ESMERALDA Por Sasami Hanatsuki ©224.060 ©229.166 Borrador, versión gratuita por tiempo limitado.
I Sintiendo la soledad apoderarse de su persona, observaba desde la ventana del tercer piso hacia el horizonte, donde, a lo lejos se encuentra el muelle, ese del que se despide a los muertos, que envueltos en hielo se pierden en el horizonte. —Tan pequeña y ya ha perdido a sus padres… ¿Qué harán con ella ahora? —Escucha susurrar a una mujer con ropajes de aseo. —Tendrá que venir por ella la duquesa. Es su único pariente —Responde otra mujer que también la observa a distancia. La duquesa… A sus cortos cinco años, ella sabía muy bien quién es la duquesa; Una mujer delgada, con una frente ceñida y un mirar tan verde como el propio, pero sus labios fruncidos siempre tienen una mueca de desagrado cuando la miran, dándole un aspecto desagradable. La mujer tardó dos días en ir por ella, luego del funeral. Todos asumieron que sería tanta su pena y desconsuelo… que olvidó a su única nieta, Tsuki. Esa tarde pudo escuchar resonar unos tacones subiendo la escalera. Ella jugaba con Umi y ambas voltearon hacia la puerta, a la espera de que alguien entrara. Dejaron las muñecas a un lado y se pusieron de pie al ver que la puerta de madera se abría. Allí estaba la mujer, con su mirada ruda observando a las pequeñas. A Agatha no le costó reconocer a su nieta… Delgaducha, cabello tan liso como un chuzo, la nariz tan respingada como la de su hijo y en sus ojos un verde profundo. Se acercó a paso firme y le exigió que saludase como corresponde. —Pareces un niñito de granja, tendrás que aprender a comportarte como una dama refinada — Dijo, con su pequeña nariz bien en alto y los labios torcidos—. Ve por tus cosas. Te irás conmigo y aprenderás modales. Tsuki se quedó quieta, asustada, incapaz de mover un músculo. Recordó en aquellos momentos las miradas reprochadoras que siempre le daba esa mujer y no quiso ir. —Que te muevas te he dicho, ve por tu maleta rápido. ¿Acaso tampoco te enseñaron a obedecer? —Reclamó la mujer, jalando de su brazo hasta el umbral para guiarla por los pasillos.
Su corazón latió con fuerza, y antes de poder llegar a su cuarto para coger bolso alguno, una doncella llamó la atención e interés de la duquesa. El rey solicitaba hablarle con urgencia. La mujer se dejó guiar y Tsuki cogió aquellas maletas guardadas en el ropero dos días atrás… Con esfuerzo las empujó hasta llegar al borde superior de la escalera y se detuvo. Entonces escuchó los murmullos provenientes del despacho del rey Aníbal. Dejándose llevar por la curiosidad, se acercó en silencio para observar a través del agujero en el picaporte y oír mejor. —Señor, no me parece adecuado en nada. Ella es mi responsabilidad ahora y bien puedo encargarme. —Lo sé, lo sé. Sin embargo, usted ya ha criado lo suficiente. Mis hijos tienen la misma edad que ella, por lo que no será una dificultad y estoy seguro de que Gregorio no querría que usted pierda sus años de libertad por amarrarse a una niña. —Gregorio no sabía que estaba bien y que estaba mal, quiero asegurarme de que esa niña sea la dama que corresponde. —Discúlpeme usted, Duquesa. ¿Me pareció entender que esta dudando de mi capacidad para criar a la pequeña Tsu? —No. Me ha malinterpretado, su Alteza. Sólo digo que está muy malcriada y será un peso más en sus ya ocupados hombros. —Yo me ocupo de mis hombros, Duquesa. Y usted, si fuese tan amable… Sé que tiene el mejor interés por Tsuki y la dejará en mis manos sin reprochar. Se alejó para apegar su espalda a la pared de junto, tomó aire por la nariz y sonrío con adrenalina… —No tendré que irme con la abuela —Pensó feliz. Seguro esta era magia divina de sus difuntos padres. Cuando escuchó los firmes tacones de la mujer resonar hacía la puerta, corrió para pararse junto a las maletas y miró ansiosa a la mujer, esperando se despidiese y largase abandonándola allí. Tal como lo hizo el día del funeral. —Te quedarás aquí, niña —Dijo primeramente como si fuese un castigo—. Vendré a verte de vez en cuando. Compórtate —Fueron sus palabras de despedida… y bajó por las escaleras, siempre con la mirada en alto y su peinado tan tieso, como blanco.” II Al abrir los párpados observa somnolienta las blancas paredes del cuarto que ocupa hace un año. Desperezándose, coge un limpiador para el cuerpo y la toalla blanca que guarda en la cómoda, para recorrer los pasillos de piedra de aquel amplio edificio, lugar en que residen los guerreros y quienes
se preparan para convertirse en parte de la milicia, como ella. Sí, a los diez años decidió empezar su entrenamiento y dejar de vivir como invitada del Rey Nevada, quien, siendo gran amigo de sus padres y también un pariente lejano, la cuidó y refugió tras la muerte de estos. El segundo sol que alumbra este planeta al fin comienza a iluminar el cielo cuando la chica cubriendo su espalda con un delgado chaleco cruza el patio y los jardines hasta dar con la reja que separa el sector del inmenso palacio Nevada. Suponiendo que su amiga aún duerme, se detiene a saludar a sirvientes y doncellas; aquellas personas que la vieron crecer y cuidaron con ahínco. Con nostalgia pasa sus dedos por las piedras de la pared mientras llega al despacho en que se citó con Umi, y su vista se detiene en la ventana. Apoyada en el alfeizar, observa a las doncellas que cargan cestos con ropa y avanzan hasta el lago donde piensan lavar. En el cielo solo dos soles se han dispuesto ya, y no hay noticias de la princesa. —Apuesto a que se queda dormida —Suspira para sí, posando la mejilla sobre su palma, y medio cuerpo en el umbral de la ventana. —¿Tsu? ¡Hola! La animada voz provoca que voltee con una sonrisa en el rostro. —Lisa, ¿Qué tal? —¿Qué hace usted aquí? —Consulta la joven, cogiendo sus cabellos en un moño antes de acercarse a saludar. —Umi quiere que le enseñe a sacar crielgre del cuerpo y esas cosas —Toma asiento en un piso ubicado junto al muro, observando a su amiga. —Ya veo —Lisa, que se disponía a sacudir los muebles del cuarto, voltea hacia Tsuki curiosa, con un florero en las manos—. ¿No debería enseñarle un maestro el próximo año? —Sí, como la mayoría, a los doce años de edad. —¿Entonces…? —Quiere que le enseñe ahora. Caprichos de Umi —Se encoge de hombros. —Está llena de ellos, ¿verdad? —Ríe la doncella y contiene la sonrisa, volviendo rápido a sus quehaceres cuando siente que abren la puerta—. Buenos días, princesa —Musita y se inclina mirándola apenas. —¡Madre! Habrá un alud —Exclama Tsuki, levantándose antes de que Umi alcance a responder. —¿De qué hablas? —Confundida, la princesa observa como Lisa deja escapar unas risillas. —Jamás creí que pudieras levantarte temprano el último día del ciclo —Explica, con mirada picara.
