Wynne jones diana howl 1 el castillo ambulante

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El Castillo Ambulante – Diana Wynne Jones las cosas. Mira lo que hiciste con el espantapájaros y la calavera. —¡Entonces vive otros mil años! —dijo Sophie, y lo deseó con todas sus fuerzas al decirlo, por si acaso no bastara con las palabras. Aquello la había tenido muy preocupada. Cogió a Calcifer y con mucho cuidado lo separó del bulto negro, igual que separaría un capullo muerto del tallo de una planta. Calcifer revoloteó libre y se quedó suspendido sobre su hombro como una lágrima azul. —¡Me siento tan ligero! —dijo. Luego se dio cuenta de lo que había pasado—. ¡Soy libre! —gritó. Voló hacia la chimenea y se lanzó por ella, hasta desaparecer de la vista . ¡Soy libre!—lo oyó gritar Sophie cuando salía por el remate de la chimenea de la floristería. Sophie se volvió hacia Howl con el bulto negro casi muerto, vacilando pese a las prisas. Tenía que hacerlo bien, y no sabía cómo. —Bueno, vamos allá —dijo. Se arrodilló junto a Howl y colocó el bulto negro sobre su pecho, más o menos a la izquierda, en ese lugar donde sentía su corazón cuando le daba problemas, y empujó—. Entra —le dijo—. ¡Entra y ponte en marcha! Y siguió empujando. El corazón comenzó a hundirse y a latir con más fuerza a medida que entraba. Sophie intentó ignorar las llamas y el forcejeo en la puerta y mantener una presión y constante. El pelo no le dejaba ver. Le caía sobre la cara en mechones pelirrojos claros, pero intentó ignorar aquello también. Siguió empujando. El corazón entró del todo. En cuanto desapareció, Howl empezó a moverse. Soltó un fuerte gemido y rodó sobre la cara. —¡Dientes del demonio! —dijo— ¡Menuda resaca tengo! —No es la resaca, es que te has dado con la cabeza en el suelo —dijo Sophie. Howl se incorporó como pudo sobre las rodillas. —No puedo quedarme —dijo—. Tengo que rescatar a la insensata de Sophie. —¡Estoy aquí! —dijo Sophie, sacudiéndole los hombros—. ¡Y también la señorita Angorian! ¡Levántate y haz algo! ¡Deprisa! El bastón estaba totalmente envuelto en llamas. Martha tenía el pelo de punta. Y a la señorita Angorian se le había ocurrido que el espantapájaros ardería, así que estaba maniobrando para que el bastón se acercara hacia la puerta. «¡Cómo siempre!», pensó Sophie. «¡No he hecho las cosas bien!». A Howl no le hizo falta más que echar un vistazo. Se puso en pie a toda prisa, levantó una mano y pronunció una frase de esas palabras que se perdían entre la descarga de un trueno. Cayó escayola del techo. Todo tembló. Pero el bastón desapareció y Howl dio un paso atrás con algo pequeño, duro y negro en la mano. Podría haber sido un bloque de ceniza, excepto que tenía la misma forma que lo que Sophie acababa de introducir en el pecho de Howl. La señorita Angorian gimió como un fuego mojado y abrió los brazos en un gesto suplicante. —Me temo que no —dijo Howl—. Se te acabó el tiempo. Por la pinta que tiene este, también querías conseguirte uno nuevo. Ibas a quedarte con mi corazón y dejar morir a Calcifer, ¿verdad? —levantó la cosa negra entre las palmas de las dos manos y las empujó una contra la otra. El viejo corazón de la bruja se deshizo en arena negra, hollín y nada. La señorita Angorian se desvaneció al mismo tiempo que el corazón se

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