Crónicas de la guerra : la campaña de invasión

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CRÓNICAS

DE

LA

GUERRA

miento que no imitaban los hidalgos españoles. Los voluntarios de Güira de Melena, entre los que figuraban algunos hijos del país, mostráronse contritos y aclamaron al ejército libertador y á sus nobles generales, aunque posteriormente desmintieron sus protestas de adhesión á la causa de Cuba. El botín que se cogió en Güira de Melena, fué incalculable; bastará decir que todas nuestras tropas se vistieron de nuevo; los establecimientos de comercio estaban abarrotados de mercancías y con ellos se barrió, como es de suponerse. En metálico se repartieron nuestros soldados más de 100,000 pesos y otra clase de valores. Como botín de guerra se cogieron 300 armas de fuego y 10,000 cartuchos, aunque se perdieron algunos miles más al ser incendiada la iglesia. Mientras se atacaba Güira de Melena, un escuadrón de Oriente se apoderaba del pueblo de Gabriel, situado en la línea del Oeste, no sin sostener una pequña refriega con un grupo de voluntarios que se atrincheró en la estación del ferrocarril. En Gabriel se apresaron 50 armamentos y medio millar de cartuchos, además de vituallas y equipos. Por la noche fué destruido totalmente el caserío. Nuestro campamento se estableció en las inmediaciones de Güira de Melena. El Cuartel general ordenó que, durante la noche recorrieran la población patrullas de caballería para evitar los desmanes del paisanaje, que casi siempre, es el que comete las mayores depredaciones después de acontecimientos luctuosos. A las ocho de la mañana del siguiente día (5 de Enero), hora en que partimos del castigado lugar, víctima de la obcecación de unos cuantos caciques españoles, no había acudido en socorro de la plaza ninguna de las columnas que vigilaban la línea de Batabanó, á pesar de que la distancia era de cuatro leguas, todo lo más, y el tiempo transcurrido más que suficiente para caer sobre nosotros por distintos lados y obligarnos á levantar el sitio de Güira de Melena. ¿Pretendería Martínez Campos aprisionarnos á la vista de miles de espectadores, de la Habana entera, para tomar de ese modo el más cumplido desquite contra la audacia sin igual de la Invasión? La permanente quietud de las tropas españolas no tenía ya otra explicación razonable, porque no debía suponerse que miles de soldados estuvieran profundamente dormidos durante veinte y cuatro horas, ni que


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