Abz02

Page 14

14

Nuestros pueblos

martes 22 DE MARZo de 2016

el dato

Bello, sosegado y promisorio, hoy escapa al ruido y define su futuro

Sauce Pinto, el pueblo que se rebeló contra un destino aciago La pequeña localidad ubicada a un puñado de kilómetros de Paraná, con no más de 12 manzanas, logró hace algunos pocos años que el asfalto llegara hasta su umbral de ingreso. Muchos años antes, un extraño episodio que dejó su huella en la ruta 12 lo relegó y conminó a un camino de tierra y a la incomunicación durante los días de lluvia.

S

i casi todas las personas tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, por qué no habrían de tenerla los pueblos. Y sólo porque los fracasos de una comunidad quedan en el imaginario colectivo más enraizados que los logros, es que cuando los vientos cambian y comienzan a concretarse los sueños el sabor amargo del tiempo se convierte en miel silvestre. Estos avatares poéticos emergen por estos días en las más de 200 almas que viven en el corazón de Sauce Pinto y se alborozan porque pudieron torcerle la mano al destino y piensan que hay algo para disfrutar más allá de la distancia donde se define su sombra. Finalmente lograron concretar hace cinco años la obra del asfaltado de los 5.000 metros que posee el camino de acceso, superando un episodio pletórico de extrañezas y sinrazón, por ser benévolo en la definición. Los habitantes del lugar son amables y confiados por naturaleza, y cuando refieren al mismo lo hacen con una sutileza prístina: “Antes, la ruta 12 pasaba más al oeste, y las versiones aseguran que la ruta 12 hubiera pasado por Sauce Pinto, pero la población de Aldea María Luisa tuvo más fuerza que la nuestra”, dicen con marcado respeto.

OBRAS. Corría 1966 cuando la traza de la ruta 12 había logrado instalarse a fuerza de la creciente comunicación con Crespo, y todas las ciudades del centro sur de la provincia. Entonces las autoridades decidieron que había llegado la hora de asfaltarla y la maquinaria vial nacional se puso en marcha. El

dibujo original acariciaba a Sauce Pinto, ya que por ahí pasaba la vieja ruta 131 que tantas veces utilizó Urquiza para llegar al Uruguay, y que los unía a San Benito, y desde allí a Paraná. Pero dicen que dicen que el diablo metió la cola y que la traza se desvió trágica y misteriosamente para los habitantes del pueblo, pasando exactamente por el centro de Aldea María Luisa, marginando al pueblo que quedó sumergido campo adentro. Esto explica el quiebre que hace la traza en María Luisa, en una suerte de zigzag que se le hace a la linealidad que la ruta trae desde muchos kilómetros arriba. Y si bien nadie quiere herir susceptibilidades, la mitología se apoderó de este episodio. Pero quizá la versión más ve-

rosímil es aquella que afirma que el ingeniero de Vialidad Nacional que estaba a cargo de la obra –cuyo nombre, quizá con justicia, fue escondido en el los pliegues del olvido– cambió los planos seducido en su convicción por la firmeza de argumentos venales.

HISTORIA. El “Sauce” del nombre es por el arroyo que corre un poco más abajo, entre el pueblo y la ruta 12. El arroyo está colgado a su identidad y sobre él aun sobrevivió muchos años un puente de hierro que alguna vez la fuerza de las aguas lo llevó consigo. En él hubo amor y muerte. Un suicidio aún recordado y un cansado puma que llegó con la crecida y se detuvo a dormir una siesta en el patio de la Escuela 33. ¿Cómo es que ese pequeño y so-

so hilo de agua puede convertirse en una daga de agua que alguna vez se llevó un camionero de Crespo y dejó aislado a todo el pueblo?, se preguntan muchos. Lo de “Pinto” es tributario de la primera familia que asentó en la zona de campos agrícolo-ganaderos. En un viejo plano de 1897 se advierte como Doña Tomasa Jiménez era la dueña, y contrajo enlace con Esteban Pintos, de linaje criollo. Sin embargo, el pueblo quedó nombrado sin la ese final: Sauce Pinto. La primera vivienda data de unas décadas anteriores, en 1849, y en el primer mapa que aún conserva Mirta Pintos, docente de la escuela, la primitiva vivienda de la señora Jiménez de Pintos estaba rodeada de 2.000 cuadras a la ronda, es decir que mucho más que 2.000 hectáreas.

Antes, cuando llovía o crecía el arroyo, el puente de hierro quedaba interrumpido y el contacto a Paraná era por el Espinillo o María Luisa. El Arroyo Sauce sólo era una calzadita sumergible y como paso era muy vulnerable. En un tiempo Sauce Pinto tuvo destacamento policial; después se lo llevaron a María Luisa. Ahora el pueblo quiere crecer armónicamente. En el pueblo no hay desocupados y todos tienen alguna actividad, se ufanan sus autoridades.

Con el tiempo esas cuadras fueron vendidas a los primeros moradores: Don Antonio Boaglio, Pedro Bettoni, Juan Bettoni, Eugenio Pagliusa, Tomás Anichinni y Domingo Dellizzotti, todos ellos forjaron Sauce Pinto. “El pueblo se construyó porque vinieron pobladores, muchos inmigrantes, y se ubicaban al costado del camino principal que es el que va en diagonal a San Benito y Paraná. Ese fue el camino principal y los primeros pobladores compraron”, relata Omar Bettoni, un viejo vecino del pueblo que vive en la entrada de la colonia. Esos terrenos se convirtieron en minifundios, dónde había inicialmente crianza de oveja. En 1870, las tropas de Urquiza se abastecían de agua y el prócer elegía el lugar para que descansen los caballos. Por entonces, era pujante y muchos llegaban para buscar provisiones y traer sus hijos a la escuela que funcionaba en la casa que alquilaba doña Felisa Solaro de Bettoni. “Venían más de 40 alumnos. La fecha de fundación de la escuela data de 1897 y consta en un acta del Consejo de Educación”, rememora la docente. Sus bolichos no fueron menos famosos. En Sauce Pinto se erigieron dos, con marcado renombre. Eran de ramos generales que funcionaban como bares y el pueblo tenía uno en cada punta. El primero fue de la familia Dellizzotti, y el otro de los Garberi, que con el tiempo le dio al pueblo la fábrica de alimentos balanceados Gerbitam. Eran almacenes de ramos generales con sendos sótanos para guardar salames y funcionaban como bares. -Mire- dice Mirta señalando una foto sepia, -ésta que está aquí es Gladis, la mamá de los chicos Ruberto que son periodistas y de Daniel. Durante años ella y su marido fueron los maestros. El pueblo siempre tuvo iglesia, pero nunca cura. La parroquia Nuestra Señora de Luján la mantiene el pueblo y depende de San Benito. “Las primeras misas se realizaban en la casa de Don Juan Garberi, por el presbítero Santiago Manuel Peralta en el año 1937 y por distintas razones se pasa a celebrar misa


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.