—Claro que puedo, últimamente me he despertado todos los días antes de que llegue Cindy al dormitorio. —Felicidades, quizás Cindy ya no necesite ir a despertarla —Ríe Lisa. —¿De qué conversaban? —De lo mimada que eres —Tras las palabras de Tsuki, Lisa no puede evitar una carcajada. —Tsu… En serio, ¿de qué hablaban? —Yo hablo en serio, pero si quieres puedes quedarte con la duda —Sonríe. —Contigo no se puede —Se queja la princesa, viendo como la chica mueve una mesa de centro para hacer espacio añade— Mejor ayúdame con las clases que prometiste. —Ya va, ya va. Sabiendo que va a estorbar, Lisa se despide de sus amigas y en cierta forma, patronas; porque si bien Tsuki no vive en palacio ahora, sigue teniendo autoridad sobre su persona. Después de todo, ella no es más que una sirvienta. Cruzando al trote el pasillo, en su rostro cuadrado una sonrisa radiante hace evidente la alegría que siente. Llevaba tiempo sin ver a Tsuki pasear por palacio y la pone feliz que regrese, aunque sea por pocos minutos. En vista de que no puede seguir limpiando el único cuarto que le falta, Lisa guarda el plumero y los trapos en un closet al final del pasillo destinado a esos utensilios, y tras coger un escobillón sube al segundo piso en busca de Cindy, una mujer mayor de poco cabello, bastante corpulenta. Ella es casi su segunda madre. —¿Le ayudo con el barrer? —¿Ya has terminado con los cuartos? —Pregunta ella, enrollando una gran alfombra turquesa que cubre los escalones. —Me falta solo uno, pero la princesa lo está ocupando —Explica, incluyéndose en la faena y contando sobre la llegada de Tsuki. —Debe ser extraño para ella venir así, como si no hubiera vivido aquí —Comenta Cindy cuando comienzan a barrer la gran escalera. —Yo no entiendo por qué estaba viviendo en palacio desde un inicio… No es princesa. —Pues así lo decidió el rey y fue lo mejor que pudo hacer. Esa niña no merecía quedar sola, aún menos en manos de una mujer vieja y amargada como es la duquesa Agatha. —No sabía que Tsu tenía parientes… Nunca habla de ellos. —Siga barriendo, niña. Puedes mover la escoba y abrir la boca al mismo tiempo. —Sí, sí. Eso hago, no se enfade —Ríe Lisa antes de retomar su pregunta por lo bajo—. Entonces, ¿la duquesa es pariente de Tsuki? —La nieta, Lisa, deberías saberlo. No puedo creer que no te enteres de las cosas que suceden a tu alrededor…
—Bueno, que no es algo que se mencione mucho… —Se queja taimada. Envolviéndose de información de la familia real, Lisa sigue avanzando. A sus 12 años es conveniente que esté bien informada de cómo son las cosas y quién es quién dentro del reino. Después de todo, ser un plebeyo no implica estar ignorante totalmente, menos aún en el Reino Nevada donde a todos los niños que residen y trabajan en palacio se les han impartido clases de los aprendizajes básicos, junto a los príncipes. III Al rato después, cuando va camino al pueblo, Lisa ve salir a Tsuki y Umi del cuarto. La princesa con un rostro agobiado y lleno de somnolencia, no así Tsuki, que se ve tan tranquila como de costumbre con su andar lento e indiferente. Al trote se apresura para llegar a la entrada del palacio hacia donde se dirigen. —¿Cómo estuvo esa primera clase? —Lisa sonríe ampliamente cuando las alcanza. —Agotadora sin duda —Se lamenta la princesa y, notando como la doncella guarda un morral con Yel en el bolsillo de su vestido, consulta—. ¿A dónde te han destinado, Lisa? —Me han pedido que vaya de compras, a Ana se le han acabado algunos alimentos. —¿Quieres que pida un carruaje? Así no deberás caminar hasta las tiendas. —No es necesario, la granja no está muy lejos. No me atrevería a aceptar tal cortesía, princesa —Dice sin reparo, acomodando sus cabellos verdes bajo una pañoleta—. Bueno. Será mejor que me marche antes de que me regañen. Después me cuentan como salió la clase ¿sí? —Pide. —Espera —Tsuki se adelanta siguiéndole el paso antes de añadir—. Yo te acompaño. Necesito algunas cosas del pueblo también. —¿Ya te vas? —Sin evitar una mueca triste en su rostro, Umi mira fijamente a la guerrera. —Claro, y tú deberías ir subiendo a ver a la Señora. ¿Olvidaste tu vestido nuevo? Los verdes y sinceros ojos de la chica recuerdan a la princesa aquella cita para confeccionar el diseño de su nuevo vestido. —Claro. Es verdad —Sonríe discreta y, con un suave movimiento de mano, se despide. Umi gira sobre sus talones, baja la mirada y se esfuma de su rostro la falsa alegría. —Vestidos… ¿quién quiere vestidos? Tengo miles en el armario… y por cada nueva velada me hacen otro… —Piensa taimadamente. Temas sin importancia son los que destruyen el silencio durante el trayecto hacia el mercado que se encuentra a varios minutos de distancia. El frescor de los vientos de medio día logra apaciguar el
calor del sol que, como en pocas ocasiones, llega tan fuerte como un volcán, amenazando con derretir la nieve que se acumula en los costados del camino, tanto así que algunas piedras amarillas del suelo se distinguen como manchas por la senda. De vez en cuando se hacen a un lado para esquivar algunos caballos, obligándose a caminar por entre algunos matorrales que dejan alguna ramitas y semillas enganchadas en la falda de lisa. Fijando su mirada esporádicamente en los cabellos blancos de su amiga, Lisa sigue hablando hasta que la chica le increpa curiosa. —Tsu… ¿y es cierto que la duquesa Agatha es tu abuela? —Sí. —¿Y no la extrañas? —No, ¿debería? —Bueno… es tu abuela. —Pero casi no me habla… Creo que ni se acuerda de que es mi pariente —Ríe Tsuki con ganas ante el mirar anonadado de su amiga. —No bromees con eso, que feo. Ella ríe por respuesta, como si realmente bromeara, pues… aquello no es un tema que quiera tomar con seriedad. Definitivamente es mejor reír... Piensa, pero la chiquilla a su lado consigue vislumbrar un reflejo de tristeza en sus ojos. Llegaron al centro del pueblo un tanto acaloradas, compraron unos jugos en la primera tienda de comida que vieron en el camino y siguieron hasta el mercado: un campo dónde un grupo de granjeros exponen sus verduras sobre mantas o cajas expuestas en pequeños carros jalados por mulas y ofrecen a los pueblerinos, que se las compran o intercambian por otros víveres. —No, por favor señorita. Llévelas sin más. —La reina ha pedido expresamente que le pague su trabajo. Acéptelo, que bien merecido lo tiene —Explica Lisa, entregando el morral con monedas. —No señorita, si es para palacio no es necesario —Insiste el hombre y Tsuki sonríe resignada. —Don Franz, ya entregó la dotación de esta temporada. Lo que llevamos ahora está fuera de lo acordado. No sea así y tómelo, por favor —Pide Lisa, consiguiendo al fin que el hombre tome, agradecido, el dinero. Luego de eso, caminaron hasta la herrería, donde la guerrera va por un nuevo mango para la daga de su cinto, aquella que tiene hace años esperando usar en una batalla. Antes de irse se toman un tiempo para conversar con Carmen, la hija del herrero. Una joven mayor de edad con prominente
nariz, con quien Tsuki siempre ha gustado de conversar sobre diversas armas y la formación de estas. Luego, llevadas más por la hora que el deseo, retornan al palacio con las bolsas de víveres, contándose anécdotas, algunas sobre la vida de Tsuki en el edificio de guardias y su entrenamiento como guerrera. —Oh, Sabios, ha de ser un tanto duro —Ríe Lisa, y con pocas palabras la anima a seguir con ganas ese camino. —Tan difícil no es, solo se necesita práctica y costumbre. —Siempre dices lo mismo, pero no creo que eso se aplique con el crielgre. Es muy difícil… ¿Cómo le fue a Umi con eso? —Horrible, no consigue ni siquiera una chispa de rocío —Ríe con ganas. Así avanzaron, conversando bajo la suave luz de los soles y de este modo Tsuki pudo enterarse de las nuevas clases de cocina que toma Lisa, con la intención de ser un día ser la nueva cocinera de palacio… claramente cuando el actual se deba retirar, entretenida en su charla, se explaya narrando lo mucho que estresa preparar tantos platillos exquisitos para los invitados de los reyes en las variadas fiestas que se celebran y cómo ha descubierto que pequeños detalles que antes pensaba insignificantes, como los condimentos, pueden ser determinantes a la hora de preparar un platillo. —Sinceramente
yo
prefiero
limitarme
a
comerlos.
