Lecturas literarias

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MINISTERIO DE EDUCACIÓN

Volviendo, pues, la cabeza tanto como estacas y cuerdas me lo permitían, distinguí un tablado de pie y medio de altura, capaz de contener cuatro de aquellos hombres y con tres escaleras que daban acceso a él. Uno de los enanos, que parecía ser persona de calidad, subió al tablado y pronunció un largo discurso, del que no entendía una sola sílaba. Debo mencionar el hecho de que antes de que aquella persona principal iniciase su arenga, pronunció tres veces las palabras “Lango dehur san” (las cuales me fueron posteriormente repetidas y explicadas). Tras esto, unos cincuenta de los habitantes se llegaron a mí y cortaron las cuerdas que retenía el lado izquierdo de mi cabeza, lo que me permitió volverla hacia la derecha para observar los ademanes y persona de quien me hablaba. Parecióme hombre de edad intermedia, más alto que cualquiera de los otros tres que le asistían, y uno de los cuales era un paje que le sostenía la cola del vestido. Semejante paje no era más alto que mi dedo corazón. Los otros dos estaban uno a cada lado del discursador, en actitud de escoltarle.

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Lecturas Literarias

El grave personaje hablaba como un orador en regla, y yo observé en el curso de su plática pasajes amenazadores y otros de promesa, gentileza y piedad. Contesté en unas pocas palabras, del modo más sumiso, alzando mi mano izquierda y ambos ojos al sol, como llamándole por testigo. Y siendo así que me hallaba desmayado de hambre, pues no había probado bocado desde algunas horas antes de naufragar el buque, hallé tan imperiosas las exigencias de la naturaleza que (acaso contra las más estrictas reglas de la corrección) lléveme el dedo repetidamente a la boca para significar que deseaba alimento. EL HURGO (que tal es el nombre que dan allí a ciertos grandes señores) comprendióme muy bien. Descendió del tablado y ordenó que se aplicasen a mi cuerpo varias escaleras. Por ellas ascendieron unos cien habitantes, avanzando hacia mi boca con cestos llenos de carne, aprestados y expedidos por orden del rey tan pronto como éste tuvo noticias de mi llegada. Vi en las cestas carne de diversos animales, pero no puede distinguir el sabor de ninguno. Había lomos, perniles y costillas semejantes a los de carnero y muy bien aderezados, pero más pequeños que un ala de alondra.


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