Número 88

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Historias de Control

La falta de controladores aéreos en España

Un problema endémico

Después de diez años de sequía, Enaire convocó el pasado mes de abril 39 plazas de controlador aéreo -una cifra insuficiente a todas luces-, en un proceso aparentemente novedoso que exige al aspirante la formación previa de controlador. Pero esta falta de previsión para calcular la plantilla necesaria de profesionales no es, por desgracia, ninguna novedad. Como demuestra este artículo, el despropósito y la incoherencia han sido un mal endémico en la formación y contratación de controladores en España a lo largo de nuestra reciente y corta historia. omo en toda profesión nueva, y la nuestra lo es, encontrar una pronta normalización es del todo imposible. Los primitivos controladores españoles eran muchachos que de algún modo, por azar, por coincidencia en el tiempo y en el espacio, o por una vocación ilimitada, llegaron a un oficio por construir. Unos ni siquiera sabían inglés, otros eran militares, otros civiles, unos experimentados, otros completamente noveles. Muchos de ellos llegaron a ser controladores temporales, ya que sólo ejercieron la profesión durante un corto periodo de tiempo. Y eso, en el caso de los controladores, pues sus jefes eran aún más inexpertos a la hora de confeccionar un cuerpo que estaba tomando forma a partir de los retales de distintas administraciones, principalmente la militar del Aire. El primer proceso de selección de controladores aéreos como tal se produjo en Sevilla en 1952, pero simplemente pretendía cubrir las necesidades del aeropuerto sevillano, ya que se ofertaron sólo cuatro plazas. Éstas acabaron doblándose casi sobre la marcha, ya que las cuatro plazas de ayudante de controlador que también se publicaron, no en el BOE, si no en el ABC de Sevilla, se convirtieron finalmente en una misma cosa, sumando ocho plazas de controlador. Hoy todavía podemos conversar con dos de los compañeros que las ocuparon, que guardan un gratísimo recuerdo de la profesión. Pero está claro que esos ocho controladores no fueron los primeros; en aquel momento ya había otros realizando labores que podrían ser consideradas de control. En cualquier caso, el primer vuelo controlado como tal despegó de Sevilla en el mencionado 1952 y lo controló nuestro compañero Manolo de la Haza. En aquellos años, la navegación aérea de

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nuestro país era en una madeja de reinos de Taifas atravesada por dos aerovías, la Green 7 y la Red 10. Cada dependencia controlaba de manera autárquica, seleccionando el personal de donde le quedaba más a mano, normalmente de la escala básica del Ejército del Aire. Poco a poco, el futuro cuerpo fue tomando forma. Unos pocos compañeros se fueron a Oklahoma, en lo que ahora se llamaría la realización de un curso de formador de formadores. A su vuelta, fueron repartiendo habilitaciones por todo el territorio nacional en ausencia de escuela. Cuando ésta finalmente se creó, la mayoría de los controladores, algunos ya jefes de sala, tuvieron que pasar por ella y hacer un curso impartido por profesores a los cuales, en muchos casos, ellos mismos les habían enseñado el oficio. Todos estos palos de ciego que el control aéreo estuvo dando durante esos años -siempre dentro de la administración militar-, llegaron a su fin cuando, finalmente, se publicó en el BOE de 28 de diciembre de 1966 el tan ansiado, demandado y necesario Cuerpo Especial de los Controladores de la Circulación Aérea y, siete meses después, el querido primer escalafón, que tanta división creó entre nosotros. Hasta ese momento habían pasado por la escuela doce promociones de controladores, pero aún había compañeros que no la habían pisado, por lo que tuvieron que ir a Madrid a hacer un curso un tanto peculiar. Esa promoción de rezagados fue a la que llamaron promoción doce más uno. Lo cierto es que, por necesidades del servicio, finalmente no todos los controladores pasaron por la escuela, lo que ya denotaba un número insuficiente de controladores. Cuando se formó el cuerpo, la cifra era de 286, y hasta la propia administración franquista reconoció que era una plantilla muy corta.


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