entrega de sus respectivos palitos de colores. “Luego, tienen que dormir una siesta al sol en el colchón de don Andrés y después tienen que hacer el juramento de invitar cada uno de ustedes a por lo menos un cucho que conozcan para que se sume al club”. Roque la miró y suspiró un “ff” breve pero fuerte, “¿Y después?”. “Y después me cuentan”, gruñó el Osito a punto de perder la paciencia mientras señalaba con su pata blanca, invitándolo a subir al colchón. Uno a uno fueron compartiendo largas siestas sobre la que fuera la vivienda del anciano.
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