PUIG GARBI 41

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PARLEM DE...

CRISTIANO VIEJO Juan Evaristo Valls Boix, GS San Rafael

La experiencia es un grado. Permite al que la tiene, si es que sabe recordarla sin manipularla, no cometer algunos de los errores que ya se cometieron, si es que sabe recordar las causas de los momentos oscuros y los gloriosos y no tan sólo el fogonazo feliz de anécdotas pasadas. Estas cosas se saben en escultismo: nadie estrena botas nuevas para una marcha y repite alegremente. Pero toda virtud se acaba convirtiendo, llevada a su hipérbole, en un vicio siniestro. La expresión de “cristiano viejo” se hizo popular durante el Antiguo Régimen en territorio español y portugués. Lo que probablemente fuera un comentario para aludir a aquellas familias que mantenían una buena moral cristiana alejada de prácticas pecaminosas y heterodoxas, acabó siendo un hipócrita y vanidoso apelativo para aquellos ciudadanos que no tenían ascendientes que fueran de una religión distinta a la cristiana y que guardaban, por tanto, la limpieza de su sangre con sumo y sacroide celo. Huelga decir que ser cristiano viejo conllevaba recibir un trato de distinción, independientemente de lo maleante y gorrino que fuera el maldito fariseo, y que Pérez-Reverte cuenta gustosamente en alguno de sus libros sobre el capitán Alatriste (Limpieza de sangre) cómo podían procesar y ajusticiar con pocos reparos a cualquier sospechoso con el pretexto de su sangre maculada por ascendencia de un tío abuelo segundo judío por parte de madre. La actitud del cristiano viejo –y esto se dice por suposición e invento y pensando en los cristianos viejos mojigatos y peores– era bien sencilla: podía ser un adalid del infierno dantesco, beber agua de charcos y asearse con orines de asno, amén de otras guarradas que excitarían la imaginación lectora; podía, digo, ser así de amistoso con las moscas y luego confiar toda su honra y honor a la repetición de alguna frase manida del evangelio, o a la recitación de su ascendencia como se recita ahora la alineación de los equipos en los días de fútbol. Goya, de hecho, tiene un grabado tan ilustrador como grotesco de este fenómeno español: se muestra en él a un burro con una gran pizarra llena de burros que representa su árbol genealógico, y abajo una inscripción que reza “hasta su abuelo”. Hasta su abuelo, cristiano viejo, diría el burro; hasta su abuelo, todos burros, diríamos

nosotros. También Sancho presumía de ser cristiano viejo y etcétera. El cristiano viejo gusta de recordar con voluntad de historiador múltiples fechas de importancia nula y enumerar punto por punto hechos de supuesta flema y orgullo que hizo en el pasado. Se le llena la boca recordando una y otra vez lo buen ejemplo que fue para otras generaciones y se palpa la cruz de Santiago que suele llevar en el pecho para hacer ostentación de los grandes valores que representa ese torso todo engordado por la dejadez y los años trasnochados. También se place de recordar que es él quien tiene la verdad y que ya la sabía antes que nadie y que de hecho él mismo la descubrió en cierto año exacto con ciertas palabras exactas. Goza cuando advierte y avisa. Se regocija cuando reclama y riñe y aprovecha de nuevo para hablar de su enciclopédica historia personal antes que para decir algo que tenga que ver con alguien de entre los que habla. Es un estilo. No sé dónde leí que quien se comporta de ese modo “ya tiene su premio”, pues no negará nadie que una gran recompensa por algo son las gracias y la admiración y los elogios, y que cuando tal cristiano viejo recuerda sus fechas y sus ejemplos, se da las gracias y se admira y se elogia, todo a sí mismo. Y también creo recordar que lo que hizo un hombre no es lo que es, sino lo que fue, y que de nada sirve recordar hazañas bélicas si hace tiempo ya que se colgó el yelmo y se pretende constantemente desempolvar la honra. También, que la elegancia y el buen hacer tienen que ver más con el silencio y la escucha que con lo verborreico. Si no, prueben a seguir el rastro de una raposa bramando sobre el poderío de sus armas y la finura de su olfato. Nunca le darán caza. Pero estas cosas, como he dicho antes, ya se saben en escultismo: la experiencia es un grado, y la mejor forma de demostrar que ha sido adquirida es, precisamente, no extenuarse en recordarlo. ¿Presume alguien acaso de que ha tenido la lucidez de ponerse unas botas cómodas para hacer una marcha?

PUIG GARBÍ - REVISTA DE ASDE-SCOUTS VALENCIANS - 20


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