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SALAMANDRA DE ORO HOMENAJE A PABLO GARCÍA BAENA

CUADERNOSdeSÉNECADIGITAL


Colección: Cuadernos de SÉNECA DIGITAL

© De los textos de la antología: Pablo García Baena, 2011 © Textos e imágenes: sus autores, 2011 De esta edición: © IES Séneca, 2011 Avda. Menéndez Pidal, s/n 14004 Córdoba www.iesseneca.com Coordinación de la edición: Felipe Muriel, Mª Dolores Ansio, Eugenio Alemany y Ángel Ojeda Coordinadora del Plan de Lectura y Uso de la Biblioteca Escolar: Mª Dolores Ansio Diseño y maquetación: Ángel Ojeda Edita: IES Séneca SÉNECA DIGITAL, revista digital del IES Séneca ISSN: 1988­9607 www.juntadeandalucia.es/averroes/iesseneca/revista/ ISBN: Depósito legal: Impresión: ARGOS IMPRESORES, S.L. Avda. de Chinales, 26­B 14007 Córdoba Impreso en España Printed in Spain


ÍNDICE

NOTA DE LA EDICIÓN.....................................................7 IMITAR, PLAGIAR, CREAR...............................................9 SALAMANDRA DE ORO, LA POESÍA DE PABLO GARCÍA BAENA.................................................11 BIBLIOGRAFÍA...............................................................18 ANTOLOGÍA DE TEXTOS...............................................21 TENTACIÓN EN EL AIRE.................................................................23 ODA A GREGORIO PRIETO.............................................................27 LA CALLE DE ARMAS.....................................................................29 BAJO LA DULCE LÁMPARA...........................................................31 LA VIDA ES COMO UN BOSQUE...................................................33 JUNIO..............................................................................................37 PALACIO DEL CINEMATÓGRAFO...................................................39 COMO EL ÁRBOL DORADO 1........................................................41 VIERNES SANTO.............................................................................43 DELFOS...........................................................................................45 CÓRDOBA.......................................................................................47 EL RINCÓN NATIVO........................................................................49 RAMA FIEL......................................................................................51 UNA LUZ VIGILA EN LA NOCHE.....................................................53 CANTORAL DE OTOÑO...................................................................55 VICENTE ALEIXANDRE Y CÓRDOBA.............................................55 EL CONCIERTO...............................................................................57 MUSEO............................................................................................59 EDAD...............................................................................................61 LOS PATIOS.....................................................................................63 AHORA QUE LOS DÍAS PASAN ÁGILES.........................................63

VARIACIONES................................................................65 LA VIDA EN LA CIUDAD .................................................................67 SI ESCRIBO EL FINAL Y MEJORO MI DESTINO............................69 OCTUBRE........................................................................................71


SI YO FUERA MAYOR.....................................................................73 MI UNIVERSO..................................................................................75 POR SEGUIR TUS CAMINOS..........................................................77 MIENTRAS EL FRÍO MELLA LA INMENSIDAD..............................79 BUSCARÉ TUS PISADAS BAJO LA ARENA TIBIA..........................81 NO ERAS TÚ POETA DE LO ETÉREO.............................................83 TE ESPERO......................................................................................85 EL QUE TODO LO AMA..................................................................87 LOS BAÚLES DESPEDAZADOS DE PERFUME Y CAOBA..............89 EL NIÑO EN LA NOCHE ATENDÍA A LA LUNA...............................91 POEMA ACRÓSTICO.......................................................................93 PABLO GARCÍA BAENA..................................................................95

Índice de ilustraciones Cecilia Reyes Urbano. Flor estrella...................................................3 Ana Barranco Pegalajar. Flor etérea................................................21 Pablo Castillo Benedit. Flor enredada.............................................26 Rosa Mª Canto Gómez. Flor espiral................................................36 María Elena Granados. Floramor....................................................38 Julia Monserrat Relaño. Flor amarga..............................................50 Esperanza Gallardo Cortés. Flor crux..............................................54 Alejandro Higuera Rodríguez. Flor marina......................................56 Rafi Ariza Ruiz. Flor de los vientos..................................................58 Belén Ordóñez Díaz. Flor de noche y día........................................60 Juan Antonio Albalá. Flor remolino.................................................62 Javier Castillo Benedit. Abeja flor...................................................65 David Zurita Cerrato. Flor para los días de lluvia............................70 Gregorio Ruano Jurado. Flor psíquica............................................72 Virginia Ruiz Villalba. Flor estrella....................................................74 José Mª Jiménez Cabello. Flor desorientada.................................76 Julia Luque Amo. Flor egipcia.........................................................78 Raquel Sáez Granadal. Mariflor.......................................................80 Cristina Girón Crespo. Flor contradictoria.......................................82 Ángel Rafael Torres. Flor numeral...................................................84 Ana López Domínguez. Triflor.........................................................86 Inmaculada Gutiérrez Jiménez. Flor teatral....................................92 William Barthelmy Cárdenas Lozano. Flor banquete......................94


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NOTA DE LA EDICIÓN A finales del curso 2009/10, y en el marco de las actividades del Proyecto Lec­ tor, don Juan Díez, inspector del I.E.S. Séneca, me propuso como jefe del de­ partamento de Lengua invitar a Pablo García Baena. La idea era reunir en un mismo acto, la lectura del poeta con los textos que los alumnos elaboraran a partir de los escritos de aquel. El proyecto pretendía recuperar la experiencia de Poetas en el aula, iniciativa promovida durante la década de los noventa por la Junta de Andalucía para profundizar en el conocimiento de la poesía andaluza y fomentar las dotes expresivas entre el alumnado. El proyecto era muy ambicio­ so y encerraba el riesgo de no estar a la altura del homenajeado. Aun así, acep­ tamos el envite. La redacción de Séneca Digital trazó el plan de trabajo. El primer paso era co­ municarnos con el autor que, generosamente, accedió a venir al centro y puso a nuestra disposición todos los materiales necesarios. A continuación, se repar­ tieron los papeles: Eugenio Alemany, Mª Dolores Ansio y Ángel Ojeda se encar­ garon de elaborar unas propuestas para estimular la creatividad de los alumnos, en tanto que yo, de confeccionar una antología de poemas y de frag­ mentos en prosa, además de unas pautas para entender al autor. Nuestro alumnado de Secundaria y Bachillerato se ha ejercitado durante se­ manas y ha dado los frutos que, humildemente, presentamos. El trabajo litera­ rio, que ha sido supervisado por Eugenio y María Dolores junto con otros miembros del Proyecto Lector, se complementa con las ilustraciones realizadas por los grupos de Educación Plástica y Visual de 1º, 2º y 4º de ESO bajo la di­ rección de Ángel. Damos las gracias, por último, a todos los que han colaborado en la consecu­ ción de este objetivo y, muy especialmente, a la Dirección de I.E.S. Séneca, que ha hecho posible que viera la luz el primer suplemento extraordinario de la re­ vista Séneca Digital .

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IMITAR, PLAGIAR, CREAR Estas palabras que sirven de título a una magnífica monografía de la revista “Textos”, nº 30, valen también para explicar la sencilla experiencia llevada a cabo con nuestros alumnos. El objetivo fundamental ha sido, por una parte, acercar al alumnado a la poe­ sía de Pablo García Baena, con el cual tendrán un encuentro el 30 de marzo, en nuestra biblioteca; y, por otra parte, conseguir que pierdan “el miedo” a la cre­ ación literaria, especialmente a la poesía. Se trata de leer, comprender, recitar los poemas del autor; jugar con ellos, quitar, poner, alterar, imitar, “plagiar” para crear un texto nuevo, en el que sonará el eco más o menos perceptible del autor. Los resultados suelen ser siempre gratificantes, animan a un nuevo inten­ to y, desde luego, se consigue el objetivo previsto. El procedimiento llevado a cabo ha sido la elaboración de una breve antolo­ gía del autor y unas propuestas creativas publicadas en la página Web del cen­ tro y proporcionadas a los profesores de Lengua Castellana y Literatura, componentes del Proyecto Lector del Centro. Los poemas creados por los alumnos, con la orientación cercana y certera de sus profesores, se expondrán en la biblioteca y se publicarán (una selección de los mismos) en el nº 4 de Sé­ neca Digital y en este librito, el nº 1 de Cuadernos de Séneca Digital, que con esta experiencia inicia su andadura. En esta publicación se incluyen también va­ rios poemas de alumnos que han finalizado ya sus estudios de bachillerato, pero que siguen vinculados al equipo de redacción de nuestra revista. Finalmente, en el encuentro con el autor, los alumnos recitarán varios poe­ mas como muestra de su trabajo y en homenaje a este querido y admirado po­ eta cordobés. Desde aquí agradecemos a todos su valiosa colaboración en esta experiencia educativa, con la seguridad de que ha merecido la pena y con el deseo de que, si es posible, sea la primera de otras futuras. Mª Dolores Ansio Aguilera. Coordinadora del Plan de Lectura y Uso de la Biblioteca Escolar.

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SALAMANDRA DE ORO, LA POESÍA DE PABLO GARCÍA BAENA 1.­ NOTA BIOGRÁFICA Pablo García Baena nace en Córdoba el 29 de junio de 1921 y crece en el seno de una familia sensible a las Bellas Artes: acompañaba a su abuelo a los conciertos, su padre había sido tallista y Antonio, su hermano mayor, dibujaba y era profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba. Tras aprender las primeras letras en el colegio Hnos. López Diéguez, pasa al Colegio Francés y luego ingresa en el Colegio de la Asunción como alumno de Instituto; comparte sus estudios con los de la Escuela de Artes y Oficios, donde cursa historia de arte y dibujo artístico, materias para las que demuestra una notable aptitud como reflejarán luego sus obras. En agosto de 1940, en la Biblioteca Provincial, conocerá a Juan Bernier que, consciente de la potencialidad lírica de Pablo, lo lleva a la tertulia melómana del profesor del Conservatorio, don Carlos López de Rozas. Allí conocerá a Ricardo Molina y presentará a Ginés Liébana. De Bernier parte la idea de regalar a Don Carlos un libro manuscrito, con dibujos y poemas autógrafos, como homenaje a quien los recibe con sus libros, su piano y su gramola. El libro de don Carlos (1940) será publicado en edición facsimilar en 1993 por la Diputación Provincial de Córdoba. Ellos y, en especial, Juan, Ricardo y Pablo, constituyen el grupo fundacional de la futura revista Cántico. Conforman una original peña Nómada , ya que no contaba con local fijo para las tertulias, y a las que fueron incorporándose los jóvenes poetas Mario López y Julio Aumente y el pintor Miguel del Moral. En 1947 Ricardo, Pablo, Juan, Mario y Julio concurren al premio Adonais. La desilusión de sentirse excluidos —el galardón recayó sobre Alegría de José Hierro— les estimuló a crear una revista, al margen de las tendencias apareci­ das a partir de 1939. Enlazaba con el Barroco, el Modernismo y la generación del Veintisiete, en especial, Vicente Aleixandre y Luis Cernuda, a quien está de­ dicado un número doble, 9­10, en 1955. 2.­ IDEAS ESTÉTICAS Pablo García Baena es un poeta de ascendencia platónica. Concibe la poesía como rapto, como fuego que consume y se adueña del espíritu, como un don. A pesar de la fuerza numinosa que le anima a escribir —Viene cuando ella quie­ re—, es un poeta que domina su oficio. Del grupo Cántico es el que más preo­ cupado por la palabra exacta, el modulado del verso y el ritmo. El poema lo concibe en «Poética de creación» (1994) como una escala tendida a la introspección, un interrogatorio con su íntima biografía; y señala que vivida

