Solidaridad Global Nª 17 Mayo 2011

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La “Obediencia Debida” según la Revolución

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principios del siglo XIX los funcionarios realistas perciben con horror la aproximación de un Apocalipsis inminente. La América hispana comienza a forcejear contra el yugo colonialista cada vez con mayor determinación. La sangre de los revolucionarios, que la reacción derrama a torrentes, no logra conjurar el colapso, apenas evidencia la desesperada angustia de los represores. La situación de la corona es cada vez más comprometida. Todas las ciudades están plagadas de rebeldes que abandonan la clandestinidad y se lanzan en franco combate por la independencia. En las colonias estallan rebeliones con aspiraciones independentistas. A ello se suma la complicada situación peninsular con la invasión napoleónica. Recién en 1814 Fernando VII vuelve a ocupar el trono, pero a esa altura los

rebeldes cuentan con milicias, si bien armadas pobremente, pero milicias al fin, que se oponen a los ejércitos del Rey. La situación para la metrópoli es desesperante. En el contexto del virreinato del Río de la Plata, especialmente en el Alto Perú, las fuerzas de la corona experimentan un innegable “temor y temblor”, advierten que es inseguro el suelo que pisan y esa incertidumbre se traduce en un accionar represivo de una crueldad inusitada. Numerosos oficiales realistas cometen todo tipo de abusos, feroces torturas y amputaciones de prisioneros cuyos miembros terminan colocados en picas a la vera de los caminos con el fin de amedrentar. Es decir, no respetan lo que por entonces se conoce como “el derecho de gentes” en la guerra, una suerte de convención tácita que en general cumplían los combatientes. Esta actitud criminal de oficiales de la corona, mayormente, tenía como destinatarios a las fuerzas patriotas irregulares del Alto Perú. El general Goyeneche, fue particularmente cruel con los levantamientos del Alto

Perú en especial Cochabamba, donde no tuvo piedad con los patriotas capturados a los que sometieron a toda clase de tormentos seguidos de muerte, instando a sus subordinados a imitarlo como lo prueban alguna de sus instrucciones, citadas por Mitre en su biografía de San Martín: “Potosí, diciembre 11 de 1812. Marche Ud. sobre Chilón rápidamente y obre con energía en la persecución y castigo de todos los que hayan tomado parte de la conspiración de Valle Grande, sin más figura de juicio que sabida la verdad militarmente… Tomará las nociones al intento de saber los generales caudillos y los que han seguido de pura voluntad, aplicando la pena de muerte a verdad sabida sin otra figura dé juicio… si es posible no quede ninguno”. Por nuestra parte, los ejércitos de las Provincias Unidas del Río de la Plata, mantuvieron una actitud contra-


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