"Ecos del grito", volumen II

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ECOS DEL GRITO

Mariela Ramírez Venezuela Carta prolongada a mi hija (o la otra mitad de la ausencia)

¡Mi pequeña gran Vittoria! Estás aquí, te hallas aquí, tal como te deseé, planifiqué, soñé: con tu piel blancavirgen ante el sol madurado de mi tierra; de labios corazones, rojizos y soberbios. Con estos grandes ojos achocolatados y de acanaladas pestañas como quien quiere en tobogán imaginario, llegar a las nubes y ver todo lo que es Verdad, desde los ojos de Dios en las alturas. Amada mía, en este instante que no marca límite tal como el Amor que guardo y tengo para ti, usaré lo único que me hace libre y sensata: la palabra escrita. Así puedo acercarme al Ser que conozco - a mí misma- y desde allí llegar a ti, clara y sencilla, amplia y sincera, centrada y serena, con esta voz en silencio oíble, que desde los latidos orgánicos del corazón y de todo el torrencial tibio de las letras en la sangre, me hacen una mujer confesada en cuerpo presente. Me preguntarás por qué quiero escribirte, y mi respuesta será como suele ser siempre: no tengo otra manera de pronunciar palabras cuando el dolor o la alegría me invaden el alma. Tú representas lo último. Pero aquel de quien algún día en juicio aprehensivo preguntarás, aquel quien es tu padre biológico y de quien el apellido a pundonor llevas, me causa una lóbrega inquietud, siendo tú la principal testigo de esta procesión mortuoria, a la que, la mayoría de las veces, y después de las copas de tiempo adherida al calendario, procuro dejarla en la cama día a día, para sonreírle a la vida y disfrutar de ti. …Que te diga que sí, que toda tú me recuerdas a él… sí. En el tiempo justo y exacto, milimétricamente dado, él está aquí, en ti, en nosotras, por aquello del Amor que puede suceder entre dos personas y de la promesa en hostia bendiga pronunciada y sonora ante el altar. Lo haces presente, física y diariamente, en los mejores momentos compartidos. Y de ellos, guardo sólo la nostalgia de nuestros mimos, la añoranza del sensato beso en la mejilla, húmedo como las mañanas, y la complicidad habida cuya picardía la tienes tú, cada vez que sonríes y miras, mi pequeña bebita. Algún día darás con estos álbumes y hallarás en las imágenes de las bodas –ya sepias- los recuerdos que me quedaron: fotos y más fotos, la cinta azul bordada de las tarjetas, la servilleta de incipientes versos por la emoción del día esperado, el “te amo muchísimo” ya borroso y evaporado escrito por tu padre en la hoja del curso prematrimonial… Decirte, contarte y dejarte la historia de tu existencia, viene motivada por la mía. Siempre quise darte un padre. Mil veces lo conversamos juntos, y en el entendido, nos casamos. Que confiara en él, era su premisa. Así lo hice. Siempre quise darte un padre que estuviera a tiempo completo contigo, en cuerpo y alma. Te preconcebí –si es que

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