Solidaridad Global Nª 23 Octubre/Noviembre 2013

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Solidaridad Global

Octubre/Noviembre 2013

Entrevista a Marta Harnecker patrullas, es decir grupos de 10 personas a las que podía integrarse gente sin militancia en partidos pero que simpatizaba con Chávez, cada una de ellas debía lograr el apoyo de otras 10 con un trabajo casa por casa. Otra lección que yo creo fundamental del proceso chileno es la importancia de la organización popular en la base. Una de las grandes debilidades nuestras fue no entender esto. Fue delegar la acción política en los políticos, o más bien, el hecho de que los políticos se apropiaron de la política, y con ello los Comités de Unidad Popular -que fueron básicos para el triunfo electoral de Allende- comenzaron a debilitarse y a desaparecer. I.R.: ¿Cuáles serían los desafíos y las tareas principales para los movimientos populares y la izquierda latinoamericana? M.H.: Pienso que nuestra izquierda y nuestros movimientos populares deben tener muy presente lo ocurrido en la experiencia chilena para no repetir los mismos errores. Tenemos que entender que para construir una sociedad alternativa al capitalismo esencialmente democrática tenemos que ser capaces de ganarnos el corazón y la cabeza de la mayoría de la gente. Que la crisis actual del capitalismo hace que cada vez mayores sectores se sientan afectados. Ya no solo existen condiciones objetivas sino también condiciones subjetivas para que cada vez más personas entiendan que el capitalismo no es la solución para sus problemas cotidianos. Necesitamos elaborar un proyecto alternativo y a ello pueden contribuir especialmente las experiencias de los gobiernos y movimientos populares en los países más avanzados de nuestra región. Se requiere una militancia nueva en que su forma de vivir y trabajar políticamente prefiguren la nueva sociedad. Militantes que encarnen en su vida

Salvador Allende

cotidiana los valores que dicen defender. Deben ser democráticos, solidarios, dispuestos a cooperar con los demás, a practicar la camaradería, la honestidad a toda prueba, la sobriedad. Deben proyectar vitalidad y alegría de vivir. Si luchamos por la liberación social de la mujer, debemos empezar desde ya por transformar las relaciones hombre-mujer en el seno de la familia. Nuestros militantes deben ser capaces de aprender de los nuevos actores sociales del siglo XXI. Estos son particularmente sensibles al tema de la democracia. Sus luchas han tenido generalmente como punto de partida la lucha contra la opresión y la discriminación. De ahí que rechacen ser manipulados y exijan que se respete su autonomía y que puedan participar democráticamente en la toma de decisiones. Pienso que nuestros militantes deben ser también disciplinados. Sé que este no es un tema muy simpático para muchos. A mí me gusta citar a uno de los coordinadores nacionales del Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra, Joao Pedro Stédile, quien dice: “Si no hay un mínimo de disciplina, que haga que las personas respeten las decisiones de las instancias no se construye una organización”. “La disciplina consiste en aceptar las reglas del juego. Hemos aprendido [esto] hasta del fútbol y la Iglesia Católica, que es una de las organizaciones más antiguas del mundo. [...] Si alguien está en la organización por su libre voluntad, tiene que ayudar a construir las reglas y a respetarlas, tiene que tener disciplina, tiene que respetar al colectivo. Si no, la organización no crece”. Pero esto no debe significar que nuestros cuadros deban tener una mentalidad de or-

deno y mando, deben ser pedagogos populares, respetuosos de la iniciativa creadora de la gente. Por otra parte, se requiere de una nueva cultura política: una cultura pluralista y tolerante, que ponga por encima lo que une y deje en segundo plano lo que divide; que promueva la unidad en torno a valores como: la solidaridad, el humanismo, el respeto a las diferencias, la defensa de la naturaleza, rechazando el afán de lucro y las leyes del mercado como principios rectores de la actividad humana. Necesitamos una izquierda que comience a darse cuenta que la radicalidad no está en levantar las consignas más radicales ni en realizar las acciones más radicales -que sólo unos pocos siguen porque asustan a la mayoría-, sino en ser capaces de crear espacios de encuentro y de lucha para amplios sectores; porque constatar que somos muchos los que estamos en la misma lucha es lo que nos hace fuertes, es lo que nos radicaliza. Una izquierda que entienda que hay que ganar hegemonía, es decir, que hay que convencer en lugar de imponer. Una izquierda que entienda que más importante que lo que hayamos hecho en el pasado, es lo hagamos juntos en el futuro por conquistar nuestra soberanía y construir una sociedad que permita el pleno desarrollo del ser humano: la sociedad socialista del siglo XXI. Mi mensaje final sería decirles, que si bien el capitalismo está en crisis, este no desaparecerá por sí solo. Si nuestros pueblos no se unen, organizan y luchan con inteligencia, creatividad y coraje, el capitalismo buscará la forma de recomponerse. Nuestros pueblos han dicho basta y echado a andar, ahora no deben detenerse, ¡la lucha es larga pero el futuro es nuestro!.


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