Ana Frank

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Diario

Ana Frank

Mi querida Kitty: Ayer por la tarde estuve en cama con dolor de garganta, pero como ya esa misma tarde me aburrí y no tenía fiebre, hoy me he levantado. Y el dolor de garganta prácticamente ha «des-a-pa-rre cii-do». Ayer, como probablemente ya hayas descubierto tú misma, cumplió cincuenta y cinco años nuestro querido Führer. Hoy es el ', 18.° cumpleaños de Su Alteza Real, la princesa heredera Isabel de York. Por la BBC han dicho que, contrariamente a lo que se acos- tumbra a hacer con las princesas, todavía no la han declarado mayor de edad. Ya hemos estado conjeturando con qué príncipe desposarán a esta beldad, pero no hemos podido encontrar al candidato adecuado. Quizá su hermana, la princesa Margarita Rosa, quiera quedarse con el príncipe Balduino, heredero de la corona de Bélgica... Aquí caemos de una desgracia en la otra. No acabábamos de ponerle unos buenos cerrojos a las puertas, cuando aparece en escena Van Maaren. Es casi seguro que ha robado fécula de patata, y ahora le quiere echar la culpa a Bep. La Casa de atrás, como te podrás imaginar, está convulsionada. Bep está que trina. Quizá Kugler ahora haga vigilar a ese libertino. Esta mañana vino el tasador de la Beethovenstraat. Nos ofrece 400 florines por el cofre; también las otras ofertas nos parecen demasiado bajas. Voy a pedir a la redacción de De Prins que publiquen unos de mis cuentos de hadas; bajo seudónimo, naturalmente. Pero como los cuentos que he escrito hasta ahora son demasiado largos, no creo que vaya a tener suerte. Hasta la próxima, darling. Tu Ana M. Frank Martes, 25 de abril de 1944 Querida Kitty: Hace como diez días que Dussel y Van Daan otra vez no se hablan, y eso sólo porque hemos tomado un montón de medidas de seguridad después de que entraron los ladrones. Una de ellas es que a Dussel ya no le permiten bajar por las noches. Peter y el señor Van Daan hacen la última ronda todas las noches a las nueve y media, y luego nadie más puede bajar. Después de las ocho de la noche ya no se puede tirar de la cadena, y tampoco después de las ocho de la mañana. Las ventanas no se abren por la mañana hasta que no esté encendida la luz en el despacho de Kugler, y por las noches ya no se les puede poner las tablitas. Esto último ha sido motivo para que Dussel se molestara. Asegura que Van Daan le ha soltado un gruñido, pero ha sido culpa suya. Dice que antes podría vivir sin comer que sin respirar aire puro, y que habrá que buscar un método para que puedan abrirse las ventanas. -Hablaré de ello con el señor Kluger -me ha dicho, y le he contestado que estas cosas no se discuten con el señor Kugler, sino que las resuelve el grupo en su conjunto. -¡Aquí todo se hace a mis espaldas! -refunfuñó Tendré que hablar con tu padre al respecto. Tampoco le dejan instalarse en el despacho de Kugler los sábados por la tarde ni los domingos, porque podría oírle el jefe de la oficina de Keg cuando viene. Pero Dussel no hizo caso y se volvió a instalar en el despacho. Van Daan estaba furioso y papá bajó a prevenirle. Por supuesto que se salió con algún pretexto pero esta vez ni papá lo aceptó. Ahora también papá habla lo menos posible con él, porque Dussel lo ha ofendido, no sé de qué manera, ni lo sabe ninguno de nosotros, pero debe de haber sido fuerte. ¡Y pensar que la semana que viene el desgraciado festeja su cumpleaños! Cumplir años, no decir ni mu, estar con cara larga y recibir regalos: ¿cómo casa una cosa con otra? El estado del señor Voskuijl va empeorando mucho. Lleva más de diez días con casi cuarenta grados de fiebre. El médico dice que no hay esperanzas, creen que el cáncer ha llegado hasta el pulmón. Pobre hombre, ¡cómo nos gustaría ayudarle! Pero sólo Dios puede hacerlo. He escrito un cuento muy divertido. Se llama «Blurry, el explorador», y ha gustado mucho a mis tres oyentes. Aún sigo muy acatarrada, y ya he contagiado a Margot y a mamá y a papá. Espero que no se le pegue también a Peter, quiso que le diera un beso y me llamó su El Dorado. ¡Pero si eso ni siquiera es posible, tonto! De cualquier manera, es un cielo.

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