Madame Bovary (Gustave Flaubert)

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M ada me Bovary

EDITOR IA L DIG I TA L - I M PRE NTA NA C IONA L c o s t a r ic a

Emma no tardó en vomitar sangre. Sus labios se apretaron más. Tenía los miembros crispados, el cuerpo cubierto de manchas oscuras, y su pulso se escapaba como un hilo tenso, como una cuerda de arpa a punto de romperse. Después empezaba a gritar horriblemente. Maldecía el veneno, decía invectivas, le suplicaba que se diese prisa, y rechazaba con sus brazos rígidos todo lo que Charles, más agonizante que ella, se esforzaba en hacerle beber. Él permanecía de pie, con su pañuelo en los labios, como en estertores, llorando y sofocado por sollozos que lo sacudían hasta los talones. Félicité recorría la habitación de un lado para otro; Homais, inmóvil, suspiraba profundamente y el señor Canivet, conservando siempre su aplomo, empezaba, sin embargo, a sentirse preocupado. ¡Diablo!... sin embargo está purgada, y desde el memento en que cesa la causa... -El efecto debe cesar -dijo Homais-; ¡esto es evidente! -Pero ¡sálvela! -exclamaba Bovary. Por lo que, sin escuchar al farmacéutico, que aventuraba todavía esta hipótesis: «Quizás es un paroxismo saludable», Canivet iba a administrar triaca218 cuando oyó el chasquido de un látigo; todos los cristales temblaron, y una berlina de posta que iba a galope tendido tirada por tres caballos enfangados hasta las orejas irrumpió de un salto en la esquina del mercado. Era el doctor Larivière. La aparición de un dios no hubiese causado más emoción. Bovary levantó las manos, Canivet se paró en seco y Homais se quitó su gorro griego mucho antes de que entrase el doctor Larivière. Pertenecía a la gran escuela quirúrgica del profesor Bichat, a aquella generación, hoy desaparecida, de médicos filósofos que, enamorados apasionadamente de su profesión, la ejercían con competencia y acierto. Todo temblaba en su hospital cuando montaba en cólera, y sus alumnos lo veneraban de tal modo que se esforzaban, apenas se establecían, en imitarle lo más posible; de manera que en las ciudades de los alrededores se les reconocía por vestir un largo chaleco acolchado de merino219 y una amplia levita negra, cuyas bocamangas desabrochadas tapaban un poco sus manos carnosas, unas manos muy bellas, que nunca llevaban guantes, como para estar más prontas a penetrar en las miserias. Desdeñoso de cruces, títulos y academias, hospitalario, liberal, paternal con los pobres y practicando la virtud sin creer en ella, habría pasado por un santo si la firmeza de su talento no lo hubiera hecho temer como a un demonio. Su mirada, más cortante que sus bisturís, penetraba

218 Preparado polifármaco compuesto por varios ingredientes distintos (en ocasiones más de 70) de origen vegetal, mineral o animal, incluyendo opio y en ocasiones carne de víbora. Se usó desde el siglo III a. C., originalmente como antídoto contra venenos, incluyendo los derivados de mordeduras de animales, y posteriormente se utilizó también como medicamento contra numerosas enfermedades, siendo considerado una panacea universal. 219 La oveja merina es, probablemente, la raza ovina más extendida por el mundo.

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