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y luego escrita la emoción debe estar palpitante en la obra para que el lector, al revivirla, enriquezca su mundo. 3.­ LA OBRA POÉTICA El interés por la obra de Pablo García Baena ha ido creciendo desde los años setenta. Buena prueba de ello es el desbroce de su prehistoria poética: cinco cuadernillos manuscritos con ilustraciones de Ginés Liébana; en ellos se evi­ dencia el paso de una poesía sencilla y adolescente hacia otra de mayor com­ plejidad formal con influencias del Modernismo y la emblemática barroca (García de la Concha, 1987: 795–97). Vista desde hoy, la obra total de Pablo resalta por su coherencia y fidelidad a unos principios estéticos. Se han señalado dos etapas: una de formación y otra de madurez. La primera incluye los cuadernillos mencionados, Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948) y se cierra con Antiguo muchacho (1950). Aunque Rumor oculto sea un libro desigual y con marcados ecos clási­ cos —Garcilaso, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Góngora— y del pri­ mer Juan Ramón Jiménez; ya se observan en él las líneas maestras que definirán su mundo poético: el virtuosismo léxico, el barroquismo sintáctico, la cadencia versal, las referencias a los mitos clásicos, la iconografía religiosa, las alusiones a lo cotidiano, la presencia de la Naturaleza (García de la Concha, 1987; Villena, 2008; Ruiz Noguera, 2010). En efecto, «Tentación en el aire» aborda uno de los temas fundamentales de su poesía, la pérdida de la inocencia infantil. El poema se construye sobre la tensión dialéctica entre la inocencia y la plenitud juvenil de los sentidos, insi­ nuada por las figuras míticas de Baco, Cupido y Apolo. Es un canto a la belleza, el instante y el deseo, a la vez que un lamento con sentimiento de culpa. El bi­ nomio deseo/ pecado pone de manifiesto la coexistencia de la tradición greco­ latina y cristiana en la obra de García Baena. Hay libros, donde esas tradiciones se oponen (Junio/ Óleo) y poemas como «Viernes Santo» de Antes que el tiem­ po acabe, donde se confunden paganidad y cristianismo (González Iglesias, 2009: 72­3). En Mientras cantan los pájaros (1948) se acentuará el tema de la iniciación amorosa, pero contrapunteada como en Rumor oculto por la elegía (García de la Concha, 1987: 803). Melancolía y pasión se alternan en poemas como «Oda a Gregorio Prieto». De la rememoración infantil del mundo escolar se pasa al des­ cubrimiento de la sensualidad y la frustración:

Yo era entonces un niño, casi un adolescente, pero ya adivinaba, Gregorio, qué tristeza derrumbaba la frente en aquellos muchachos — 12 —


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de tus dibujos, donde la yedra se enredaba entre sus manos como sortijas de deseos. También el deseo insatisfecho será abordado en el extenso poema versicular que inicia el libro, «Llanto de la hija de Jepté». En ese monólogo dramático la voz del poeta se desdobla en el personaje bíblico, de tal forma que la pena de la virgen sacrificada por las convenciones sociales es el llanto por la sensualidad imposible del yo poético. Cuando publique el tercer libro, Antiguo muchacho (1950), ya ha concluido su fase de formación y se iniciará una nueva etapa. El poso de nuevas lecturas —Rilke, Paul Claudel, Gide, Milosz, los románticos españoles— hará madurar la voz. El libro, como los venideros, destaca por su construcción armónica. De la calidad de los poemas individuales se ha pasado a un conjunto trabado, cuyo tema central es la despedida del mundo infantil. Son los sentidos los que re­ construyen a través de la riqueza y plasticidad de las imágenes el mundo infan­ til (García de la Concha, 1987: 814). Poemas como «Calle de Armas» vienen a ser espejos en los que se proyectan dos imágenes y dos voces, la voz lejana y perdida del niño y la del adulto que, desde el presente, la idealiza. La pausada y pormenorizada descripción de las labores cotidianas de los barberos, relojeros, artesanos se embellece con la traslación al universo mítico (Villena, 2010:146). También el despertar del adolescente al amor se sugiere en clave mitológica: inmóvil mediodía en las eras calientes/ cuando un sátiro joven deja caer el cho­ rro de agua de su flauta. En «Bajo la dulce lámpara» se contraponen el universo interior y la realidad externa. El muchacho que recorre el atlas con el dedo se forja un maravilloso mundo a partir de sus lecturas de Verne, Defoe, Dumas, Salgari. El paso del tiempo le enseña que no será un aventurero, ni un pirata, sino poeta, cuyo des­ tino se halla en la contemplación y la espera. La dulce lámpara, bajo la que el sujeto poético hallaba cobijo y seguridad, se apaga y el adolescente, solo ya, se enfrenta a la complejidad de la vida: «La vida es como un bosque». Junio (1957) es el libro más sensualista de Pablo. Representa la cima de lo pa­ sional, el amor pleno. El poema que da título a la recopilación, «Junio», se cons­ truye sobre la contraposición de dos tiempos y estados emocionales. La plenitud amorosa del ahora, en verano, será añorada cuando en el otoño persi­ ga el amor perdido. El tópico del carpe diem se renueva en el texto, al alterar su distribución temporal. Si en los sonetos clásicos «Mientras por competir con tu cabello» o «En tanto que de rosa y d’azucena» se aconseja gozar de la belleza ju­ venil antes de la llegada inexorable de la vejez, aquí se parte de la futura búsque­ da del amor para reafirmar el gozo presente (Martínez Fernández, 2005: 66–8).

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Como buen barroco, tras el paganismo de Junio, Óleo (1958) supone un re­ torno a la religiosidad. El libro, fruto de una crisis personal, refleja además una crisis creadora y de grupo. Si el desengaño amoroso y el sentimiento de culpa le hacen refugiarse en la religión, la escasa resonancia alcanzada por sus libros y, en definitiva, por la estética de Cántico, va a determinar que Juan, Ricardo, Julio y Pablo guarden silencio y desplieguen otras actividades: Juan se consa­ gró a la investigación arqueológica, Ricardo se volcó en el flamenco, Julio si­ multaneó la representación de maquinaria agrícola con la venta de antigüedades y Pablo se dedicó a la confección de tapices y reposteros con la colaboración de Miguel del Moral. Dentro del conjunto destaca «Palacio del cinematógrafo». La alusión al cine entronca con algunos poetas del Veintisiete que lo incorporaron a sus poemas (Alberti, Cernuda) y adelanta más de veinte años su empleo por los novísimos Gimferrer y Vázquez Montalbán (García Galán, 2010:169–71). El poema mezcla como en un collage escenas cinematográficas e imágenes del amor secreto con la tristeza y soledad del personaje que, hacia el final, intemporaliza y universali­ za su sueño: Vendrás. Alguna vez estarás a mi lado/en la tenue penumbra de la noche ya eterna/ Sentado en la caliza del astral anfiteatro/ te esperaré… Además de ese memorable poema, la influencia del séptimo arte en la obra paulina se aprecia en el patetismo de «Llanto de la hija de Jephté», «Verónica», «Las Santas Mujeres», eco de los mejores dramas del cine clásico, y en los re­ cursos expresivos que toma prestados de aquél: el flashback, los planos pano­ rámicos, los planos­secuencia, los planos de detalle, el fundido en negro (Roso, 2009:196). En 1965 se trasladará a la costa malagueña y abrirá junto a su amigo Pepe de Miguel una tienda de antigüedades, «El Baúl», en Torremolinos. El entusiasmo contagioso de un grupo de poetas y pintores — Pepe Infante, Fernando Merlo, Bornoy, Pepe Aguilera— le animará a escribir un poema, «Cándido», que leerá en el homenaje que le rindieron el 11 de marzo de 1971 en el bar «El Corral» y que incluirá en su siguiente libro. Según recuerda el poeta: «Ellos vinieron a re­ cordarme algo que quería olvidar: la Ramera esa [la poesía] que dice Vicente Núñez». También ese mismo año Ángel Caffarena le publica, en edición cuidada por Bernabé Fernández–Canivell, un conjunto de trece sonetos rescatados de lo escrito entre 1940 y 1961, Almoneda. El resurgir poético de Pablo coincide con el declive de la poesía social y la aparición de los poetas novísimos, que van a defender los postulados que ya proclamara Cántico: el esteticismo, el culturalismo, la importancia del lenguaje; incluso los estudios de Guillermo Carnero (1976) y Carlos Clementson (1979) van a reivindicar la significación del grupo cordobés como puente entre el Vein­ tisiete y la poesía de los años setenta. A partir de entonces la obra de Pablo

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García Baena se convertirá en referente inexcusable de las promociones poéti­ cas de los 70, 80 y fin de siglo. Su riqueza de registros ha permitido que cada una de ellas encuentre aspectos con los que sentirse identificados: el modernis­ mo, la riqueza del lenguaje, el decadentismo, el cine, la incorporación de lo coti­ diano (Eduardo García, 2010). El segundo ciclo poético se reanuda con Antes que el tiempo acabe (1978). Las constantes temáticas y estilísticas de su obra anterior se prolongan, pero con otras modulaciones. Permanece el tono elegíaco, mas ya no proviene del edén perdido de la infancia sino de la vida vivida. Hunde sus raíces en el tópico clásico del tempus fugit y lo recrea desde el vitalismo y con un elemento esteti­ cista, manierista que despierta el interés de los novísimos (Lanz, 2009: 100). Dentro de la primera sección, «El Amor», hemos seleccionado «Como el árbol dorado 1» y «Viernes Santo». El primero puede considerarse como una moder­ na égloga, en la que el yo poético rememora desde el invierno de la soledad el amor en un escenario arcádico:

Era el marzo feliz que oreaban los vientos: primaveral basílica los juncos erigían, las varitas de san José, de avena como lluvia menuda y recado secreto la cardenalina lleva por alfarjes de ramas. Pero la conciencia de la fugacidad de la pasión le revela la falsedad teatral de la vida:

Pero el cielo era puro y fugaz y la loca alegría de vivir, esa máscara errante y beoda reía bajo el galoneado raso del capuchón del dominó talar, otorgando antifaces que realidad cubrían. La tendencia a la dramatización del erotismo culmina en «Viernes Santo», composición en la que se funden la muerte de los amantes y la de Cristo. El amor es presentado como un ritual de destrucción recíproca, en la que los amantes personifican sendos Judas: pliega tus alas sobre mi carroña, / sobre mi carne viva/ suave buitre ígneo, rapaz tormenta deseada. El vínculo entre pa­ sión y religión determina que la atmósfera se sacralice y se impregne del voca­ bulario de las Sagradas Escrituras: no caiga sobre mí la sangre de este justo/ pues solo quise amarte. La percepción del deterioro temporal se amplía a la casa, la ciudad, la patria. El apartado «Las Ciudades» contiene el recuerdo melancólicamente airado de

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las viejas ciudades amadas: Delfos, Córdoba, Venecia. «Córdoba» se inicia con un verso del poeta árabe Ibn Zuhayd «¿A quién pediremos noticias de Córdo­ ba?». La cita sirve para establecer el paralelismo entre la destrucción de la Cór­ doba Omeya nueve siglos atrás y la especulación urbanística de los siglos XX y XXI. El sujeto poético actual comprueba cómo ha sido destruida en aras de una falsa idea de progreso y de una modernidad mimética y sin raíces (Clementson, 2009: 69). Ese rechazo al expolio le impulsa a retornar al paraíso perdido, a la Córdoba infantil, emblema y cifra de sí mismo, para retenerla al menos en el co­ razón y el recuerdo: Edén siempre perdido/ concédeme el recuerdo y su llave de niebla. En «Delfos» se establece una analogía entre el motivo barroco de las ruinas y el paulatino aniquilamiento del poeta. El enunciador increpa al tú autorreflexivo por consultar al oráculo de Apolo: ¿Qué esperas del oráculo...? Recordemos que el sujeto poético de «Tentación en el aire» se identificaba con Apolo y que, ya viejo, persiste en su devoción por el dios de la belleza, la poesía y la música; al final el tú se ofrece en sacrificio y avanza solo en la noche hacia el enigma,/ desnudo hacia la voz, al desolado/ carril del destino. Miente, habla,/ silente trí­ pode. Tras haber obtenido el Premio de Poesía Ciudad de Melilla, Fieles guirnaldas fugitivas verá la luz en 1990. El libro, dividido en once partes de tres poemas cada una, abunda en los temas esenciales de su obra: los libros, los viajes, los amigos, la religión, el amor. Como sugiere el título, persiste lo elegíaco, pero en registro manierista. De los tres poemas que contiene «Excelso muro», hemos escogido «Rincón Nativo». Se trata de un monólogo interior, en el que el personaje, don Luis de Góngora, actúa de correlato del yo poético. La tensa relación entre la ciudad y Góngora se ajusta el código de l’amour courtois. La dualidad que encierra la ciudad amada — hermosa, pero ruin y turbia—, el contrate entre aquella y el sumiso amante y el frecuente uso de las oraciones adversativas ratifican un su­ frimiento que sublima poseyéndola por la palabra poética: Pero te hice mía/ te muré de diamantes, lapidario que talla/ en boato palabras para aderezo tuyo. En «Rama fiel», dedicado al ilustre bibliófilo y mecenas poético Bernabé Fer­ nández –Canivell, medita sobre la precariedad del lenguaje en un escenario que rebosa elegancia y suntuosidad modernista. Aunque fugaces, los poemas como las guirnaldas dan fe de la vida, la belleza, el amor y la amistad. El título de su último libro, Los Campos Elíseos (2006), alude polisémicamente al nombre de la calle malagueña, donde residía Bernabé Fernández–Canivell, a la avenida de París así llamada y al paraíso pagano — el edén perdido es uno de los leit–motiv de su obra— al que acceden los justos tras la muerte; está organi­ zado como una gran pieza musical, en la que cada una de las partes o movi­

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mientos desarrolla sus propios temas, mas dentro de la orquestación general:«Obertura sobre XVII temas de viaje», «Cuadros de una exposición», «Impromptu hispalense», «Contrapunto», «Oratorio». El poema introductorio, «El Concierto», actúa como una declaración progra­ mática. La palabra Ecbatana, escuchada en el bullicio de las conversaciones, adquiere la condición de sortilegio, de palabra mágica evocadora de múltiples resonancias. Y es que la poesía, al menos la de Pablo, es como la música sólo misterio y precisión. En «Museo» el poeta interioriza la contemplación del cuadro. El vaso de las li­ las pintadas, goteantes desencadena la evocación del país secreto de la infancia a través de la memoria sensitiva: mas olían…. La sección «Contrapunto» es, sin duda, la más personal del libro. «Edad» se inicia con un condicional —Si yo fuera mayor— y describe en potencial un cua­ dro nórdico, entre idílico e irreal. La segunda parte arranca con un sí y se sitúa en el presente —Sí soy mayor — y se tiene conciencia del paso del tiempo, de la incertidumbre ante el futuro. Ya no hay sueños ni eternidad. La protección que ofrecía Dios bajo el árbol de la vida desaparece y es reemplazada por la machadiana barca de la vida — Y a la mañana al sol, junto a la barca—; por eso lee, en permanente interrogatorio consigo mismo, el libro de los días y no un hermoso libro ya leído (Rey Hazas, 2009: 160­61). Tras este repaso por la trayectoria poética de García Baena, hemos de concluir resaltando la trascendencia de su obra en el devenir de la lírica española de los últimos sesenta años, además de su devoción a la Poesía, más allá de modas, elogios o desprecios. El poema que dedica a Luis Cernuda, «Albanio», contiene una imagen «salamandra de oro» que define a la perfección la misión del poeta. Al igual que la salamandra vive en la lumbre, el poeta experimenta la escritura como una pasión, como un fuego en el que se consume; el proceso creador, asociado a la alquimia, transforma la materia poemática en metal precioso, en cegadora belleza, que nos hace vibrar y descubrir otra mirada del mundo. Felipe Muriel Durán

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BIBLIOGRAFÍA CARNERO, Guillermo — (1976) El grupo Cántico de Córdoba. Un episodio clave de la historia de la poesía española de postguerra. Estudio y antología, Madrid, Editora Nacional. CLEMENTSON, Carlos — (2009) «Excelso muro. Córdoba en la poesía y en el orbe de Pablo García Baena», en Antonio Rodríguez Jiménez (ed.), Pablo García Baena, la liturgia de la palabra, Madrid, Visor. GARCÍA, Eduardo — (2010) «El legado de Pablo García Baena», en Celia Fernández Prieto (ed.), Pablo García Baena: misterio y precisión, Sevilla, Renacimiento. GARCÍA DE LA CONCHA, Víctor — (1987) « Pablo García Baena o el arte de la memoria sensitiva», en La poe­ sía española de 1935 a 1975. De la poesía existencial a la poesía social, II, Ma­ drid, Cátedra. GARCÍA GALÁN, Teresa — (2003) Esteticismo como rebeldía. La poética de Pablo García Baena, Sevi­ lla, Renacimiento. GONZÁLEZ IGLESIAS, Juan Antonio — (2009) «La tradición romana en la poesía de Pablo García Baena», en Martín Muelas Herraiz y Ángel Luis Luján Atienza (coords.), Pablo García Baena. Leer y entender la poesía, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla–La Mancha. LANZ, Juan José — (2009) «Por una razón elegíaca: Los Campos Elíseos y la poesía de Pablo García Baena», en Martín Muelas Herraiz y Ángel Luis Luján Atienza (coords.), Pablo García Baena. Leer y entender la poesía, Cuenca, Ediciones de la Univer­ sidad de Castilla–La Mancha. MARTÍNEZ FERNÁNDEZ, José Enrique — (2005) Grupo Cántico de Córdoba. Comentario de poemas, Madrid, Arco Libros. ORTIZ, Fernando — (2007) «La poesía de Pablo García Baena», en Lírica andaluza contemporá­ nea, Córdoba, Almuzara. REY HAZAS, Antonio — (2009) «Tiempo, misterio y precisión: la poesía de Pablo García Baena a la luz de Los Campos Elíseos», en Martín Muelas Herraiz y Ángel Luis Luján Atien­ za (cords.), Pablo García Baena. Leer y entender la poesía, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla–La Mancha.

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ANTOLOGÍA DE TEXTOS (1946–2009)



TENTACIÓN EN EL AIRE Sabía que vendrías a hablarme y no te huía, demonio, ángel mío, tentación en el aire. Sabía que tus ojos ahogarían mis ojos cansados ya de largos horizontes de hastío y de copiar tranquilos paisajes de remanso. Antes de verte, lejos, te adiviné en mi alma, como algún fauno joven que con su flauta báquica avivara en mi carne un fuego leve, quieto, amenazado casi de apagarse algún día, rodeado de hielos, engaños de mí mismo. Al escuchar mi oído la brisa de tus voces, ángel mío, demonio, tentación en el aire, aquel día que el cielo brillaba y era agosto sentí en mi alma un roce de blandas plumas blancas como si frescas alas me nacieran de pronto, y mi ser se llenara de pájaros cantores. En silencio, callado, yo te entregué mi alma, aquella que había sido espada victoriosa, que había decapitado todas las tentaciones a ti, mi ángel malo, te la entregué sin lucha, y tú con tu sonrisa, ¡Oh tu risa que hiere! arrancaste de mí los altivos laureles y casi sin mirarlos, despreciaste a aquel que alargando la mano te los daba vencidos. Por seguir tus caminos dejé en un lado a Cristo, tentación en el aire, ángel mío, demonio; deserté de las blancas banderas del ensueño para seguir, descalzo, tus huellas que manchaban. Abandoné los quietos pensativos cipreses levantados al cielo, místicos del paisaje, para pisar el polvo y las ruines hierbas

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que ocultan con sus verdes el agua cenagosa. Robaste de mi cielo las piadosas estrellas, aquellas que eran tenue revuelo de cristales caído del regazo virginal de la tarde, y sólo me dejaste a la impúdica Venus, brillante de lujuria, y al ciego Amor, el falso, el inconstante, el loco, el que adorna su frente, no con la eterna yedra sino con la guirnalda de los mirtos lascivos y las rosas de un día; aquel que con sus risas ha trastornado al mundo sin ver nunca si el dardo que alegremente arroja hiere sólo la carne o llega al hondo espíritu hasta hundirlo en la muerte o en la locura acaso. Quisiera ser la rota columna decadente, aquel ángel mancebo perfecto entre sus bucles, o mejor, el Apolo que ayer recibió culto y que hoy sepultado bajo la tierra espera el día de volver a las nubes olímpicas, mientras que las raíces se enroscan a su cuerpo —a la gracia del niño tan sólo comparable y a las sencillas flores de los valles idílicos— como viejas y oscuras serpientes milenarias. Todo lo que a tu alma, tentación en el aire, demonio, ángel mío, arranca de su frío quisiera ser, y humilde ofrecértelo todo, para que ya pasado un momento de fuego me despreciara más tu cruda indiferencia; pero en ti hay algo que es mío y no lo sabes, algo que entró de mí a pesar de ti mismo, y es esa indiferencia que te hiela los labios a la que yo amo más que a la amable sonrisa que no pasa del rostro. ¿Qué sabes tú de esto, ángel mío, demonio, tentación del aire? Del helado placer de sentir el desprecio, y del llorar alegre, ¿Qué sabes tú, qué sabes?