—Ja,ja,ja,ja… pero podrías aprender. Dicen que la mejor forma de conquistar a un chico es por su estómago. —Que suerte la tuya, podrás hacerlo sin problemas. —Ríe recibiendo un codazo por respuesta. —No te hagas, seguro que quieres casarte un día. —Ahora no. Yo quiero ser una guerrera, esos temas amorosos no me llaman. —¿Ni un poco? A mí me gustaría conocer un joven fuerte, guapo y gentil que me cuide y acompañe hasta ser viejita —Comenta, consiguiendo que Tsuki se ría con ganas—. Hablo en serio... —Las tonterías que te preocupan. —Se burla. —Dices eso porque aún sigues pensando como una niña, ya crecerás y sabrás de lo que hablo. —Se me hace que hablas de eso porque ya encontraste a tu joven gentil. Antes tampoco decías esas cursilerías. —Puede ser… —Dice sin evitar sonreír y mirar el piso al tiempo que se le colorean las mejillas. —¡Ja! Ya decía yo que te estabas poniendo boba. —Más respeto, niña, más respeto. No olvide que soy mayor que usted. —Se queja con dureza en la voz antes de soltar una carcajada y aceptar contar sobre el tema, tras unas cuantas insistencias de su amiga.
Avanzaron así, conversando de la vida, de lo que no han compartido y riendo hasta volver a palacio y cada una a su rutina.
IV ¡Crash! El sonido llega a escucharse incluso en los pasillos, y las piezas del viejo jarrón reposan en la alfombra verde, bajo las miradas perplejas y sombrías de la princesa y su amiga. —¡Umi! ¿Por qué no me has dicho que el piso esta bañado en escarcha? —Reclama Tsuki, quien ha resbalado y chocado con el pilar sobre el cual descansaba el objeto destrozado. —Por eso dije que tuvieras cuidado. —Podías ser más específica —Regaña con voz tensa y añade—. ¡Se me irá la vida en pagar algo así! —Descuida, descuida. No diré que has sido tú —Ríe despreocupadamente la princesa—. Pero en honor a la verdad… Tus padres te deben haber dejado alguna herencia. —Herencia que desconozco. Todo lo tiene la duquesa… —¿Ah, sí?... No tenía idea —Reconoce la princesa, ayudando a su amiga en la labor de ponerse en pie. —Claro que sí, y primero me muero antes de pedirle que me ayude con algo —Refunfuña. —Jajaja… exageras. —Habrá que hacer algo con esto —Comenta torciendo los labios y aun algo tiritona, mueve algunos trozos del jarrón lejos de si y se pone en pie. —Le decimos a Lisa después que lo recoja, seguro que nadie la extraña. —Tú piensas… —Murmura incrédula, ante lo cual Umi ríe, dejando se marquen dulces margaritas en su rostro. Una vez que han movido la escarcha de crielgre y las piezas rotas del jarrón, comienzan a conversar sobre los avances que ha tenido por su cuenta la princesa. Algo que Umi cuenta alegre y emocionada, como si tanta escarcha en el cuarto no le hubiera dejado claro el hecho a su amiga. Es más, como si resbalar con la misma no le hubiera dado la información de sopetón. Trabajan durante muchos minutos, siempre intentando conseguir que Umi saque de su cuerpo más que escarcha, pero solamente consigue frustrarse y enojarse con la situación. —¿Y si trabajamos con mi crielgre, Umi? —Pregunta, luego de una buena cantidad de intentos. —No, no. Quiero hacerlo yo misma —Insiste, y con las manos aparta algunos rosados cabellos que, rebeldes, insisten con caer por su rostro.
Así se les va la tarde y cada tarde del último día del ciclo en que la guerrera intentó enseñarle a la princesa. Cual caso perdido, lo que más consiguieron fue lograr un bello montículo de escarcha, conversar, reír y compartir durante unas cuatro tardes distintas. Tres días más adelante Con un gran y pesado canasto repleto de vestidos, sabanas y cortinas, Lisa camina hacia un solitario cordel que espera ser rellenado con las prendas a secar seguida de cerca por Liz, otra de las doncellas del palacio. Tiende los ropajes que están más a la mano, con la ayuda de su compañera la fresca brisa del día es ideal para secarlos. Disfrutando como siempre del silencio y la calidez del sol que en esos momentos se encuentra sobre sus cabezas, tararea una de sus melodías favoritas. Entretenida en aquella faena tan común escucha las ruedas de un carruaje y los cascos de los caballos que distraen su atención. Sin evitar la curiosidad, al trote se acerca a los jardines delanteros del palacio para ver quien ha llegado. —La Duquesa —Piensa, viendo la insignia del escudo de la familia “Del Silencio” en la puerta del carro. Corriendo entra al interior del palacio, alarmada llega a la cocina, donde encarga al vasallo del príncipe Alán que cuide el cesto de ropa mientras va en busca de su amiga, para informarle quién ha llegado. Dejando la reja abierta por el apuro, cruza los patios de aquel edificio tan grande. Sabe que a esas horas el entrenamiento ya ha terminado y que, muy probablemente su amiga se encuentra en su cuarto o algún lugar de los dormitorios. —¿Qué? —Con un rostro de pánico Tsuki miró a su amiga cuando le dio la noticia. —Eso mismo. ¡Vamos, cámbiese las ropas! —Pero, ¿qué hace ella aquí? —Pregunta, perdiendo aún más color de su piel. Desde niña… jamás dejó de temer a esa mujer que odia verla sin los vestidos de una dama refinada. —¿Y qué va a hacer? Seguro ha venido a verle. —¡Tengo que ponerme ropa adecuada! ¡Lisa, corre, tienes que ayudarme! —Exclama, desapareciendo por el corredor, yendo directo y sin demora a su dormitorio. —¡Eso mismo! ¡Si por eso te he avisado, vamos, apura! Hace varios soles la duquesa no visita el palacio, más que la distancia, probablemente porque visitar a su nieta no es lo que más placer provoca a su vida. Concordantemente, sus visitas tampoco son algo que la nieta ansía tener, ya que cada audiencia implica recordar la lista de defectos que posee y vestir cual muñeca hasta que la mujer se marcha de palacio.
Con tres falsos distintos bajo la falda y un corsé que detiene su respiración gracias a las hábiles manos de Lisa, Tsuki termina de acomodarse un delicado vestido blanco con muchos vuelos en las mangas. La doncella aplica en su rostro algunos polvos de semillas y coloca bellas trabas en sus cabellos antes de fijar un prendedor vistoso cerca del escote. —Ya está. Te ves hermosa —Afirma Lisa tras dejar el prendedor en su lugar. —Me veo tonta. —No es cierto. Estas muy linda, vamos. Seguro que ya te estarán buscando —La anima con sonrisa dental. —Linda, sí, muy linda. Parezco cualquier niña mimada de palacio incapaz de saltar la más mínima valla —Se lamenta y baja las escaleras con rostro triste. Aún no han llegado a los jardines del edificio cuando una doncella de mediana estatura y piernas cortas se detiene frente a ellas para anunciar lo que ya sabían y tal como pensaban pidieron su presencia de inmediato en el palacio. —Te ves hermosa, estará contenta de verte, en serio… Además, solo serán unos días. Tranquila, solamente dile que sí a todo lo que opine. —Aconseja la chica, intentando animarla. —Sí, lo sé. —Estará muy contenta contigo —Susurra. Lamentablemente, la guerrera es consciente de que aquello no es verdad. Su abuela jamás está contenta con su persona y menos lo estará ahora que decidió entrenarse para ser parte de la milicia. “Esa mujer fue lo peor que pudo pasarle a mi hijo. No era más que una guerrera. Los sabios nos amparen. ¿Qué pudo tener de bueno?” Le escuchó decir hace tiempo, cuando conversaba con Doña Sahara, madre de la reina. Puede sentir la cariñosa mano de la jovencita sobre su hombro cual pésame, y cierra los ojos, dando un suspiro antes de caminar acompañada del eco de sus propios pasos hasta la recepción, como condenada a muerte y con la mirada fija en la alfombra. Tan solo asiente cuando Lisa se despide antes de que sea presentada por Liz, y cruza las grandes cortinas que separan el lugar del pasillo. Allí esta su abuela, con la ruda mirada que la distingue. Apenas hubo un intento de sonrisa en aquellos labios cuando la saluda con la cordial reverencia que corresponde. Sonriendo fingidamente, Tsu alza la cabeza, como si realmente hubiese ansiado verla allí sentada junto a la reina Kiara, igual que siempre: con sus manos apenas arrugadas muy juntas y el ceño fruncido sobre su verde mirada.
