Nuestra Señora de París

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Victor hugo

El fogoso archidiácono no le dejó terminar: Y yo he estudiado la medicina, la astrología y la hermética y os aseguro que únicamente aquí se encuentra la verdad y al decir esto, abrió el arcón y tomó una redoma llena de aquellos pol­vos de los que ya hemos bablado. ¡Solamente aquí se encuentra la luz! Hipócrates es un sueño, Urania es un sueño; Hermes es un pensamiento. El oro es el sol y hacer oro es ser Dios; ésa es la única ciencia. Os digo que he profundizado en la medicina y en la astrología y no es nada. ¡Nada! ¿EI cuerpo humano? ¡Tinie­blas! ¿Los astros? ¡Tinieblas! y se dejó caer de nuevo en su sillón en actitud dominadora a inspirada, mientras el compadre Tou­rangeau le observaba silencioso y Coictier sonreía burlón, alzando imperceptiblemente los hombros y repitiendo en voz baja: ¡Está loco! Entonces intervino de pronto Tourangeau: ¿Y habéis conseguido ya el objet.ivo maravilloso? ¿Habéis conseguido hacer oro? Si to hubiera conseguido tespondió el archidiácono, arti­ culando lentamente sus palabras como alguien que está reflexio­nando el rey de Francia se llamaría Claude y no Luis. Ante esta respuesta, Tourangeau frunció el ceño. Pero, ¿qué estoy diciendo? prosiguió dom Claude con una sonrisa un canto desdeñosa: ¿Qué me importaría el trono de Francia pudiendo levantar el imperio de Oriente? ¡Magnífico! añadió el compadre. ¡Ah!, ¡pobre loco, pobre loco! murmuró Coictier. Pero el archidiácono proseguía, dando la impresión de respon­der sólo a sus pensamientos. No, no; todavía sigo a gatas; aún sigo despellejándome la cara y las rodillas entre las piedras del camino subterráneo. Logro percibir algo pero no puedo verlo aún; no hago sino deletrear, no puedo leer aún. Y si supieseis leer le preguntó el compadre, ¿seríais ca­paz de fabricar oro?

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