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Aunque me hayas quitado a Cristo, el que perdona, el comprensivo, el dulce, el manso Jesucristo, un día volveré al alba, ya cansado, con mis descalzos pies sangrantes de la senda y lloraré las lágrimas, las que tú no ves nunca, hasta borrar el último recuerdo del pecado. De Rumor oculto (1946)

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ODA A GREGORIO PRIETO Una mano entre rosas…¿Recordáis? Tintas pálidas de un violeta abatido. Venía en «Blanco y Negro». El fondo era un quiosco lleno de enredaderas y un jarrón de escayola opulento en la brisa sobre la escalinata de un jardín pensativo. Yo era entonces un niño, casi un adolescente. Recuerdo los problemas:«Si un vendedor de vinos vendiera las arrobas a…» Veo las viejas clases y aquel patio de mármol donde en francés gitano don Luis nos hacía rezar el Padrenuestro. Era el tiempo en que todos recortábamos estampas. Algunos, boxeadores. Otros, sólo volcanes. Unos Marlene Dietrich era su favorita que sonreía ambigua fumando entre sus plumas en un café con nieblas de estación o de puerto. Recortábamos nubes con la tijera azul de nuestros ojos limpios y en la clase de Física, cuando bajo el fanal el pájaro expiraba, con el mayor sigilo, a través de las bancas me llegó la postal de una mujer desnuda. Yo era entonces un niño, casi un adolescente, pero ya adivinaba, Gregorio, qué tristeza derrumbaba la frente en aquellos muchachos de tus dibujos, donde la yedra se enredaba entre sus manos como sortijas de deseos. Había corolas mustias que esperaban tu soplo y niñas corroídas de un vitriolo lento tronchadas sobre el yeso amargo de los parques y cuerpos que vibraban al paso de otros cuerpos como los bosques vibran al paso de las corzas.

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Y tú ibas anudando las largas crines blancas de los caballos turbios en brumas de los mares, que se erguían sobre olas de amaranto y de veneno con despojos de amor bajo sus cuatro cascos: una carta, unos rizos, una entrada de cine. Ibas abriendo rejas de jardines secretos donde morían sirenas con su cola de llanto y alcobas desplegaban sus cómplices cortinas manchadas por el zumo de dos seres en lucha sobre el lecho, monarca invencible y nocturno. Te veo bajo la lluvia agitando tus alas, vendando el rojo párpado de las áureas palomas, estatua, grito, dios de mármoles y línea, apoyado en los cisnes de aquella escalinata donde un beso olvidado gime entre rosales. Te adivino en el ronco funeral de las trompas que acompaña al otoño con sus sedas ajadas, en el ángel que enjoya de ruinas y perlas el ojo gigantesco del ocaso embriagado por labios que pronuncian el nombre del amante. Un guante abandonado en un sendero triste, un nido, pensamientos morados como el cáncer, dedos ensangrentados de escribir en la máquina, azucenas, sonrisas, lagrimas como escamas tañen entre los sistros de tu mano su historia. Gregorio Prieto. Piras de incienso te proclaman. Por largas avenidas de tilos y lamentos pasean los muchachos y bajo puentes húmedos la cabellera errante del agua entre los tréboles va susurrando, queda, tu nombre en la caricia. De Mientras los pájaros cantan (1948)

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LA CALLE DE ARMAS Así te amaba, voz lejana, cuando decías: Amanecía entonces en la calle de Armas… Era un carro ruidoso de gaseosas, sifones y aguas medicinales donde la aurora, dulce, sonreía como en triunfal cuádriga de leonados caballos. Cantaban enjauladas, desde los hondos patios, las perdices, y el santero enlazaba de frescos heliotropos el cetro de la Virgen del Socorro. Abrían los torneros sus puertas, y en la tienda cercana de tejidos colgaban de las perchas, rígidos, los capotes y las listadas telas flameaban al indolente aire como paramentos suntuosos abatidos sobre murientes fiestas. Las barberías humildes, el azogue manchado del espejo, irisaban de un rosa pálido de pomadas, de un azul de colonias, de verdes brillantinas, como un pavo real entreabriendo el ocaso purpúreo de su cola. Y los moldes de lata para dulces, las jaulas, las parrillas, los grandes rayadores, como escudos vencidos de guerreros, colgaban en la puerta del latonero hábil, donde el estaño finge un pez que salta líquido. En el número 7 de la calle de Armas, al pasar, el estío soplaba sus vaharadas de esencias turbadoras: inmóvil mediodía en las eras calientes cuando un sátiro joven deja caer el chorro de agua de su flauta. Allí estaban las hoces, las trallas, los rastrillos, las cribas, los sombreros de segador, los bieldos, y Junio respiraba coronado de adelfas que mustian los deseos con sus labios ardientes. Sobre los grandes canastos se encontraban la yesca y el laurel victorioso, las navajas y el huevo de zurcir calcetines; y en papeles aparte, la sal y los cominos, el azafrán bermejo, como cabellos cárdenos de corsarios

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turquíes, el orégano amargo y el perejil fragante. María Francisca, abeja en panal de almidón, con delantales blancos de caladas vainillas, por la confitería repartía la dicha en cajas de sorpresa, con estampas brillantes de fabulosos pájaros en selvas irreales y misteriosas cruces que acercando a los ojos, enseñaban la casa santa de Loreto o la gruta de Lourdes. Cuando la tienda estaba dormida en las bateas al sopor de las moscas, sus prodigiosas manos, con tibias tenacillas y el ámbar de sus uñas, rizaban los manteles albos de los altares, los amitos, roquetes, los pañizuelos eucarísticos y los mismos repliegues, idénticas cenefas que bordaban de crema los pasteles de hojaldre, cándidas margaritas, abullonadas nubes, rodeaban el sacro pelícano sangrante y el vellón inocente del Agnus Dei. Con un largo quejido anunciaba el sillero amarillas aneas, y el vendedor de cuadros extendía sus cromos donde una mujer rubia, con el cabello suelto y felpa de brillantes, desde una rosaleda, arrojaba a los cisnes blancos copos de almendro, mientras la muerte rema, adornada de flores, por el viejo taller del relojero, en la dorada barca del tiempo, al compás de la péndola, tenue cual la guadaña abatiendo las mieses. Así, lejana, voz perdida, te amaba cuando decías: Era el amanecer en la calle de Armas… De Antiguo muchacho (1950)

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BAJO LA DULCE LÁMPARA Bajo la dulce lámpara, el dedo sobre el atlas entretenía al muchacho en ilusorios viajes y un turbador perfume de aventuras salpicaba de sangre el mar antiguo de los corsarios. Los galeones, como flotantes cofres de tesoros, eran abordados por las naos piratas y el yatagán , las dagas, los alfanjes se hundían en los cuerpos cobrizos y las manos violentas arrancaban la oreja donde el zafiro lucía como Vega en la noche. Las arcas destrozadas de alcanfor y palosanto volcaban el carey, las telas suntuarias y el coral, no tan ardiente como el beso del bucanero en los pálidos labios de las virreinas. Las antiguas colonias Veracruz, Puerto Príncipe, el índigo Caribe y las islas del Viento conocen las hazañas de bajeles fantasmas y Maracaibo canta con los esclavos su desgana a la luz que deshace la cabellera ébano de los banjos en un río de jengibre. Otras veces al soplo suave de Favonio, empujado por Tetis y las verdes Nereidas, el Mediterráneo dorado por la escama de los delfines dejaba su plegaria fugitiva de algas en las votivas gradas de los templos. Allí Venecia en el otoño adriático mece en la ola púrpura su cesto de corrompidos frutos, desfalleciente en el abrazo joven de los gondoleros, y las jónicas islas se yerguen como mitras de mármol sobre las aguas. En su lento carro de bueyes rojos avanza Egipto y Alejandría, Esmirna, Ptolemaida, brillan en el noche como un velo bordado de sardios cuyos pliegues sujeta la diadema de Estambul allá en el Bósforo fosforescente. El incansable dedo atravesaba Arabia y el cálamo aromático ceñía con un mismo turbante de cansancio

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las cinturas de los amantes. Al crepúsculo, surgía Persia como un lento girasol de fastuosidades, y el bárbaro etíope, negro fénix llameante, consumía sus entrañas en el furor celoso de la caza mientras Ceylán los bosques de canela y caoba silenciaba con el ala de sus pájaros misteriosos. Muchacho infatigable, bajo la dulce lámpara, tal vez buscaba una secreta dicha apenas confesada en su interior. Cuando los días pasaron, él ya supo que su destino era esperar en la puerta mientras otros pasaban. Esperar con un brillo de sonrisa en los labios y la apagada lámpara en la mano. De Antiguo muchacho (1950)

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LA VIDA ES COMO UN BOSQUE Oh, sí, la vida es como un bosque. Un bosque donde un día entramos confiados. Un bosque interminable que sólo acaba cuando creemos liberarnos de sus torpes lianas, de sus cicutas híbridas y de la saeta cómplice y venenosa de sus flores. Cuando los ojos ya desencajados creen haber encontrado el fin de la terrible pesadilla del bosque y una luz de esperanza se enciende en las pupilas, en las pupilas que al momento frías quedarán como el límpido cristal de una custodia, porque es sólo la muerte quien puede liberarnos, sólo la muerte con su vaho pálido, sólo la muerte es consuelo… Pero la vida, oh, sí, la vida es como un bosque. Yo voy bajo los árboles que estrechan mi camino, bajo alerces gigantes, bajo sauces y álamos y castaños que estallan de esplendor a mi vista, y a veces me detengo y en las cortezas tiernas que esperan toda seña escribo con las uñas mi destino. Y cuando es primavera me diluyo en el aire violado de las lilas e ingenuamente gozo viendo abrirse la aguja blanca de los jazmines, y el gorrión cansado de mi mirada se posa en las mujeres desnudas que acechando por entre viejos árboles son iguales que flores armoniosas y mi boca se enreda en la culebra de sus pintados labios cuando huyen los ángeles. A veces pasan sombras por mi mismo camino. Amigos o enemigos que se cruzan, que pasan ocultando sus virtudes o derramando el bálsamo agrio de sus pecados donde innúmeros gusanos barbotean su hambre.