V
—¿Dónde estabas, niña? —Dice por saludo la duquesa. —No la regañe, la pequeña se levanta muy temprano para entrena todos los días. El General dice que es muy aplicada —Las palabras de la reina hacen deponer cualquier intento de crítica por parte de Agatha, no obstante, su rostro no se alegra en absoluto. Al contrario, pareciera incómodo y fastidiado. La reina es una mujer muy delicada y de voz suave, físicamente es similar a su hija Umi. Con una sonrisa y suave gesto saluda a Tsuki, quien toma asiento junto a su abuela silenciosamente. —Es un gusto verla, Duquesa, su visita es siempre una agradable sorpresa… —Comenta en voz baja y su mirada delata que el placer mostrado no es más que una mentira. —No tenía otra opción. No puedo dejar de vigilarte tanto tiempo —Gruñe la mujer y termina de examinarla con la mirada—. Mira esas manos, están resecas y magulladas. ¿Qué es lo que has estado haciendo? —Critica, sosteniendo los dedos de la niña con saña y recelo, como si observase la calidad de un vestido. Cabizbaja y avergonzada, la pequeña esconde ambas manos con temor y, explicando que aquellas marcas son el resultado de un arduo entrenar, se disculpa repetidamente. Por más que quisiera, golpear sacos de arena, caerse al piso y entrenar todos los días con una espada en las manos y flechas que lanzar, no concuerdan con mantener la belleza de una muñeca refinada como le gustaría a la duquesa. —Estás llena de llagas, pareces un trozo de carne para la cena. —No sea dura con ella, doña Agatha. Tsuki ha avanzado bastante según los comentarios del maestro de guerra. Ella se esfuerza mucho. —Sonríe Kiara, moviendo esas largas pestañas que posee. La mueca en el rostro de la duquesa es evidente; saber que la niña se entrena para ser una futura guerrera le ha resultado más desagradable que comer pan con picante, pero no alcanza a buscar las palabras para expresarse ya que, en ese mismo instante, Umi hace su entrada con radiante mirada y luciendo un aparatoso vestido morado que combina con sus ojos. Ella saluda efusivamente acercándose a la duquesa, Tsuki y luego a su madre, tomando asiento junto a esta última, antes de sonreír mostrando los dientes. —¿Almorzarás en palacio hoy? —consulta por lo bajo a su amiga, quien asiente sin mirarla. Lo siguiente fue una conversación como todas las que siempre tienen, poniéndose al día sobre los acontecimientos vividos la una y la otra… si bien la duquesa mantiene su plática amigable –esa que no le impide criticar a algunos nobles del reino o criticar a otros reinos, especialmente Nube Clara; que posee una creencia religiosa arraigada, cosa que ellos no comparten-, no se encuentra feliz, porque ha confirmado sus terribles sospechas. La niña se entrena para ser una guerrera como sus padres.
El hecho de que la mujer rechace mirar a su nieta provoca una extraña sensación en la misma, como si esta visita fuese distinta de las otras… “¿Qué será lo que piensa?” se pregunta, incluso tras la hora de comer… Hora en que, lamentablemente, aún viste el aparatoso vestido. Probablemente deberá llevarlo puesto todo el día… Quizás el único momento tranquilo sea el que pasa a solas con Umi, minuto en que aprovechan de continuar su entrenamiento para aprender a usar el crielgre, como esperaba inútilmente. La princesa, constantemente hace extrañas muecas al poner sus manos una frente a la otra y de entre sus dedos solo emanan pequeñas gotas blancas sin gran solidez, las que caen como una torpe cascada intermitente. —Es imposible, no me funciona… —Se queja Umi, tras un décimo intento. Se encuentran en el mismo salón de siempre, frente a una mesa llena de escarcha. —La escarcha no es mala, está muy bien para un primer intento. —Es mi intento número cincuenta —reclama con un puchero. —Exageras, ya verás que la siguiente vez será mejor. —Dijiste eso hace unos días… Quizás, si entreno más seguido… —Si quieres avanzar rápido, puedes practicar todas las noches antes de dormir… —O… podrías enseñarme dos días cada ciclo. ¿Te parece? —Umi… Entreno casi todos los días del ciclo y te enseño en mi único día libre —Critica, omitiendo que, por estar la duquesa, ahora usa uno de sus días de entrenamiento. —Pero no entrenas todo el día. —No. No hay razón para tanto esmero, Umi. No sacrificaré mis descansos por un capricho tuyo —Niega con rotundidad, logrando en la princesa una mirada afligida y baja—. Si no estás conforme, deberías pedir a tu padre que adelante el entrenamiento formal. Seguramente Bonilla te enseña mejor y más rápido que yo —Explica con un leve sentimiento de culpa—. Umi, en serio un maestro puede enseñarte mejor… seguro así lo haces bien —Insiste al verla en silencio. —Pero… yo quiero aprender de ti. Si no quieres… —piensa y luego agrega—. Quizás puedas enseñarme otra cosa… Algo que pueda aprender —Ruega. —¿Qué? —Alza una ceja confundida —Sí… Tú dime. —¿Qué pasó con tu idea de ser más fuerte? —¿No quieres estar conmigo? ¿Es eso? —No, no es eso, pero… —Desde que te fuiste, solo piensas en entrenar —Solloza, refregando sus ojos con la vistosa manga de su vestido—. Ya no comes con nosotros ni vienes a vernos…
Esa mirada triste no se veía hace mucho tiempo en Umi, la que comienza a llorar sin reparo. Comenzando a preocuparse y sin saber bien cómo reaccionar, Tsuki se agacha junto a ella de forma tímida y llamándola por su nombre. —No llores… tú mamá puede enojarse —Pide mirando alrededor, asegurándose de estar a solas. La verdad, no pensaba que Umi pudiera sentirse así. —Ya no quieres jugar conmigo, ¿es que te gustan más tus nuevos amigos que yo? —No, no Umi… Perdóname… —Dice, abrazándola con fuerza y continúa—. Eres mi mejor amiga, eso no cambia porque no viva en palacio. —¿Por qué razón no vienes a verme? ¿Estás enojada con papá? —Nada de eso. Él es mi rey y lo amo, así como agradezco todos sus cuidados… No hay razón… Lo siento —Dice acariciando sus cabellos, pensando en lo mucho que le incomoda sentirse así, como se siente ahora. —Es que te extraño mucho… —Yo también —Admite, y comprendiendo el meollo que ha creado la princesa esboza una pequeña sonrisa—. Umi, no necesitas inventar motivos para llamarme… —añade, extendiendo un pañuelo para que seque las lágrimas. —Lo siento… No sé porque lo hice… —¿Te parece entonces si vamos al parque? No tiene caso quedarnos aquí, tú no tienes intenciones de aprender algo —Sonríe, instando a la princesa a pararse. Si para algo no sirve Tsuki es para conversar, así que la mejor manera de explicar que nunca ha querido apartarse de ella es demostrarlo—. Deja de llorar, o pensarán que te has lastimado… —¿No volverás a dejarme? —Insiste, envolviendo a su amiga en un abrazo correspondido. —Tranquila, Umi. Estaré siempre contigo. En el despacho del rey A esa misma hora, sentado en una pequeña mesa a un costado de su oficina utilizando su delicado juego de té, el rey Aníbal se encuentra envuelto en una seria plática con Agatha, quien repentinamente ha mostrado en público gran interés por el futuro de su nieta. Una conversación que el rey no esperaba se repitiera tras tantos años. Una conversación que llama la atención a más de uno, entre ellos la de Lisa; quien a paso suave posa su oreja en la puerta del despacho: —Sigo siendo su pariente más cercano y me corresponde decidir qué es lo mejor para ella — Sentencia la mujer con tono más firme que de costumbre. —Entiendo lo que dice, pero la niña ha estado bien cuidada hasta ahora. No corre peligro alguno.
