Ponete el antifaz

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Alberto Ure, el periodista

de haber recibido casi todos los premios posibles por los especialistas. En cuanto a la obra dramática, es un caso curioso de irregularidad; con picos muy altos o muy bajos, nunca en el medio, Arrabal sigue provocando, como en sus comienzos, escándalo. Él, que estuvo en Buenos Aires por el encuentro en Capital de las Artes, dice que se divierte con eso y que se siente más joven. –¿Esta es la primera vez que viene a la Argentina, Arrabal? – Sí, la primera vez. Me habían invitado varias veces antes pero siempre consideré que era mejor no venir, que todavía no era tiempo. Ahora estar aquí me hace bien porque cumplo un compromiso que tenía con los argentinos desde hace muchos años. –¿Tenía alguna imagen de este país o vino a ciegas? –Tenía muchas referencias, vine con muchas imágenes, creo que con todas las imágenes posibles. El vuestro es un país extraño para mí, siempre lo fue. Fíjense que la última manifestación que hicimos ante la embajada de la dictadura militar fue hecha cuando ustedes ya estaban por tener elecciones. Me llamó un periodista, el corresponsal de un diario, y me dijo que ya no hacía falta que siguiéramos manifestando. Dense una idea de lo poco que sabíamos de vosotros, de lo misterioso que es para los que estamos afuera vuestro país. Lo que no puedo entender es cómo un país como este, tan civilizado, tan de vanguardia en lo artístico, con escritores tan importantes, tuvo que soportar una peste inquisitorial como la que soportó entre 1976 y 1982. –La violencia, Arrabal, es un factor permanente en la historia argentina. –Eso que me dice es curioso, hasta la guerra del siglo pasado con el Paraguay se conoce como una guerra poco violenta. –Todo lo poco violento que puede ser el exterminio de un país. –Pero nosotros tenemos noticias de que los paraguayos mandaban niños a pelear. –Se estaban defendiendo. –Claro, se estaban defendiendo… Esto confirma que sabemos muy poco. –Cambiemos de tema y hablemos, por favor, de su vida en Francia. –Llegué a Francia en 1955. El mío no fue, realmente, un exilio político, fue nada más que el exilio de un escritor. En España no podía, de ningún modo, crecer. La censura funcionaba férreamente y no podía hacer nada de lo que quería. Paradójicamente, en cuanto llegué, estuve internado con tuberculosis, como si tampoco París quisiera que yo respirase. Por suerte después pasó y aquí estoy.

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