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Pasan, y yo he sentido la delirante garra de un jaguar que mecía con ternura mi corazón. Era el amor. Y amé las sombras que pasaban, las sombras que pasaban soberbias con sus dones inaccesibles. Amé la altivez escarlata de unos labios, la línea noble de algún cuerpo ágil, unas manos que se esquivan y se enlazan como palomas amantes, el azul de la nieve en unos ojos, y amé también las sombras que se ofrecían humildes. Sentí sobre mi alma el halago suave y enervante de un terciopelo. Era el odio. Y bebí sediento de su copa, sorbo tras sorbo, tras caer rendido en la tierra del bosque. Y odié el cautivo pájaro de la sangre en el cuerpo, los ónices prohibidos de las ojeras, la estremecida música de los silencios y el turbio vino amargo de los abrazos presentidos. Oh, sí; la vida es como un bosque, un bosque donde al alba resuenan las lejanas arpas suavísimas, desvanecidos coros que tiemblan como telas de araña entre los árboles y hay días en que el bosque serena todo viento y se hace pequeño y casi débil como el nácar rosa de las caracolas y es dulce pasear esos días por los senderos íntimos, por las sonantes frondas, hasta llegar junto a la fuente donde descansaríamos inmutables, la fuente con el agua tantas veces anhelada, la fuente que en sus ojos tiene nuestro reflejo. Pero hay que seguir caminando porque la vida es como un bosque. Un bosque donde sopla furioso un viento rojo que roe nuestras carnes, en esos días en que los árboles se doblan bajo huracanes de deseo y los cuerpos gimen en las madrugadas de insomnio bajo el dolor indescriptible de las caricias y hasta las mismas estrellas derraman gota a gota su misteriosa sensualidad. Y estos días teñidos con las ardientes flores del alazor también pasan.

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Oh, sí, la vida es como un bosque. Un bosque sembrado de esqueletos y sal, un bosque donde se balancean rígidos los ahorcados en cada árbol. Un bosque que se entristece en el otoño con la verdina que oculta los párpados de los suicidas, de los que quieren talar rápidamente el bosque interminable y su mirar se quedó cuajado para siempre en el crepúsculo. Y en estos días hay que gritar hasta que los espejos caigan hechos puñales porque el pelo flotante de una mujer ahogada pasó acariciando nuestros rostros. Gritar, gritar…Por el camino pasarán las sombras y nadie preguntará por nuestro grito. Solamente los perros aullarán temerosos a la muerte o la luna y el grito hecho columna será lo único que pueda sostenernos, Pero, lejos, ¿no se oyen las flautas? Oh, sí, la vida es como un bosque. De Antiguo muchacho (1950)

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JUNIO Oh, sé que he de buscarte cuando el otoño abrume con sus frutos goteantes la tierra, cuando las mozas pasen mordiendo los racimos como si fueran labios, cuando las piernas rudas de los hombres se tiñan con la sangre púrpura de las vides y quede una canción flotando en el azul helor de la tarde madura. Oh, sé que he de buscarte. Cuando caiga en el río el beso desmayado de la última adelfa buscaré tus pisadas sobre la arena tibia donde tu cuerpo expiraba bajo el mío como un tallo verde en el suspenso mediodía. Oh, sé que he de buscarte cuando el dormido cisne del otoño aletee en su nido; pero Junio es ahora un pastor silencioso que coronan los oros sagrados de la trilla, y yo bebo en tu cuerpo la música desnuda que languidece en los violines lentos de la siesta. Oh, sé que he de buscarte cuando la campiña despierte del letargo amarillo de los élitros; pero ahora es tu cuerpo sólo, tu cuerpo junto al mío, mientras junio incendia de felicidad los montes más lejanos y el río besa tímidamente nuestros pies como si Narciso nos contemplara con sus diluidos ojos verdes de agua. De Junio (1957)

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PALACIO DEL CINEMATÓGRAFO Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero. A través de un oscuro bosque de ilusionismo llegarás, si traído por el haz nigromántico o por el sueño triste de mis ojos donde alientas, oh lámpara temblorosa en el cuévano profundo de la noche, amor, amor ya mío. Llegarás entre el grito del sioux y las hachas antes que la rubia heroína sea raptada: date prisa, tú puedes impedirlo. O quizás en el mismo momento en que el puñal levanta las joyas de la ira y la sangre grasienta de los asesinatos resbala gorda y tibia, como cárdena larva aún dudosa entre sopor y vida, goteando por el rojo peluche de las localidades. Ven ahora. Un lago clausurado de altos árboles verdes, altos ministriles, que pulsa la capilla sagrada de los vientos nos llama; o el ciclamen vivo de las praderas por donde el loco corazón galopa oyendo al histrión que declama las viejas palabras, sin creerlas, del amor y los celos: «Pagamos un precio muy elevado por aquella felicidad»; o bien: «Ahora soy yo quien necesita luz», y más tarde: «Tuve miedo de ir demasiado lejos», en tanto que el malvís, entre los azafranes de technicolor, vuela como una gema alada. Ah, llega pronto junto a mí y vence cuando la espada abate damascenas lorigas y el gentil faraute con su larga trompeta pasea la palestra de draperías pesadas junto al escaño gótico de Sir Walter Scout. Vence con tu áureo nombre, oh Rey Midas; conviérteme en monedas de oro para pagar tus besos, en el vino de oro que quema entre tus labios,

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en los guantes de oro con los cuales tonsuras el capuz abacial de rojos tulipanes. Vendrás. Alguna vez estarás a mi lado en la tenue penumbra de la noche ya eterna. Sentado en la caliza del astral anfiteatro te esperaré. Tal ciego que recobra la luz, me buscarás. Tus hijos estarán en su palco de congelado yeso, divertidos, mirando increíbles proezas de cow–boys celestiales, y yo ya sabes dónde: impares, fila 13. De Óleo (1958)

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COMO EL ÁRBOL DORADO 1 Como el árbol dorado sueña la hoja verde, ahora que no estás y en los bosques nevados cruje lívidas urnas, fantasmal, el invierno, los jóvenes deseos a la deriva quieren cubrir tu memorial de húmedas laureas. Era el marzo feliz que oreaban los vientos: primaveral basílica los juncos erigían, las varitas moradas de san José, la avena como lluvia menuda y un recado secreto la cardenalina lleva por alfarjes de ramas. Así como la tierra mi corazón hinchado germinaba de ocultas semillas sepultadas. Así como la tierra nupcias al mar ofrece el oleaje crespo de los besos unía labio y tierra en anillos de herrín indestructibles. Veíamos el mundo juntos sobre la roca… Qué lejos el sollozo, los dioses, la leyenda que luego tú serías, rojeantes racimos de riparia cubriendo, armoniosa, tu estatua cuando ya fuiste mármol inaccesible y ciego. Pero el cielo era puro y fugaz y la loca alegría de vivir, esa máscara errante y beoda reía bajo el galoneado raso del capuchón del dominó talar, otorgando antifaces que realidad cubrían. La tristeza, una calle por donde no pasábamos, la poesía, una flauta que gime abandonada y el rezo y los sociales lazos y la amistad, esa vieja burguesa con labor de ganchillo, nos vieron ir desnudos bajo las constelaciones.

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Sabíamos que un soplo acabaría con todo: estancias en la noche centelleante de arañas, copas alzadas, senos, más hielo, el jardín rosa y verde de la aurora irrumpiendo en cristales, desgarrando la cola satén de la huida. Sabíamos que un soplo…Y que no volvería aquel vino jamás a mojar nuestro labios. Confusamente turbia tiendo la mano ahora hacia la puerta, arcano, tarot, encantamiento, y allí encuentro tu mano entreabriendo el recuerdo. De Antes que el tiempo acabe (1978)

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VIERNES SANTO A Jesús Torres Hace frío en los atrios esta noche, ascuas de cobre sobre los braseros aviva la criada y la helada ginebra enfría el labio. Roberto Carlos baja tu voz desde el Brasil, oh cuerpo tuyo, oh alma mía asómate al gallo, no, no le conozco, a la mirada, no, no quiero ver, sólo tu pecho entreabriendo rosa oscura a la táctil araña de las manos. Y está el Pretorio frío con el alba, jaspes yertos, columna, y desnudo, desnuda hasta la sangre, nos desnudamos, rito, sobre el lecho, cordeles lacerantes de los besos, caricias aprietan, tiran, tinta la res del sacrificio, soldados, carcajadas, extinguidas antorchas humeantes, oh qué hambrienta vesania, brasas, bocas ardiendo, crepitantes leños rojos, la túnica de loco arrodillado busca, ya no blanca, ni grana, ni violeta, sí rígida por las costras, por el rayo fulmíneo que derriba y no apagues la luz quiero verte los ojos, averigua quién te dio el golpe, el mazo martillea los clavos en la fragua, tafetanes ungiendo sacerdotal desdén, y tú me quieres, vino nuevo embriagando mis venas, arterias al ocaso como dalias, no apartes este cáliz, esta hiel, está el campo del alfarero ya comprado con las treinta monedas, húmeda arcilla donde clavar alarias plateadas, plateados placeres, marea embravecida y plateada luna, tinieblas, rueda el dado ciego y un vaho de hedor sube de los sepulcros, pliega tus alas sobre mi carroña, sobre mi carne viva,

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suave buitre ígneo, rapaz tormenta deseada, lluvia sangrienta empapa el monte oscuro, la adarga, los arneses, fluye cárdena sobre las blancas sábanas, los lienzos taponados de rubíes, no caiga sobre mí la sangre de este justo, pues sólo quise amarte. De Antes que el tiempo acabe (1978)

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DELFOS A Julio Aumente Martínez–Rücker Alza la frente de almenados bucles entre montañas, roto perfil póstumo, cuyos cabellos negros como el bosque carmena el lobo. Alza la frente y vuelve tu mirada al apagado astro de la tierra; ningún augur dijo de tu ruina, altiva Delfos. Inertes aras tenazmente mudas ocultan signos, amordazan lenguas, mientras altos vigilan al acecho feroces dioses. ¿Dónde tu voz? Carneros otomanos gotean su lardo por tus mármoles y el exarca cubrió de joyas bárbaras apoxiomenos. Crecieron tus laureles para el cónsul, el dux, el victorioso, los tiranos; te asolaron sacrílegas pezuñas del bestiario. Olvido fue cerniendo las arenas. Fugaz nube es la púrpura…Fielmente el jaramago erige gualdas flautas, hímnicos cantos. ¿Qué esperas del oráculo, Pablo García Baena, si tu vida es recuerdo, tapiado columbario donde un cadáver se deshace celosamente embalsamado por ti de algalias olorosas y están tus pasos numerados como un libro

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que dudoso repasas a la lámpara y donde sólo falta el colofón y las exequias en final viñeta? ¿Qué intentas que te diga esa velada Pitia, esa obstinada esperanza furiosa que se remueve como alimaña entre el heno segado, si para ti ya ha muerto el amor y los días son naipes que abandonas de un juego ya perdido? ¿Qué haces en la noche de Delfos, junto al abismo que arañan los olivos, con el lejano pavés del mar sagrado centelleante a la indecisa luna y el canto de los alemanes de un «tour» profanando la calma augusta de las piedras? Si ya el aviso de la anocheciente corneja sonó lóbrego y Apolo huyó de ti llevándose la luz, ¿no será esta la noche del balance, noche de la balanza donde arrojes tus días, los mortales obsequios oferentes, solitario, pobre, casi cincuenta años, tímido, huraño, callado y sonriente Pablo García Baena? Despójate del íntimo pingajo, del último jirón, tiernos harapos enmadreciendo heridas, zarpas, gritos, y avanza solo en noche hacia el enigma, desnudo hacia la voz, al desolado carril del destino. Miente, habla, silente trípode. De Antes que el tiempo acabe (1978)