—Estoy segura de que está de acuerdo conmigo en que, viviendo conmigo, estará mejor que junto a guerrilleros y plebeyos como lo hace ahora. —No dudo que estará feliz a su lado, Duquesa. Sin embargo, debe considerar que ella desea convertirse en un soldado como lo fue Rubino. La voz del rey es pasiva, conciliadora, claramente intenta ganar por las buenas aquella discusión. —Es una niña, todavía no sabe lo que quiere. Y yo ya estoy vieja, me hace falta la compañía de mi nieta —se defiende, usando aquellas palabras que son imposibles de contradecir. VI Varias horas después En uno de los cuartos más bellos de todo palacio, el dormitorio de la princesa Umi, Lisa se encuentra sentada en un sillón junto a la chimenea, con su rostro húmedo y los ojos hinchados de tanto llorar y la vista fija en las llamas que acaba de encender. Paciente, ha dejado pasar las horas, esperando a sus amigas mientras quema hojas de plira, para invocar la sabiduría de los Sabios. En una de esas le dan la solución para que la Duquesa desista de sus deseos. La inocente risa de la princesa le provoca un respingo, rápidamente seca sus ojos con un pañuelo de tela común, observa la puerta y respira hondo, justo antes de que sus amigas crucen el umbral. —Lisa, ¿en faena por aquí? —Pregunta Umi, sorprendida de verla. —¿Qué tienes, te han lastimado? —Interroga Tsuki, notando su rostro afligido. —No. Sucede que… les tengo horribles noticias —Dice, negando con el rostro, su voz quebrada y los ojos inundados en lágrimas—. Es sobre usted, Tsuki, y doña Agatha. —Ha de ser muy grave para tenerte tan mal… —Umi guía a Lisa hasta una silla y acomoda los cabellos que le cubren los ojos. —Sucede… sucede que he oído una conversación del rey con doña Agatha y han dicho… — Solloza con dificultad antes de romper en llanto. Tanto Umi, como Tsuki comparten una mirada de curiosidad. Lisa, ignorando todo protocolo, abraza a su amiga Tsuki como si no la fuese a ver más con vida, explicando en sollozos que no dejan nada claro. —Lisa, por favor, contrólate y dinos que sucede. Nos tienes intrigadas —Insiste la princesa. —Te extrañaré tanto… —Lisa… no entiendo que sucede. ¿A dónde iré? —Responde la guerrera, que tímida y avergonzada aparta de su cuello a su amiga. —¡Te irás con ella, el rey no hará nada! —Solloza antes de cubrir su rostro con el pañuelo.
Tras estas palabras, Umi se cubre la boca con asombro y pavor, y Tsuki pierde el poco color de su cuerpo. Con la mirada fija en el fuego intenta asimilar la noticia y comprender todo lo que implica. Después de tanto tiempo… —¿Por qué ahora? —Tambaleante, camina hacia el asiento más cercano. —No podía callarme, Tsu… —Musita y sin soltarle las manos insiste—. No quiero que te vayas. Lisa mira suplicante a la princesa, como si ella tuviese una mágica solución bajo la manga, pero no es así… —Tsuki… ¿Estás bien? —Las palabras de Umi se oyen suaves, casi automáticas. —Tsu… Te quedarás, ¿verdad? —El rey dijo que me quedaba aquí… —Susurra para sí misma y observa a su amiga de la misma forma que Lisa lo hacía hace un segundo atrás. —Tal vez has oído mal —Umi fija sus ojos en Lisa con determinación—. Papá no dejaría que se lleven a Tsuki. Este es su hogar. —Lo he oído todo claro, la Duquesa ha venido por ella. —Yo no quiero irme con ella… —Se lamenta la niña, cubriendo su rostro con ambas manos—. No quiero… Lisa, por favor… —Lo sé, lo sé… buscaremos una forma de solucionarlo. ¿Verdad, Umi? —Hablaré con papá. Lo haré cambiar de opinión, te lo aseguro —Promete la princesa, cogiendo las manos de sus amigas con fuerza y determinación—. No hagas maleta alguna. Cual rayo de luz, Umi sale del cuarto haciendo resonar sus tacones en el piso de piedra, deteniéndose tan solo en el despacho del rey para respirar y descubrir que el hombre se encuentra en otro lugar. Sabiendo que sus amigas la esperan con el corazón en la mano, mira en rededor, pensativa, intentando recordar los horarios del hombre, pero la verdad… nunca ha sido tan curiosa en el tema como para memorizarlos. Una vez en la escalera del segundo piso, busca con la vista a los adultos; desde allí puede observar cómo la Duquesa conversa con su madre de forma seria y cordial y no logra evitar hacer una mueca de desagrado. Una joven del aseo le informa que el rey esta con los guardias, por lo que acelera el paso atravesando el enorme castillo en dirección al patio, el cual tiene tapices en los muros más habitados, tanto así como pasillos con muchos cuadros familiares o de antepasados. Las abultadas faldas de la princesa se mojan por la escarcha que se ha acumulado en el pasto en la tarde. Atrás de ella, una doncella la sigue con un abrigo en las manos -preocupada de la salud de su joven princesa y de que puedan pensar que no han cuidado bien a la niña-. Sin embargo, no logra alcanzarla hasta que ella llega con su padre.
Agitada, con sus mejillas coloradas y las pupilas dilatadas, Umi fija la vista en el hombre directamente, interrumpiendo con su presencia la reunión de este y el Maestro de Guerra. —Padre… —Jadea, al tiempo que la doncella suplica que se abrigue. —¿Umi? ¿Cuál es la urgencia, hija? —¿Es verdad que Tsuki se irá? —Interroga con evidente angustia, y su padre enmudece por unos segundos. —¿Quién te ha dicho eso? —¿Es verdad? La mirada de sorpresa en los vigorosos ojos del hombre es inconfundible, ha sido descubierto. —Umi, ese no es un tema que deba preocuparte. Ahora estoy ocupado. Regresa al palacio —El rey voltea hacia Bonilla, pero no alcanza a decir palabra. —Pero es mi amiga, mi mejor amiga. ¡No puedes dejar que la alejen de mí! —Te he dicho que regreses a palacio, no me avergüences —Regaña con el ceño fruncido y apenas mirándola. Acongojada, la princesa baja la vista y retrocede unos pasos. Comprende que ha sido impertinente, pero no puede evitarlo si se trata de Tsuki… Con la sensación de que no ha conseguido nada, la princesa avanza hasta la barda que separa el castillo del edificio de los guardias. El frío ambiente de la noche la envuelve cuando seca resignada sus ojos con la manga del vestido, siempre bajo los compasivos ojos de su doncella, la esposa del herrero. —Señorita, por favor, entre a palacio. Su padre le atenderá después —Ruega la mujer, conmovida. Ella asiente y a paso lento avanza hasta el umbral, en silencio. Porque cuando conoces bien a Umi, sabes que no se rinde tan fácil, y ahora necesita pensar. VII El planeta gira y los soles que se mueven en el cielo se aprecian como diminutas estrellas, a diferencia de las lunas que alumbran intensamente dejando ver con claridad cuando Lisa ingresa al cuarto de Umi. La princesa que la esperaba, seguía triste después tanto buscar una solución; pensó mucho, antes de buscar ayuda en su madre, y es que al no conseguir nada con su padre creía que quizás sería lo mismo ahora. Y, efectivamente la reina Kiara, se limitó a explicar que era imposible mantener a Tsuki por más tiempo en los terrenos de palacio. Llevaban dos días y aún no tenían una respuesta satisfactoria.
