Máximo Gómez

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ACADEMIA DE LA HISTORIA DE CUBA

objeto ni beneficio. ¿Qué ocurriría cuando hubiese una batalla? Esta llegó. Y en el Saladillo, los pobres libertos, dos mil, truecan la alegría de su nueva condición de hombres por la sepultura en las altas márgenes o en el fangoso vado. Los más afortunados mueren abrazados al caliente cañón que escupía, en su seno, estrías de metralla. Después, Bayamo, incendiado, cae en manos de Valmaseda y, con él, las cenizas todavía tibias de El Dátil, el pueblecito querido. La tea se agita en todo el departamento. Entre integristas e insurrectos destruyen ingenios, sembrados y pueblos, y se acorrala al enemigo por hambre y se le rinde por miseria. Gómez permanece asido a Charco Redondo. No le interesa la política, y mientras en Guáimaro trata Céspedes de acordar a los revolucionarios, él, que pendiente de Valmaseda "tomaba notas de cuanto pasaba"(53), pasea a las guerrillas tras los tizones de sus fingidos campamentos. Sabe que allá, en Camagüey, Mora y Sanguily conspiran contra el "gobierno semiautocrático que Céspedes había establecido en Oriente"(54), y que se van a elegir una Cámara y un Gobierno, redactando una Constitución. El, ajeno a todo, incansable, como oficiando, abstraído, un rito, hace la guerra. Los guerrilleros — Lolo Benítez y el montañés Federicón —, que no perdonan hombres ni bestias, y ejecutan a filo de machete a las mujeres encinta, roban su atención. Va de Jiguaní a Holguín, y pese a la horrible miseria del país — en Guanimao han sido exterminadas las jutías, y Francisco Vicente Aguilera, el millonario, duerme sobre una tabla que un negro transporta en la cabeza — se mantiene como por milagro en su jurisdicción, evaporándose ante Valmaseda, que lo busca (53) Ibídem, p. 327. (54) Carlos Manuel de Céspedes y de Quesada, Manuel de Quesada y Loynaz, p. 57.


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