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CÓRDOBA A Carlos Castilla «¿ A quién pediremos noticias de Córdoba?» Porque las piedras que amabas a la tarde han sido derribadas, talados los cipreses y su claustro de salmos silencioso, destruidos los arcos, el capitel rodó sobre la ortiga y los artesonados aplastaron blasones, soberbia, yelmos, gules… Corrió la lagartija sobre lises y las manos falaces arrasaron vergeles, enmudeció la esquila en la espadaña, abatieron dinteles, picaron tracerías, hundieron hornacina y a la venta pusieron atauriques, teselas, surtidores, plata ilustre de ofrendas y cobraron monedas de la traición tus hijos, subastaron tus lágrimas, oh madre, patria mía. No había más belleza en este mundo. Por las calles de cal, cuando furtiva ajena sombra iba enamorada, incansable de sol a sol, tejiendo el embeleso de luna a luna, telones de murallas, celosías de altas clausuras, palmas de sombra sobre tapias blancas, era ya sólo amor el escenario, la letanía armoniosa de los nombres: Muro de la Misericordia, Alcázar Viejo, Plaza de los Aguayos, Piedra Escrita, Tesoro, Hoguera, Cidros, Mucho Trigo. ¿Qué ramos de tristeza los naranjos al cielo levantaban? ¿Qué soledad y sus arpas de relente enfriaban heridas como joyas? Fuentes cegadas, oigo vuestros caños por la memoria,

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vivas gargantas sollozantes. Palpo el mármol, los fustes, las verdinas sobre bronces ecuestres. Aromas como anillos ciñen nupcias, suben por galerías desvaídas: jazmín morisco, lilas, ajedrea. Edén siempre perdido, concédeme el recuerdo y su llave de niebla. Don Luis se alejó por la calleja, el Duque miró el ángel dorado del ocaso, volvió al baño Lucano y tus hijos de la campiña fueron a trabajar a Düsseldorf. Amarillas banderas como présagas aves codiciosas enlutaron terrazas. Usura y avaricia la heredad repartieron destruyéndola, dividieron tu luto, echaron suertes sobre el solar patricio, fonsque sophiae mientras te disfrazan percalinas para el siniestro carnaval turístico, oh inmortal, eterna, augusta siempre, oh flor pisoteada de España. De Antes que el tiempo acabe (1978)

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EL RINCÓN NATIVO A don Luis de Góngora y Argote

Hermosa sí lo eras pero ruin y turbia. Y te invoqué de lejos cuando me preguntaron, llorándote perdida y te rogué, sumiso amante que ya teme leteos en la noche, y espera el abandono y es el ascua del celo como garra de cólera, adunco sacre torvo que el corazón rasgara goteante en balajes. Bella sí y deseada. Pero yo te hice mía y te muré en diamante, lapidario que talla en boato palabras para aderezo tuyo, sabiendo de tus urnas caducas de soberbia, de tus lúbricas ovas ahogando linfas claras. Mas en el duro jaspe se inscriben nuestros nombres para siempre, nupciales, los vínculos esdrújulos, mientras te yergues fría y desnuda en la almena de aquel excelso muro.

De Fieles guirnaldas fugitivas (1990)

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RAMA FIEL PARA BERNABÉ ¿Servirá este rasado terciopelo burdeos para lucir el dije, el lujo de las ágatas en el perfil ausente del camafeo, la ceca del vellón y la taza de la monje de Ágreda? Y quedará completo el anaquel con vidrios de Castril y la herrumbre del llanto en lacrimarios? ¿Desplegará el marengo su red, como verónica, en el garbo caliente de la arcilla andaluza? ¿Estará ya la cámara? ¿Y el cuadro de Jaraba donde, mediterránea, pasea una Albertine con el quitasol rojo en la órfica siesta de un mar que se amorata de vivas buganvillas? ¿Y podrán mis palabras desvaídas, confusas como ramo de lilas pintado en un espejo romántico, copiar una vida, jardines de los días ardiendo, breves, leves, fugaces? * * * ¿Podrías? Ya está cerca tu noche. Y la frontera. Si una voz te invitara: «Acompaña el viaje de todo lo que amaste, como en antiguas tumbas», ¿salvarías del silencio la belleza, el amor? La belleza: el Auriga, el Poseidón.No. Aquel muchacho de Muñices en la azuda de Martos. El amor… Una brasa encandeciendo muerte, pero sólo aquel nombre que hizo amarga tu vida. La libertad también: una bruma elevándose. Y tu ciudad: la calle de tapias monacales

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con pasos que se alejan en la acera del ocaso y el recuerdo extendiendo su mano en la limosna. Y la amistad te queda. Qué yedra de cariño sonando como arpa por las escalinatas, por los lirios que abren florones medievales cuando Bernabé sube a los Campos Elíseos. * * * ¿Servirá el terciopelo? ¿Servirán las palabras? Paciente va ordenando el tiempo en el bargueño: las cartas de Luis y la llave de Emilio… Esta hortensia de invierno para asombro de Irene. ¿No será todo humo? En los altos estantes se alinean los libros, biográficos cofres de poetas que cuerpos y laureles creyeron verdes y eternos como los ojos de Atenea. No será todo humo. Su mano va posándose en la lúcida copa que un capelo decora, el nácar de un nautilus, el carnet de unos valses; y los dora, sereno, en su melancolía. Está la puerta abierta. Llega hasta la terraza la música del mar, sus flabelos lejanos, y entre los balaustres y el jarrón de las pérgolas la tarde ofrenda fieles guirnaldas fugitivas. De Fieles guirnaldas fugitivas (1990)

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UNA LUZ VIGILA EN LA NOCHE Una luz vigila en la noche. Acerquémonos al poeta en el momento de la crea­ ción. Sí, lo veo, está solo. Y lo imaginas, como tú tantas veces, bajo la cruda lámpa­ ra en altas madrugadas. La noche, auspiciadora de embelecos, iluminada por la llama de amor viva en la noche de los místicos, oscurecida por el capuz de las nubes en la noche lúgubre de los románticos. La noche de sombras de Poe, la noche de amadas inmóviles de Bécquer, la noche que ríe descarada en las tabernas de Catulo, acompaña desde los libros el reducido cuarto. Y nos acordamos, en la indecisión de las líneas escritas sobre el papel blanco, de la cita de Lamartine: Musa, contempla a tu víctima. Así solitario y rebelde hasta con su propio creador, de tal forma es humano, irá naciendo el poema. En busca de ese don disputado avaramente, escatimado a veces, se moverá el poeta obstinado y sonámbulo por su cubil de sombras: allí están el amor y la soledad y la muerte. El poeta los revive fúlgidamente como en aquellas viejas fotografías iluminadas por un fogonazo de magnesio. A veces es la luz cruel y devastadora la que ilumina por dentro la carne del poema. Otras, por el contrario, la tristeza irá dorando suavemente de otoño las viejas ruinas de los días. Mas la frontera entre realidad–arte y ficción–vida es mínima y el poeta llega a crear un en­ gaño veraz. Tan veraz que Ortega y Gasset escribe que el poeta aumenta la realidad. De Poética de creación (1994)

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CANTORAL DE OTOÑO Viví siempre en Córdoba en la colación del apóstol [San Andrés], cerca de su iglesia. Allí un inmenso altar barroco, de traza de Pedro Duque Cornejo, es también como un otoño de vendimias reptando por las columnas salomónicas y los repisones donde ángeles mancebos pesan, en un abrir y cerrar de ojos, deseos y consumacio­ nes. Y era en ese último día de noviembre la liturgia grave y martirial, con casullas solemnes de un rosa plateado de sangre desvaída, sangre antigua vertida que los si­ glos han convertido en ormesí de gloria. Todo humo, ceniza, niebla, incienso, oto­ ño. La trompetería del órgano y los coros cantaban, fuera también el viento, la salutación del aspa de suplicio en la voz de Jacobo de Vorágine: «Cruz preciosa adornada de miembros sacros mejor que de aljófares ricos…» Rígido de brocado, el procónsul Egeas presencia el tormento, como en una tabla de Pedro Romana y al­ guien se arrodilla alanceado por la gracia de un sol que enriquece, violeta, las vi­ drieras (pp.18–9).

VICENTE ALEIXANDRE Y CÓRDOBA No olvidó Vicente a Córdoba, «serena y celeste». ¿Y cómo habría de olvidarla si te­ nía siempre, junto a él, acechándole, el retrato de don Luis de Góngora? Halagaba a Vicente que los visitantes repararan en su parecido con don Luis: la calva de pórfi­ do, según Dámaso, la boca desdeñosa, la nariz en fina curva, las saetillas de los ojos, oscuras en el cordobés, traspasadas de mar y oleajes en Vicente. El hogar de la poesía española que era la casa de Vellintonia, 3, se abrió a la visi­ ta espaciada, discreta de los poetas cordobeses y el escenario imborrable entró en nuestras vidas: el cedro oscuro y alto meciendo claror y noche sobre la tapia escue­ ta, la reja que daba paso al jardín y su pórtico y, una vez dentro, la simplicidad casi monacal del mobiliario. En homenaje a una luz y a unas tierras distantes, sobre una bandeja cercana, se ofrecía un vino andaluz y delgado para regalo nuestro. Y siem­ pre una pregunta:¿Y Córdoba? (pp. 62–3). De Los libros, los poetas, las celebraciones, el olvido (1995)

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EL CONCIERTO Los músicos eslavos desanudaron sus corbatas de lazo y guardaron la música en los estuches carmesíes. Atardecer y brisa sonaban en las copas vacías sobre manteles blancos, bebidos ya los vinos que dejaban en los labios amargura y deseo. No, esto no es el Concierto Campestre de Giorgione. Reían las mujeres en lejanía cercana de la umbrosa alameda donde el río es espejo de carnales espumas. Y una palabra sola ¿quién lo dijo? ¿qué voz hizo el conjuro?, ¿quién convocó el grave andante de los tiempos?, quedó flotante, luna roja ascendente en sonoro silencio: Ecbatana. Se hizo la noche claveteada de crueles estrellas como la armadura de un guerrero medo que la muerte acechara. El joven violinista del cabello revuelto, la mano del arco en el regazo amado dice: tal vez sea la música, igual a esa palabra almenada, sólo misterio y precisión. De Los Campos Elíseos (2006)

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MUSEO Había un vaso de lilas pintadas, goteantes en aquel lienzo de la Frick Collection. No eran las que comprara mi madre, recién alba, en el huerto de Cobos. Mas olían a infancia y a pupitre, abriendo alguna puerta a ese país secreto, amargo y dulce. De Los Campos Elíseos (2006)