La doncella, que tampoco ha conciliado el sueño, y con solo un chaleco sobre sus ropas de dormir carga una bandeja con dos tazas, un jarrón de leche y un platillo con especias. —Lisa, pensé que tendría que despertarte… —Tampoco he dormido bien, princesa. No puedo creer que Tsuki deba irse —Lamenta. Dejando sobre una mesa la bandeja, sirve la leche en la taza dispuesta para la princesa y espolvorea unas semillas castañas sobre cada una. —Gracias, qué delicia —Sonríe, aunque en su mirada se vislumbra que aún busca una solución. —Me he concedido el favor de traer una taza para mí. —Por supuesto. Toma asiento, por favor. —Gracias, princesa. ¿Cree que Tsu tenga algún plan? —No, ella tampoco sabe qué hacer. —No imagino el palacio sin ella… La calidez de la leche colma sus fríos cuerpos, llenando de color las mejillas de ambas niñas, que se miran entre sí con pena y suspiran resignadas mientras los soles anuncian la mañana. Finas aves de plumaje negro surcan el cielo, provocando un silbido en el viento, despertando tanto a los animales de campo que aún duermen, como a sus dueños y algunos soldados que descansan en el edificio junto a palacio… Entre ellos a Tsuki, quien sabe que este es su último amanecer en aquel cuarto blanco. —Cuatro días menos de entrenamiento —Piensa, y un segundo silbido del veloz vuelo de los Zain se escucha de fondo. Resignada, camina hacia la cómoda buscando los utensilios de limpieza y ropa para cambiarse con desgano. Si algo odia más que tener que irse a vivir con Agatha, es la idea de dejar su entrenamiento como soldado. Sospecha que la mujer no la dejará seguir con este. Es por eso que, abrazándose a sí misma, Tsuki deja que el agua tibia de la ducha consuele su corazón entristecido… —Mamá… Papá… ¿Qué hago ahora? Unas lágrimas silenciosas abandonan sus ojos, mezclándose con el agua. Como esperando que detengan el tiempo, camina de vuelta a su cuarto, donde Lisa la espera con sus dorados ojos muy abiertos y lagrimosos. Tan solo basta esbozar una sonrisa triste para que la doncella la reciba con un abrazo fuerte y cariñoso. —Voy a extrañarte mucho… —Yo también a ti. —Promete que vendrás a vernos…
—¿Me ayudas con el vestido? —Tsu… promételo —Insiste, tomando sus manos. —No puedo prometer nada, Lisa, no sé cómo será vivir con la duquesa… Tampoco le gusta que este acá. —Entiendo… —Guarda silencio unos segundos, y con la manga seca sus lágrimas antes de hablar—. Estaré pensando en ti siempre, y deseando que cosas buenas te pasen —Sonríe. —Lo mismo yo. Alivianando el ambiente cambian de tema, y ríen, no obstante la realidad regresa abruptamente al abrirse la puerta del cuarto y dejar ver a la Duquesa con su típico rictus serio. La mujer despacha sin miramientos a la doncella, indicando que será ella quien termine de cepillar el cabello de su nieta, sorprendiendo a las niñas e ignorando por completo la amistad que existe entre ellas. —¿Qué esperas? Vuelve a tus labores en palacio. —Sí, señora, disculpe. Dando una mirada triste en su reverencia, Lisa se retira y Agatha se acerca con el cepillo entre sus delicadas manos, y sin decir ninguna de sus típicas frases rudas, se endereza tras ella para cepillar su azulado y lacio cabello. —Partiremos luego de que comas algo. —Sí, señora… Por primera vez, el tacto de la Duquesa se siente cálido y gentil, la forma de coger cada mechón y el cepillado le recuerdan el cariño y preocupación con que la peinaba su madre cuando era una niña pequeña llenando su corazón de una extraña pero agradable sensación. Aún así, Tsuki se queda quieta por completo, por un lado teme que si dice algo aquel agradable momento se acabe, pero también se pregunta por qué fue hasta su cuarto, el lugar de los guerreros y guerreras… el lugar del que quiere alejarla. —De ahora en adelante seré yo quien te cepille, en caso contrario lo hará mi doncella. —Sí, señora. —No puedo permitir que te peine cualquiera, o seguirás luciendo como un niño abandonado — Argumenta con voz dura. —Ya regresó— Piensa. Finalmente -con un tocado de flores en su cabeza- Tsuki se observa al espejo. Sin duda alguna parece una muñeca. Sacando del armario sus maletas, las deja a un costado del cuarto con un suspiro.
—Aquí tienes. —¿Qué es esto? —Sosteniendo una bolsa de papel color carmín, la niña mira a su abuela, confundida, y siguiendo sus órdenes la abre—. Es… ¿un bolso? —Un bolso de mano, para que lleves las cosas que necesitas. No quiero verte con un morral cualquiera, podrían confundirte con una empleada. —Ah… gracias… —Dice con una sonrisa torcida, sin saber si debe alegrarse u ofenderse por aquel obsequio. Sin decir más, Agatha se retira, dejando que su nieta guarde los detalles que quiere tener a mano. Evidentemente lo primero que toma es una daga pequeña de mango adornado. Nunca se sabe cuándo podrían asaltarlas. La comida de esa noche es silenciosa. Umi no quiso levantarse ni salir del cuarto. Alan cruzó algunas palabras con Tsuki, aunque la mayoría fueron para distraer a los adultos de la batalla silenciosa que tuvieron lanzándose pequeños trozos de verduras con las cucharas de las cuales la mayoría terminaron dando a las jóvenes que estaban allí para servir los platos. Una vez afuera, mientras la Duquesa se despide de los reyes, Tsuki observa el despejado cielo y los soles lejanos y fríos en la época; frotando en sus dedos la gargantilla en su cuello, analiza los posibles pensamientos de su amiga. Observa de reojo a su abuela preguntándose si la dejará ir por su amiga es por eso que mejor le pregunta al Rey Ánibal, quien le niega la opción amablemente. —Linda, no pongas esa cara. Debes estar feliz, ya podrás pasar más tiempo con tu abuela — Interviene la reina con aquellos ojos amables y comprensiva. —Sí, señora. —La Duquesa ha prometido que vendrán a vernos más seguido, Tsuki. Espero que tengas mucho que contar cuando nos visites —Comenta Aníbal, con sus vigorosos ojos enfocados en ella con alegría y nostalgia. Claramente quieren animarla, pero es imposible… siente que su vida se arruina. Unos pasos rápidos llaman la atención y por la puerta de entrada la delgada figura de la princesa Nevada se hace visible, con sus cabellos volando al viento sin peinar y sus ojos hinchados de tanto llorar. Instintivamente, Tsuki da unos cuantos pasos hacia ella pero rápidamente se detiene, insegura. No así Umi, que corriendo se lanza a sus brazos, pidiendo que se quede. En silencio, Tsuki corresponde el abrazo antes de que Kiara, posando sutilmente la mano sobre su hija, indica que debe apartarse.
