia de Santa Sara y le hablé de su fiesta anual al sur 51


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