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Las huellas de Guatemala
simbolismo), me paré enfrente de ese contador protegido con un chaleco antibalas. Un señor y su esposa, con aire de campesinos y a bordo de un pick up, dieron la vuelta en la esquina, justo en el momento que los efectivos del comando, con los pasamontañas de malla metálica y con unos fusiles automáticos dignos de James Bond, llevaban a Isaías hasta donde yo estaba. Pasó de largo la pareja dejándome solamente el recuerdo de su cara de espanto, y cuando volteé a ver ya venía el vehículo con la señora. El canje se realizó sin ninguna peripecia. El principal de los objetivos había sido logrado: la vida de la señora. Faltaba el segundo: el proceso de paz, de cuyo desenlace también dependía que se ahorraran o se sacrificaran vidas, y la tormenta sólo había comenzado.
E L CICLISTA QUE SE CAYÓ EN LA ÚLTIMA VUELTA Cuando todo esto pasó regresé a mi casa y comencé a pensar en las posibles consecuencias. Desde la reunión en San Salvador tuve la certeza que la paz la íbamos a firmar, pero en ese momento vino a mi mente una duda que me asaltaba de cuando en vez, y que tenía que ver con mi percepción de que la mala suerte ha pesado mucho en la historia de Guatemala. En broma y en serio yo ilustraba esa mala suerte con un ciclista guatemalteco, cuyo nombre no recuerdo, que sacó de la rueda a los colombianos y a los ticos subiendo la cuesta de “La Eterna”, en una etapa decisiva de la Vuelta, con meta en el parque central. Ya había hecho lo más difícil, pero en una de las últimas vueltas resbaló y cayó, y en vez de colocarse el suéter de líder quedó sin opciones en la clasificación general. Cuando a lo largo de la negociación esa imagen me asaltaba, y con ella el temor de un golpe de la fortuna, soplaba a mi alrededor, imitando a las vendedoras de los mercados de mi infancia quienes, al recibir una oferta muy baja por sus