Edición 1716

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Semanario Católico Nacional

Domingo 25 de mayo del año 2014

CASA DE LUZ

El soldado que nunca llegó a casa

Juan Rafael Pacheco casadeluzjn812@gmail.com

Esta es una historia de guerra y todo parece indicar que es verídica. A raíz de la guerra de Vietnam, un soldado iba de regreso a casa. Desde San Francisco llamó a sus padres. “Mamá, papá, gracias a Dios estoy en camino. Quiero pedirles un favor. Traigo conmigo un amigo del alma y me gustaría se quedara a vivir con nosotros.” “Claro, hijo querido, será otro hijo para nosotros. Nos encantará tenerlo en casa.” “Él fue malamente herido. Pisó una mina y perdió un brazo y una pierna.” “¡Cuánto lo sentimos! Pero fíjate, sería preferible que encontremos un lugar para él que no sea en casa.” “No, por favor, es importante que viva con nosotros.” “Tú no sabes lo que estás diciendo. Alguien que esté tan limitado físicamente será una gran carga para nosotros que tenemos nuestras propias vidas que vivir. Regresa tú y ya él resolverá su problema.” “Pero papá, mi amigo es para mí como si fuera yo mismo…” “No, definitivamente no, olvídate de eso. No podemos vivir con alguien así.” Lo próximo fue el clic del teléfono que se cerraba. Pocos días después, recibieron una llamada de la policía informándoles que su hijo había muerto. Había caído de lo alto de un edificio y temían se hubiera suicidado. Al llegar al aeropuerto, un agente los llevó a la morgue. Efectivamente, se trataba de su hijo, y horrorizados, descubrieron que tan sólo tenía un brazo y una pierna.

Así somos muchos de nosotros, iguales a estos padres. Y es que es más fácil amar a la humanidad en general que al vecino, afirma Eric Hoffer. Amamos personas que son hermosas por fuera, divertidas, pero no nos gusta la gente que nos ocasiona inconvenientes o problemas. Preferimos alejarnos de los enfermos, los minusválidos, los que no son como nosotros. Y sin embargo, hay Alguien que no nos trata de esa manera. Alguien que nos ama con un gran amor y que siempre nos recibe, no importa cuán destrozados estemos, física o espiritualmente. Jesús nos dejó un mandamiento: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Mt 23, 37-39). Entonces, ¿somos o no somos cristianos, seguidores de Cristo? ¿Quién es nuestro prójimo? Se los dejo de tarea. Y luego, en aquel otro momento en que nos describe la escena del Juicio Final, Jesús dice palabras que deberíamos meditar profundamente: “Porque tuve hambre, y no me diste de comer; tuve sed, y no me diste de beber; era forastero, y no me acogiste; estaba desnudo, y no me

vestiste; enfermo y en la cárcel, y no me visitaste. “ Y le diremos: “’Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?’ Y él responderá: ‘En verdad les digo que cuanto dejaron de

Henry Roque

hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de hacerlo.’” Y concluye la cita: “E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.” (Mt 25. 31ss). Entonces, esta noche, antes de acostarte, ora a Dios para que Él te de la fuerza de aceptar a la gente tal y como es. Que te ayude a ser más comprensivo con esas personas diferentes a nosotros. Y sobre todo, que te ayude a mantener el diálogo siempre abierto con los hijos. Es de vital importancia que en nuestras familias no tengamos que contar una historia similar a la del soldado que nunca llegó a casa. Bendiciones y paz.

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Este cuento aparece publicado en la página 197 de mi libro “¡Descúbrete! Historias y cuentos para ser feliz”. Disponible en Librería Cuesta y La Sirena.

Madre María

Qué bella eras María y que bella sigues siendo, la llena de gracia y de la gloria del Espíritu Santo. Eras bella por dentro y por fuera, eras bella porque nada tenías y nada querías, pero lo aceptabas todo si venía del Señor. Eras grande porque no anhelabas grandeza, no deseabas mansiones, ni prendas costosas, no había apego en ti de las cosas materiales. Esa era tu fuerza, por eso eres invencible, tu poder procede del Espíritu Santo. En ti María no había lugar para el odio, ni los chismes. Tú preocupación era agradar al Señor y alimentarte de la sabiduría de Isabel, para poder educar al príncipe de los cielos que se gestaba en Tu vientre. Oh dulce Virgen María tu comprendes más que nadie, por eso perdonas por querer minimizar tu grandeza, la cual no queremos igualar a la de tu Dios, porque como tu dijiste: "Mi alma alaba la grandeza del Señor, mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque el ha puesto sus ojos en mí, su humilde

esclava y desde ahora todas las generaciones me llamaran dichosa, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas". Esas grandes cosas son las que le dan su altura, porque ella es nuestra madre, Jesús nos la dio como madre cuando habló con Juan desde la cruz. Perdónanos de nuevo por derrochar tantas energías en detalles que no contribuyen a nuestra salvación. Yo sé que tú nos comprendes. Bendita seas entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.


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