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EDAD Si yo fuera mayor, lo cual parece casi imposible, amaría los ríos limpios entre las aneas, el arco de las truchas, las ocas paseando una tras otra tras la orilla, bobas y solteras como señoritas puritanas, la campana sonando lejana en la heredad, todo como lo viera alguna vez en un paraje nórdico. Y allí, bajo el árbol de la vida, sentarme a leer un libro hermoso, ya leído. Pero sí, soy mayor y amo aun lo que apenas si recuerdo: la madrugada alta y su ginebra, la nuca que termina en rizo último entre mis dientes, despertar con el alba y con el miedo de no saber quién duerme entre las sábanas, la ola blanca y fría dejándome en el cuerpo la escarcha de los christmas, su ventura augural del año nuevo. Y a la mañana al sol, junto a la barca, leer el mismo libro de mis días. De Los Campos Elíseos (2006)

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LOS PATIOS El patio surge espontáneo y libre en todos los barrios: Por Santiago, en las calles con los viejos nombres del Sol, de las Siete Revueltas, del Tinte. El Alcázar Viejo, los aprisiona de murallas en San Basilio, Martín de Roa, Postrera, San Francisco, en sus calles gremiales, Armas, Lineros, Sillería. Estrechez mosaica en las esquinas de la Judería, en Albucasis, en Manríquez. Por San Lorenzo, el agua delgada de las ca­ ñas riega las altas macetas de colgar en Escañuelas, Montero, Buenos Vinos, An­ queda, Palomares. Recintos que recata la celosía de las enredaderas en Santa Marina, calles de los Moriscos, los Marroquíes, con su casa de paso hacia el albero de La Lagunilla. Las llaves de San Pedro abren, sobre las tapias, el racimo del pitimi­ ní y las mosquetas, el árbol del paraíso, el denso olor caliente de las acacias por las Almonas, el Baño Bajo, la Palma, el naranjal de la Magdalena, la plaza de las Tazas. Gravedad de los siglos pesando en el reloj catedralicio por Santa Clara, la Encarna­ ción, la calleja del Tesorero. Toda Córdoba patio. Toda Córdoba atrio de Roma, edén árabe, huerto judío y si alguien puede llamar suyas las rosas, será esta Córdoba de los mayos felices, de las noches largas como miradas en la fiesta (pp. 35–36).

AHORA QUE LOS DÍAS PASAN ÁGILES Árboles de la sierra que nos visteis pasar…así sonaba la voz de Ricardo Molina cru­ zando los bosques del tiempo. Sí, ramajes oscuros en rodil de lanzas del castañar cercano a Piedrahita, madroñales de bolas rojas, ebrias por el aleteo de los abejaru­ cos, almezos alzados en mástiles solares para el descanso del zorzal y del herrerillo. Senderos de cabras ascendiendo por el monte hasta Pino Galano, trochas de la cuesta de la Traición, atajos de Piquín y de la Aguardentera. Veneros, alcubillas, fuentes del Arco, del Elefante, de la Encantada, aguas vírgenes, derramantes, bebi­ das en las manos de los que amábamos. Lagares, en tierras albarizas, de Sandua, la herrumbrosa veleta del Ángel con giro chirriante de octubre, Alto Paseo sangriento en la noche de los migueletes, Rosal de Tres Palacios, aljibe y manadero para la sed del ganado, cencerros lagrimeantes al atardecer. Ofrecía la sierra la bandeja fresca de hojas con las bayas del ojiacanto, de moras zarzales, de uvas agraces; la flora me­ nuda e inocente de las églogas: el tomillo, los juncos, la torvisca. Toda Santa María de Trassierra, río y arroyos, montañas y caseríos, palmo a palmo, en universo que ya habitarás siempre, paisaje interior al que te asomas en desasosiego, y es una mano que calma fiebres y desencanto (pp. 22–23). De Córdoba (2009)

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VARIACIONES



LA VIDA EN LA CIUDAD La vida es como esa ciudad a la que nunca llego a mudarme. Entro en ella con billete de vuelta abierta tras pasar los controles de seguridad en la puerta de Salidas. Mis ojos, desencajados, advierten que algo oscuro parecido al dolor ha quedado atrapado en mi caja torácica. Tan sólo podría salvarme en un lugar en el que la primera persona del singular no existiera. Pero la vida pasa en esa ciudad a la que nunca llego a mudarme. Yo viajo en transporte público. Paso delante del edificio Chrysler y de una farmacia. Reciclo. Busco bajo las baldosas el sentido de algo. Lo escondo bajo mis uñas. Hay unos labios pintados, que son los míos, que buscan unas manos entre cafeterías y parques a finales de marzo. En octubre tiemblo. La ciudad está llena de sombras que comen pipas. Yo voy siempre distraída. Me choco con ellas. Nos ignoramos, porque en esta ciudad somos de hormigón y azufre y las manos se quedan frías, las pupilas frías. Decir ‘buenos días’ sería como tratar de abrir con la nariz cajas fuertes. Odio nuestros cuerpos con ojeras, cuando parece que se quedan sin sangre, y actúan a cámara lenta en un bar en silencio. Ya sólo nos abrazamos a través de la letra de algunas canciones si tu mano izquierda roza mi ojo derecho. En esta ciudad en la que no consigo llegar a vivir, suena el pitido de los semáforos para ciegos, que nos advierte que los edificios se vuelven viejos. Antes de encerrarnos en los sanatorios, aún queda un momento para ver los recuerdos por la tele

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en orden cronológico inverso y continuar, entre pasos de nivel y trasbordos, con los ojos disecados. Los días en que soy capaz de llegar a esa ciudad que es la ciudad en la que siempre me imagino, se hace otoño. Pienso en bailar, mientras aún mis labios estén rojos. Los ojos huecos. La anatomía de esta ciudad no es más que mi sistema circulatorio de hierro y arterias con prisas. Obstruido. Podría colocar cargas explosivas alrededor de todos mis hogares y hacer que vuelen. Saltar, derribarnos. Pero queda el grito hecho columna. Gritar. Gritar. Que la lluvia de ventanas me destroce las amígdalas. Lejos, aún suena algo de música indie. Mamá me dijo que la vida era como un bosque. En la ciudad, un viento rojo mueve las pestañas. Ana Castro Valero Variación del poema “La vida es como un bosque”

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SI ESCRIBO EL FINAL Y MEJORO MI DESTINO La vida es como un bosque para el recién venido. Un bosque extenso si la suerte lo quiere, un bosque lleno de sorpresas como hojas, un bosque por el destino ya escrito. La vida es como un bosque ­ y el mío es frondoso ­, lleno de enredaderas que provocan mi tropiezo, lleno de zarzas muertas que arañan mi alma, lleno de salvajes animales, pero inteligentes, lleno de vida muerta en la maleza. La vida es como un bosque y el mío es completo, lleno de sensaciones que invaden el aire puro, lleno de historias que no tienen final, lleno de criaturas que como flores lo adornan, lleno de vida sin C02, puramente natural. La vida es como un bosque ¿quién lo niega? Si paseo entre la arboleda verde sin madurar, si conozco el puñal de la vida y la muerte, si veo la pena mortal del sufrimiento. Si escribo el final y mejoro mi destino. La vida es un bosque por el que me quiero perder: descubrir la sabiduría del amor, recorrer otros bosques que me traen la suerte, llenos de melodías que me cuentan: Oh, sí; la vida es como un bosque. Javier Martínez Moreno Variación del poema “La vida es como un bosque” — 69 —



OCTUBRE La expectación de lluvia me trae recuerdos de octubre. De otros octubres de noche, cuando octubre era solo agua sobre los chopos, desdibujando los caminos en la ribera. El olor azul en la retina. Nosotros. Y sin embargo ahora, octubre no es octubre, y nadie sabe nada. Busco noticias entre las piedras de la muralla, en las orillas del río, sobre la albufera. Y solo llega el recuerdo de otro octubre, cuando octubre eras tú, nosotros y el agua (la ciudad lejos, sin mirarnos). Nadie sabe nada de ese octubre, ni del otoño suave oscureciendo la piedra, y la noche acuosa se ha diluido. Me dicen que solo queda este octubre sin octubre. La luz sin luz. ¿Y a quién pedir noticias de octubre, si octubre ya nos ha abandonado? Lucía López Zurita Variación sobre los poemas: “Solo tu amor y el agua”, “Edad”, “Córdoba”

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SI YO FUERA MAYOR Si yo fuera mayor, lo cual parece casi imposible, amaría los ríos limpios entre las aneas, escucharía a las calles heridas por el tiempo, oiría a los sabios árboles de la plaza, transmitiría la costumbre que algún día murió, acabaría lo que nadie pudo acabar. Y allí, bajo el árbol de la vida, descansaría yo. Pero sí, soy mayor, y amo aún lo que apenas sí recuerdo: una noche olvidada en el pasado, una vida recordada en un suspiro, un sueño que no fue nunca contado. Y a la mañana al sol, junto a la barca, cantar el mismo canto de mis días. Alberto Ortiz Parra Variación del poema “Edad”

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MI UNIVERSO Ligera, clara, transparente… Como leve lágrima de otoño que cae suavemente entre el follaje de este bosque, que mansamente se tiñe de los colores apagados del atardecer. Yo te observo, te miro, te quiero, me regodeo, disfruto del verde color de tu iris y de la intensidad que emana tu pupila. Eres el todo, mi ser, los órganos que dan vida a este inmenso y destartalado aparato. Pero gracias a ti mi alma es tan rica e infinita como la tenue luz que recorre la vía láctea. Todo gracias a ti, a tu verde encantador, que hace brotar la más linda de las primaveras en mi corazón; a tu pelo revoltoso e inquieto, que baila al son de la música del viento. Y a la gracia divina que te ha sido regalada, y que se esconde en el ente más puro, frágil y bello… tú.

Álvaro García Aragón Variación sobre los poemas “Tentación en el aire” y “Junio”

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POR SEGUIR TUS CAMINOS Sabía que vendrías a hablarme y, sin embargo, no lo creía. Sabía que tus ojos ahogarían mis ojos y, sin embargo, rehuía. En silencio, callado, yo te entregué mi alma, mi frágil alma, para que la mimaras, pero la heriste y me la devolviste deformada; mi alma ya no era mía, mi alma ya no brillaba. Por seguir tus caminos abandoné los míos, dejé a un lado mis sueños y seguí tu rastro, débil y difuso. Abandoné los quietos cipreses que tanta sombra me habían dado, y tomé otro camino. Robaste de mi cielo las luminosas estrellas, esas que tantas noches me habían salvado de la oscuridad, y el firmamento de repente se fue apagando. Quisiera ser la rota columna decadente, que antes fuera pilar de tus cimientos, para sostener tus sueños y luego elevarlos. Lola Sierra Cano Variación del poema “Tentación en el aire”.

