Victor hugo
¡Por el cuerno de Mahoma! masculló Febo. A este pajarraco me to conozco yo de algo. ¡Eh, amigo! ¿Quieres soltar la brida de mi caballo? Capitán respondió el sordo. ¿No me preguntáis quién es? Te digo que sueltes el caballo repitió Febo impaciente. ¿Qué querrá este tipo que se agarra al testuz de mi caballo? ¿Te has creído que mi caballo es una horca? Quasimodo, lejos de soltar las bridas del caballo, se disponía a óbligarle a dar la vuelta. Incapaz de explicarse la resistencia del capitán se apresuró a decirle. Venid, capitán. Os espera una mujer y añadió haciendo un esfuerzo: una mujer que os ama. ¡Vaya un pájaro que me cree en la obligación de it a ver a todas las mujeres que me aman! ¡O que dicen que me aman! ¿Y si por una casualidad se pareciera a ti, cara de lechuza? Di a quien to envíe, que se vaya al diablo y que voy a casarme. Escuchadme exclamó Quasimodo, creyendo que con esta palabra acabaría con sus dudas. Venid, monseñor, se trata de la egipcia que ya conocéis. Estas palabtas produjeron gran impresión en Febo, pero no la que el sordo había esperado. Hay que recordar que el capitán se había retirado con Flor de Lis momentos antes que Quasimodo salvara a la condenada de manos de Charmolue. Desde entonces, en todas sus visitas a la casa Gondelaurier se había guardado bien de volver a hablar de aquella muchacha cuyo recuerdo le apenaba, después de todo. Por su parte Flor de Lis no había considerado inteligente decirle que la egipcia vivía. Febo creía, pues, muerta a la pobre Similar y que de esto hacía ya, al menos, uno o dos meses. Añádase a todo esto que desde hacía ya un rato el capitán pensaba en medio de la oscuridad profunda de la noche, en la fealdad sobrenatural, en la voz sepulcral del extraño mensajero; en que era más de la medianoche y que la calle estaba desierta como la
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