Caperucita en Manhattan

Page 183

196 —¿Pues qué pasa? —Eso pregunto yo. ¿Tú sabes quién vive en esa casa? —Ay, chico, yo ni idea. Yo me he limitado a traer a mister Woolf, que me ha dicho que igual se entretenía un poco, y aquí llevo esperándolo como hace tres cuartos de hora. No sé, serán personas de su familia. Por la niña lo digo, sobre todo. ¿A ti también te va a tocar esperar? —A mí no, a mí la chavala me ha dicho que ya no me necesita, que ella se queda a dormir en casa de su abuela. —Pues chico, ¿a qué esperas? Lárgate. ¡No tienes poca suerte! Peter, por toda contestación, dio la vuelta al coche y le pidió con un gesto a Robert que le abriera la puerta por aquel lado. Una vez sentado junto a él, sacó una cajetilla de Winston y encendió el primer pitillo de la noche. —¿Pero no te habías quitado de fumar? —le preguntó el otro. —Sí, en ésas ando. Pero hay días que no aguanta uno ya tanta tensión. Volvió a mirar hacia la fachada de enfrente. En el piso séptimo había una luz encendida. Luego, acercándose un poco más a su compañero, como si temiera ser oído por alguien, dijo en tono apagado y misterioso: —Todo esto es rarísimo. Ni la niña ni la vieja son familia suya, no le tocan nada. —Ay, hijo —se asustó Robert—, tiene razón tu mujer cuando dice que te debías dedicar a escribir guiones de cine. ¿A qué vieja te refieres?


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.