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MIENTRAS EL FRÍO MELLA LA INMENSIDAD Oh, sé que he de mirarte cuando el amanecer con su bruma borre los sueños dormidos, cuando los pájaros canten en la mañana como si fuesen flautas, cuando tus ojos entreabiertos sean lo primero que vea tan temprano y que nosotros deseemos volver a despertar y sentirnos de nuevo. Oh, sé que he de mirarte. Cuando yerren las predicciones que anuncian nuestro mal veré tu sombra tímida donde el sol radiante nos busque como un vigía oteando el horizonte. Oh, sé que he de mirarte cuando los floridos campos alegren nuestra primavera; pero ahora el alrededor es un sombrío lirón que está observado por árboles desnudos, y nosotros pensamos que volverá el amanecer que consigue llenar de colorido el ambiente. Oh, yo sé que he de mirarte cuando el verano extiende su ardor por las colinas; pero ahora solamente te siento a mi lado, mientras el frío mella la inmensidad y nosotros buscamos simplemente ser felices como si una sonrisa surcase el paisaje explorando amaneceres. Juan Miguel Sánchez González Variación del poema “Junio”.

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BUSCARÉ TUS PISADAS BAJO LA ARENA TIBIA Buscaré tus pisadas bajo la arena tibia tus pisadas sobre la arena tibia pisadas sobre la arena tibia sobre la arena tibia arena tibia tibia tibia arena tibia la arena tibia sobre la arena tibia pisadas sobre la arena tibia tus pisadas sobre la arena tibia Buscaré tus pisadas sobre la arena tibia tus pisadas sobre la arena tibia pisadas sobre la arena tibia sobre la arena tibia sobre la arena tibia la arena tibia arena tibia tibia tibia arena tibia la arena tibia sobre la arena tibia pisadas sobre la arena tibia Buscaré tus pisadas sobre la arena tibia

Carmen García Navarro Variación del poema “Junio”

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NO ERAS TÚ POETA DE LO ETÉREO No eras tú poeta de lo etéreo sino hombre de sed. No eras tú ni un quizás ni un “lo dejo a medias”. No eras tú vago deseo de tarde, sino firme realidad pronunciada. No eras amor de verano ni besos rotos. No eras un adjetivo, aunque sería interesante descubrir una palabra con tu esencia. No eras dos pies en el suelo, jamás, sin embargo, te vi las alas. No eras de esos ni de aquellos, nunca descubrí tus planes. No eras de los que gustan soñar imposibles, tú amabas ser el imposible. No eras tú escritor de miradas, sino persuasor de suspiros. No eras trueno ni relámpago, sino melancólico rayo de luz. No eras tú la serpiente ni la paloma, sino el dulce y amargo vacío. No eras tú compañero de nadie, sino sutil traidor de todos. No eras tú quien discutía con la almohada, sino quien dejaba esa tarea para otros. No eras tú un romance, ni un soneto, sino la estrofa que desespera al poeta. No eras tú domador de palabras, sino cazador de mis versos. No eras tú poeta de lo etéreo, sino hombre de sed. María Barral Gil Variación del poema “Plaza de Juan Bernier”

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TE ESPERO Impares. Fila 13. Butaca 3. Te espero como siempre. Tú sabes que estoy aquí. Te espero, aunque tardes milenios en colocar tu corbata en el sitio correcto y te demores entre trajes de etiqueta y perfumes caros que para ti no son nada; te espero, como el plan que nunca falla, yo siempre estoy aquí, siempre aquí, ya sabes dónde: impares, fila 13, y como siempre, espero. Gema Rodas Cuevas Variación del poema “Palacio del cinematógrafo”

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EL QUE TODO LO AMA El que todo lo ama con las manos despierta la caricia de las cítaras, convierte los suspiros y la magia del momento deslizándose como nota entre ritmos, degusta el tacto de sus dedos la huella de éstos y sus heridas se acumulan en la pasión escondida del hechizo. Dibuja en cristal señales de vaho, las manos temblorosas del contacto disfrutando cual líder pletórico, y con el pico frío de sus uñas monda la oliva efímera del beso. El que se lamenta, el que no avanza tras paredes de llanto y el que encuentra su placer cuando saborea el delirio, el que rebusca en la poesía de cada prosa la desgana observable de sus ojos, el que consigue la belleza de lo simple contra su simpleza, como una figura ausente sobre cemento tallado y moldeado, ese que pisa, sombra, desdeñoso, el pavimento de las madrugadas. El que ama un instante, peregrino voluble, de la flauta hasta los labios, de la adrenalina al miedo, de los nudos a la garganta, del frío al témpano, de la mirada al ágata, de la lágrima a la mueca y tras ella, pendiente va ahondando el olvido de las risas cercanas, suaves sonidos de lejanías, leves roces, todo un mundo en desorden completo, y él va cantando, ruiseñor nocturno, capricho y galanía, bajo la luna. Y el que besa llorando y el que sólo sabe ofrecer y aquel que cubre el pecho, para no querer, de azul indiferente, sonrisa

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y un guardián lleva cuidadoso devorando su corazón de gules… Todos, la noche maga con su rezo los enloquece, clava en sus pupilas la presencia de su oscura silueta, les da a probar odio entre sus brazos; les roba en el rincón de sus enseres, los trae y los lleva como viento en tormenta, aliviadas las brisas de súplicas, de cabelleras náufragas de sangre, y los devuelve dulces, poseídos, hasta la playa bruna y solitaria sin arena que acariciar y de sal llena. Elena Lucena López Variación del poema “Amantes”

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LOS BAÚLES DESPEDAZADOS DE PERFUME Y CAOBA Bajo la suave vela el dedo sobre el mapa hacía soñar al muchacho con fantásticas travesías y una naciente ilusión de aventuras llenaba de oro el añejo mar de los bucaneros. Los navíos, como majestuosos portadores de joyas, eran asaltados por los buques piratas. y las balas, los puñales, las tizonas se clavaban en los cuerpos cansados y las violentas espadas arrancaban el corazón donde la esperanza lucía como luna en la noche. Los baúles despedazados de perfume y caoba volcaban el nácar, las telas de seda y la plata, no tan cálida como la pasión del corsario en los delicados amores de las virreinas. Las viejas colonias Veracruz, Santo Domingo, el turquesa Caribe y las islas Antillas saben las vivencias de galeones amantes y Portobelo susurra con los exploradores sus ricos tesoros que son robados de las entrañas de la madre Naturaleza en un río de sudor del Sol. Otros tiempos con las susurrantes olas de Poseidón arropadas por la belleza de Anfitrita y el valiente Tritón, el Mare Nostrum brillante por el colorido de los corales arrastraba su ejército poderoso de criaturas en las silenciosas orillas del mar. Allí Atenas en la primavera egea acoge en la costa dorada su legado de culturas remotas, recordado en la memoria incansable de los helenos, y la isla chipriota emerge como el coloso de Rodas sobre las aguas. En el calmado Mármara nace Estambul y Ankara, Urfa, Éfeso, lucen en la oscuridad como una estatua rodeada de perfección cuyos pies sujetan el Tigris y el Eúfrates

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allá en el lejano oriente. La mente inquieta atravesaba Jerusalén y el lento ocaso abrazaba con un mismo cerco de hospitalidad los siglos de historia. Al amanecer, surgía Mesopotamia como un ligero recuerdo de extravagancias, y el jardín colgante, verde suspiro fugaz, anhelaba su energía en el tierno calor de las entrañas mientras Sumatra las selvas de especias y esencias acogía con el fulgor de sus gigantes copas. Chico soñador, bajo la débil vela quizá esperaba un pequeño consuelo apenas despierto en él. Mientras las horas transcurrían, ya imaginó que su futuro era aguardar silenciosamente aunque otros gozaran. Aguardar con un brillo en los ojos y la consumida vela en la mano. Helena Alcolea Ruiz Variación del poema “Bajo la dulce lámpara”

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EL NIÑO EN LA NOCHE ATENDÍA A LA LUNA Bajo la dulce lámpara, el niño en la noche atendía a la luna. Ensimismado acariciaba una hoja. pensando si todo cambiaría. Y de repente exclamó: ¡Yo puedo! Elaboró planos y mapas, llenos de ilusión y fantasía. ¡Bendita ánima, pozo de juventud, que alegra el corazón viajero! Yacente el cuerpo al amanecer, con un brillo de sonrisa en los labios, mil hojas sobre su cuerpo, y la apagada lámpara en la mano.

Marta Sánchez Jiménez Variación de “Bajo la dulce lámpara”

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POEMA ACRÓSTICO Pagamos un precio muy elevado por aquella felicidad, Atardecer y brisa Bajo la dulce lámpara. Las sombras pasaban soberbias con sus dones inaccesibles. Oh, sí, la vida es como un bosque. Grafía de los remos hundiéndose: A veces pasan sombras por mi mismo camino. Robaste de mi cielo las piadosas estrellas, Con su destino áspero y hermoso. Inmóvil melodía en las eras calientes: Amigos o enemigos que se cruzan. Buscaré tus pisadas bajo la arena tibia, A ese país secreto, amargo y dulce. Esperar con brillo de sombra en los labios, Noche de la balanza donde arrojes tus días. Antes de verte lejos, te adiviné en mi alma. Esteban J. Serrano, Juan J. López, Tomás de la Iglesia, Adrián Pedraza, Álvaro J. Vera, Fco. Javier Sánchez Poema colectivo: versos sueltos de distintos poemas.

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PABLO GARCÍA BAENA Los niños en el parque. El fruto en el árbol. Los poemas en Pablo García Baena. El fruto en Pablo García Baena. Los niños en el árbol. Los poemas en el parque. Los poemas en el árbol. El fruto en el parque. Los niños en Pablo García Baena. Alberto Paniagua Alberca

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Esta edición de SALAMANDRA DE ORO, número 1 de la colección Cuadernos de SÉNECA DIGITAL, se acabó de imprimir en Córdoba, en el mes de abril de 2011. Han participado en su realización: Juan Antonio Albalá Helena Alcolea Ruiz Eugenio Alemany Mª Dolores Ansio Aguilera María Barral Gil Ana Barranco Pegalajar Rosa Mª Canto Gómez William Barthelmy Cárdenas Lozano Javier Castillo Benedit Pablo Castillo Benedit Ana Castro Valero Esperanza Gallardo Cortés Álvaro García Aragón Carmen García Navarro Cristina Girón Crespo María Elena Granados Inmaculada Gutiérrez Jiménez Alejandro Higuera Rodríguez Tomás de la Iglesia José Mª Jiménez Cabello Juan J. López Ana López Domínguez Lucía López Zurita Elena Lucena López Julia Luque Amo Javier Martínez Moreno Julia Monserrat Relaño Felipe Muriel Ángel Ojeda Belén Ordóñez Díaz Alberto Ortiz Parra Alberto Paniagua Alberca Adrián Pedraza Cecilia Reyes Urbano Gema Rodas Cuevas Gregorio Ruano Jurado Virginia Ruiz Villalba Rafi Ariza Ruiz Raquel Sáez Granadal Fco. Javier Sánchez Juan Miguel Sánchez González Marta Sánchez Jiménez Esteban J. Serrano Lola Sierra Cano Ángel Rafael Torres Álvaro J. Vera David Zurita Cerrato




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