VIII —¡Ya está todo arreglado! —Anuncia la Duquesa feliz, siempre después de haberle dado a Hiko una lección de cómo se acomoda el equipaje correctamente. Aníbal, por su parte, intenta ignorar la actitud de su hija y se acerca a la mujer escondiendo la sonrisa bajo su bigote blanco. —Umi. Debo irme. Tsuki, con ambas manos, intenta débilmente apartar a la princesa. La verdad… quiere retrasar el momento, pero sabe que este no es el método más adecuado para ello. —Hija, compórtate —Regaña Kiara en voz baja, y sonríe a la Duquesa, intentando evitar un escándalo. —¡No, no la soltaré! —¡Umi Nevado, te dije que la sueltes! —Con voz firme, la Reina intenta forzarla a cumplir la orden. —¡No quiero, no quiero! —Umi, ya no puedes evitarlo —Insiste Alan, ayudando a Tsuki a soltarse. —Sube al carruaje de inmediato —Ordena la Duquesa, sujetando a la chica del brazo apenas es apartada de las manos de su amiga. —¡Prometiste que estarías conmigo siempre, no puedes irte! —Grita Umi con lágrimas en sus ojos. La verde mirada de Tsu se posa en la Princesa, quien detiene sus pasos inevitablemente. —Avanza, no hagas un escándalo tú también —Advierte Agatha, jalando a la niña. —¡Dile que no quieres irte! ¡Di lo que piensas alguna vez! ¡Tsuki! —Insiste, y con vehemencia intenta zafarse de los brazos de su hermano. Al oírla, inevitablemente Tsuki vuelve a detenerse rehusándose a caminar pues, aunque no voltea, esas palabras llegaron con fuerza a su mente. Prometió quedarse y no quiere irse… es verdad, pero la Duquesa es su tutora, es su abuela y… —¡Es la última vez que te lo digo, avanza de una vez! —Ordena Agatha con su ceño fruncido y las mejillas acaloradas, tirando de su brazo con fuerza. —No es mi decisión… —Piensa y obedece, desinflando las esperanzas de la Princesa, quien por un momento creyó conseguir que su amiga se expresara.
Hiko, algo turbado por la situación, trota hasta la puerta del carruaje observando de soslayo cómo la princesa ha dejado de patalear y, sin saber qué decir, mira a su amiga acercarse hacia él como si del camino a la muerte se tratase. Jamás la había visto tan apagada en su vida. Quizás para el funeral de sus padres se veía igual, pero él no estaba allí en esa ocasión. —Que tengan buen viaje —Dice, haciendo una reverencia a nieta y abuela antes de coger la manija de la puerta y abrirla. Acto seguido, Hiko queda con la mano en el aire y es expulsado hacia el piso drásticamente. Agatha da un brinco de susto antes de reaccionar en que quien ha dado el empujón al chico: es la Princesa que, luego de mostrarse sumisa por unos segundos, corrió hasta el carruaje bloquear la puerta con su cuerpo arrasando con todo a su paso, incluso el vasallo que, cortés, la abría. —¡Princesa, por los dioses! ¡Basta ya! —Exclama alterada Agatha. —¡No puede llevársela, usted la abandonó! —¡Umi! No seas insolente, discúlpate ahora mismo —Ordena el rey, con el ceño fruncido y su mirada ardiendo de vergüenza. —¡Es la verdad! ¡No tiene derecho! ¡Nosotros hemos estado con ella desde que la dejó aquí! —¡Guardias! Lleven a Umi a su cuarto —Sin moverse de su lugar, el rey da su orden. Decepcionada, la princesa observa cómo Tsuki tan solo agacha la cabeza con sus ojos brillosos, pero nuevamente sin expresarse… Dejando que las cosas pasen sin imponerse. Enfadada, patalea y se niega a ser dirigida por los hombres que llegan a buscarla. Estos, pidiendo disculpas, la toman de la cintura y fuerzan sus brazos apartándola de la puerta a la que se aferra con obstinación. Si bien logran sacarla de allí, antes de apartarse, la princesa consigue congelar la manija de la puerta con el crielgre de su propio cuerpo, algo que no deja de sorprender a su amiga. —No sabe cuánto lo lamento, Duquesa. Tendré que reprenderla debidamente —Se disculpa Kiara, con sus crespas pestañas bailando de forma triste. —Está bien. Entiendo que mi nieta es muy querida para ella, pero es claro que la Princesa necesita entender su lugar. —Tiene toda la razón. Hiko traerá a alguien para que arregle la puerta —Dice la reina, esbozando una sonrisa endeble y mirando al joven en silencioso mandato. Tardan al menos media hora en descongelar la manija y sus bordes -para poder cerrar nuevamente la puerta del carruaje-, en esos minutos la Reina se deshace en disculpas con la Duquesa.
—Estará bien, ya la conoces —Alan le resta importancia a la situación y posa su mano en el hombro de Tsuki, comprensivo, antes de añadir—. No te perturbes. —…Sé que estará bien, pero… —¿Estarás bien? —Sí, creo… Una vez que la puerta vuelve a abrirse, sin ser capaz de mirar a los ojos de su abuela, subió al carruaje sintiendo una revolución de emociones en su interior, y al sentarse en aquel almidonado cojín, se ve vestida en telas suaves y cintas de colores como la muñeca de su abuela por el resto de sus días… Con un suspiro resignado, junta sus parpados antes de voltear hacia la ventanilla el carruaje e inicia su camino hacia la mansión de su abuela. —Ahí queda mi amada vida —se dice a si misma al partir los corceles, y con tristeza fija la vista en el jardín del palacio. En la entrada, Lisa la espera para despedirse con una vela de fuego amarillo encendida en sus manos, una antigua tradición de varios reinos. Apegada al vidrio la mira hasta perderla de vista, pero alcanza a vislumbrar en sus labios cómo gesticula un “te quiero” mientras alza los brazos. —Una dama se sienta derecha, y no se tuerce hasta asomarse como si quisiera irse por la ventana. —Lo siento. —Así está mejor, Esmeralda. —¿Esmeralda? —Nos detendremos en el pueblo Laira, espero no me dejes en vergüenza —Informa. La mujer, ignorando que reiteran la pregunta, abre una canastilla guardada bajo el asiento y le muestra un mantel pacientemente bordado, arte del que empieza a dar lecciones como si le pusieran atención hasta llegar al pueblo mencionado, donde pasaron dos ciclos. IX Durante estos dos ciclos Umi estuvo sin poder quitarse el castigo de encima. No fue nada terrible, pero sigue siendo un castigo… No así Tsuki, que si se sentía castigada, no solamente se alejó de sus amigos, sino que ahora tiene que pasar su tiempo frente a alguien que cada vez que la mira la hace sentir equivocada y sin cualidades. Pasaron muchos soles desde la última vez que había pisado la mansión Del Silencio, años incluso, tanto así que al cruzar el gran portón es como entrar al más recóndito de sus recuerdos, uno tan oculto que, todo lo que rescata de el es difuso y empolvado. Subió las escaleras hasta el segundo piso donde su cuarto ya estaba listo, tan amplio como el que tenía en palacio. Se sorprendió al encontrar una pintura de sus padres sobre el escritorio. El retrato,
con un metro de largo, los mostraba sonriendo y con ella en los brazos de su madre. Quiso encontrar otros similares, pero solo pudo ver cuadros de su padre o de sí misma, ya que al parecer Felisa no es algo que Agatha quiera rememorar. Caminando por esos pasillos, se consoló al pensar en que en algún lugar al que no recordaba cómo llegar tendría que haber un castillo en el que habría retratos de su madre, como en el de Rubino, su padre. Han pasado algunos ciclos desde que llegó y la mirada de Tsuki se mantiene fija en el té, que deben tomar cada tarde, resignada a los comentarios de su abuela, los cuales realmente no está escuchando. ¿Qué puede interesarle a una guerrera los detalles del bordado y las veces que los Reyes han alagado sus decorados? —Esmeralda, te hice una pregunta. —Disculpe, señora. —Nada de disculpe, ¿te sientes lista o no para ayudarme con el mantel? —¿Ah? No lo sé… Parece muy importante para que me deje hacerlo. —Sí, tienes razón. Puede que aún no estés lista, tienes unas manos muy poco entrenadas para este trabajo. “¿Poco entrenadas?” La sola idea es irrisoria para Tsuki, lleva mucho tiempo trabajando arduamente en los entrenamientos del general. "¿Cómo pueden ser manos poco entrenadas? Quizás demasiado entrenadas, ¿pero, poco?" —piensa —¿Sigues queriendo volver a palacio? ¿Qué puede gustarte de sudar todo el día? —No señora, estoy bien aquí… muy a gusto —Musita antes de beber un poco. Aquella mentira que aún no logra creerse ni ella, y mucho menos la mujer que tiene años de experiencia en su cuerpo. Luego de regañarla por mentir, la hace razonar. —Espero que para mañana tengas otros ojos porque vendrán visitas —Dice, con esa voz ruda que la caracteriza antes de detallar quienes son esas visitas. —Que emocionante… —Murmura con desgano y da un suspiro, sinceramente esperaba ver a los Reyes Nevado. —El joven Guido esta cada día más grande y dicen que la princesa Selene es toda una dama, espero que algo aprendas de ella, Esmeralda. “Una dama.” Las palabras de la mujer dan vueltas en la cabeza de Tsu incluso horas después de haberlas dicho. Realmente no le interesa ser una dama, pero ¿qué exactamente podría significar?
