Wynne jones diana howl 1 el castillo ambulante

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El Castillo Ambulante – Diana Wynne Jones avanzaba por el pasillo rosa y verde hacia una habitación con una alfombra azul y amarilla. Pero Sophie no estaba segura de que los dos muchachos que se inclinaban sobre varias cajas mágicas colocadas sobre una gran mesa junto a la ventana hubieran levantado la vista incluso aunque hubiera entrado una banda militar. La caja mágica principal tenía una cara de cristal, como la del piso de abajo, pero parecía mostrar letras y diagramas más que imágenes. Todas las cajas salían de unos tallos blancos y ondulados que parecían tener las raíces en una pared de la habitación. —¡Neil! —dijo Howl. —No lo interrumpas —protestó alguien—. Va a perder la vida. Al ver que era cuestión de vida o muerte, Sophie y Michael retrocedieron hacia la puerta. Pero Howl, sin mostrar la más mínima consideración por la vida de su sobrino, se acercó a la pared y arrancó las cajas de raíz. Las imágenes desaparecieron. Los dos muchachos pronunciaron palabras que Sophie creía que ni siquiera Mari conocería. El otro se dio media vuelta. —¡Mari! ¡Te la vas a cargar! —Esta vez no he sido yo. ¡Toma! —le gritó Mari. Neil se giró aún más y le lanzó a Howl una mirada acusadora. —¿Qué tal, Neil? —dijo Howl con amabilidad. —¿Quién es este? —preguntó el otro niño. —Mi tío, el desastre —dijo Neil. Taladró a Howl con la mirada. Era moreno, con cejas espesas, y su mirada impresionaba—. ¿Qué quieres? Enchufa eso otra vez. —¡Menuda bienvenida os gastáis por estas tierras! —dijo Howl—. Lo enchufaré cuando te haga una pregunta y me la contestes. Neil suspiró. —Tío Howell, estoy en mitad de un juego de ordenador. —¿Se trata de uno nuevo? —preguntó Howl. Los dos muchachos parecían decepcionados. —No, es el que me regalaron por Navidad —contestó Neil—. Ya sabes cómo son cuando empiezan con lo de no tirar el dinero en cosas inútiles. No me darán otro hasta mi cumpleaños. —Entonces es fácil —dijo Howl—. No te importa parar un momento si ya lo has hecho antes, y te sobornaré con uno nuevo... —¿En serio? —dijeron los dos con impaciencia, y Neil añadió—: ¿Uno de esos que no tiene nadie más? —Sí. Pero primero mira esto y dime qué es —dijo Howl, y levantó el papel gris brillante delante de Neil. Los muchachos lo miraron. Neil dijo: —Es un poema —respondió en el mismo tono en el que la mayoría de la gente diría «es una rata muerta». —Es el que nos puso de deberes la señorita Angorian la semana pasada —dijo el otro—. Me acuerdo de viento y aletas. Va de submarinos. Mientras Sophie y Michael parpadearon al oír aquella nueva teoría, preguntándose cómo se les habría pasado, Neil exclamó:

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