Antologia del cuento extraño 02

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Antología del cuento extraño 2

alejado, estaban los restos de nuestra merienda, y cerca de ellos, tendido de espaldas, inmóvil, yacía Eustace. Con cierta presencia de ánimo, grité en seguida: -¡Eh, joven mico! ¡Arriba! Pero no respondió, ni dijo una palabra cuando le hablaron sus pobres tías. Mientras nos acercábamos, vi con indecible horror que debajo del puño de su camisa escapaba una lagartija verde. Nos quedamos mirándolo -tan callado, tan inmóvil- y empezaron a zumbarme los oídos a manera de anuncio de los estallidos de lamentos y lágrimas. La señorita Mary cayó de rodillas junto a él y le tocó la mano, convulsivamente retorcida y entrelazada entre las hierbas. Y en aquel momento él abrió los ojos y sonrió. Después he visto muchas veces esa extraña sonrisa, tanto en el semblante de Eustace como en las fotografías que de él comienzan a publicar los periódicos ilustrados; pero hasta entonces la expresión de Eustace había sido siempre ceñuda, malhumorada, insatisfecha; y a todos nos resultó inusitada aquella sonrisa perturbadora, que siempre parecía carecer de un motivo adecuado. Sus tías lo abrumaron a besos, que él no devolvió, y después se produjo un silencio molesto. Eustace parecía tan natural y tranquilo...; sin embargo, si él mismo no había compartido nuestra asombrosa experiencia, tendría que haberse mostrado aun más perplejo ante nuestro extraordinario comportamiento Mi esposa, con su tacto habitual, trató de conducirse como si nada hubiera ocurrido. -Bueno, joven Eustace -dijo, sentándose para aliviar el dolor de su tobillo-, ¿se ha entretenido usted en nuestra ausencia? -Gracias, señora Tytler, he sido muy feliz. -¿Y dónde ha estado? -Aquí. -¿Acostado todo el tiempo, perezoso? -No, todo el tiempo acostado, no. -¿Cómo entonces? -¡Oh!, parado... sentado... -¡Parado y sentado sin hacer nada! ¿No conoces ese poema que dice "Satanás siempre encuentra alguna maldad para los..."? -Oh, mi querida señora, calle usted, calle - terció la voz del señor Sandbach-; y mi esposa, lógicamente mortificada por la interrupción, no dijo más nada y se apartó. Me sorprendió ver que Rose ocupaba su lugar y con más desenfado del que era habitual en ella pasaba sus dedos por el desordenado cabello del niño.

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