Si bien Agatha exageró bastante respecto a su salud, era cierto que se cansa más fácilmente y, por lo mismo, todos los días descansa a la misma hora, liberándola por unas horas de sus reglas. Son esas horas en que Tsuki descansa y reflexiona en su cuarto en diferentes cosas como sobre lo hablado ese día y... —Esmeralda… ¿Por qué sigue llamándome así? —Lleva días preguntandose lo mismo, y por primera vez se atreve a consultar... por ello decide hablar con Alina, la doncella que la sigue a todas partes por si necesita algo. Sin embargo, al ser tan joven como ella no tiene información al respecto y le recomienda buscar a la encargada de la cocina. La única dificultad presente para acercarse a Doña Jacinta es Agatha, ya que aquel lugar lleno de hollín, cáscaras de comida, humo, y plumas de los pájaros a desplumar, no es apropiado para una señorita. Es por eso que, durante la noche, tras la hora de cenar, hace su primer intento, tomando la oportunidad que tiene cuando la Duquesa ha regresado a sus aposentos, pero, cualquier razón dada fue insuficiente para lograr que los sirvientes le permitieran dar con Jacinta. Desviaron su camino de forma dulce e insistente. Las órdenes de la Duquesa son prioridad para todos ellos. Pensando en el momento indicado para escabullirse a la cocina al día siguiente, Tsuki se queda profundamente dormida, soñando con las posibles razones de que su abuela la llame de aquella forma tan extraña. Podría ser el nombre de alguna hija que murió joven y ella desconoce, tal vez el nombre de una hermana menor que extraña, o quizás… se está volviendo loca poco a poco. El sereno de la temporada cristaliza las ventanas y la luz del sol apenas logra entrar cuando Alina la despierta por la mañana, una rutina común en el último tiempo. Despega los ojos, como de costumbre, se sienta con modorra y observa el cuarto dando un bostezo antes de cubrirse con sorpresa por descubrir a tres jóvenes más, vestidas igual que Alina con un delantal y esperándola pacientemente. —No se asuste, señorita, ellas han venido a ayudar por orden de su abuela. —¿Qué? —Dijo que debe vestirse para la ocasión. —¿Ocasión? Yo sé vestirme, no necesito más ayuda... Gracias. —Disculpe, jovencita Esmeralda, pero la Duquesa ha insistido en que seamos nosotras quienes la bañen y vistan. —¿Ah? No, gracias. —Disculpe, jovencita Esmeralda, pero el agua de su baño esta tibia y se enfriará si se demora más. —Eh… ya, pero… iré yo sola —Titubea, saliendo de la cama cubierta por una bata.
En el baño de tina se demora lo menos posible a pesar de tener que untarse esas cremas que su abuela insiste en recomendarle para mejorar esa piel arruinada por la nieve y el uso excesivo del arco, y sale para encontrar a las tres chicas pacientes tras la puerta. —Yo, yo puedo sola… —Vamos a ponerle la falda azul —Dice Leila al tiempo que ajusta un sólido corsé. Jamás se había sentido tan incómoda. Está bien ser vestida por una doncella de vez en cuando… pero, tres hace que se sienta cual un maniquí. —Yo lo abroch… —Las uñas con este blanco les quedarán preciosas —Comenta Ana, cogiendo su mano cuando Ester le coloca un collar de esmeraldas. —Sí, he… uff… Tras unos minutos de jalar y apretar, Tsuki viste un hermoso vestido blanco de suaves faldas en tono azul y celeste, con el cabello tomado con brillantes broches y, sobre incómodos zapatos de tacón. Así baja hasta la sala de estar donde su abuela la espera en un gran sillón acompañada de la familia real Laguna Alta. De la sola impresión no logra abrir la boca y trastabilla al cruzar el umbral, provocando una sutil sonrisa en la reina Camelia y un fijo mirar de su hijo Guido. No así de Selene, que se pone en pie de inmediato y la saluda fingiendo que nada a pasado. —Buen día, señorita Esmeralda. Es un placer conocerla. —Esmeralda, ven aquí, deja que te presente como corresponde —Indica la Duquesa, con su rictus serio, criticando en su mirada aquella escandalosa entrada—. Majestades, ella es mi nieta Esmeralda. Saluda como corresponde, querida —Dice, abrazando a la niña por los hombros. No es necesario decir que ella se inclina con respeto, pero lentamente, intentando no caerse de los zapatos, claramente. X —Que jovencita más dulce, no puedo creer que su nieta esté tan crecida —Alaba la Reina, y sus ojos brillan tras los pequeños lentes de media luna que lleva puestos. —Agradezco sus palabras, Su Majestad —Tsuki, observa analítica sin decir más. La Princesa Selene, esta frente a ella sonriendo amigablemente; delgada y con largos rizos rubios cayendo sobre sus hombros. El Rey a su lado es imponente, de espalda ancha y tan recto como una tabla, su cabellera blanca resalta con los mechones azules que indican su estatus, logrando que sienta que sus azules ojos revisan hasta el último de sus poros.
—También parece estar muy bien educada —Comenta finalmente el hombre antes de mirar a sus hijos y colocar su mano sobre el hombro de la primogénita—. No me sorprendería que hayas oído de Selene… La mencionada ensancha su sonrisa al saludar nuevamente. —He oído mucho de usted, Princesa, es un placer conocerla —corresponde, volviendo a reverenciar. —Y el es Guido, mi segundo hijo —Explica, indicando al niño sentado junto a la Reina, quien ahora camina hacia ella. —Es un pla… —No es necesario —La detiene, con sus ojos negros penetrándola y obligándola a callar y mirarlo—. Una dama de la nobleza como usted no necesita hacer tantas reverencias. ¿Me equivoco, padre? —Dice lo último mirando al mencionado. —Para nada. El gusto es nuestro de poder compartir con la hija de tan reconocidos héroes. —¿Co-conoció a mis padres? —Las palabras salen de su boca cual torpedo, consiguiendo sobresaltar a la duquesa. —Por supuesto, quien ha venido al reino Nevada sabe de ellos. —Gracias por sus palabras, rey Cosme —Sonríe Agatha y presiona el hombro de su nieta con la intención de que se silencie. Guiados por la anfitriona, avanzan al comedor donde desayunan, conversando de algo más trivial, haciendo una sobremesa que dura hasta la hora de comida, en la que los adultos se lucen conversando y Tsuki descubre con impacto que su abuela sabe sonreír mostrando los dientes. Por su parte, la Princesa del reino vecino intenta congeniar con la niña, que solamente la mira de soslayo a ella y a Guido. Este último está concentrado en cada detalle de la conversación de los grandes, distrayéndose solo cuando su hermana le habla con la intención de crear una conversación fluida entre ellos tres… sin lograrlo. Aquello entristece mucho a la pequeña que, siendo la tan reconocida Vidente de los reinos, siempre hace ese largo viaje rodeándose de adultos y por lo mismo, cada oportunidad de hacer un amigo es realmente valiosa a sus ojos. Cuando la Duquesa los guía hacía los jardines, bajan la escalinata a paso lento y siguen sobre el frondoso pasto verde malaquita, admirando el clima, los adultos hablan sobre este trabajo de ella, Tsuki sigue caminando un poco más atrás de todos, Guido sin apartarse de su padre y ella, suspira mirando a ambos con resignación. . Pero no alcanzan a llegar a ver los caballos cuando Alina informa que los dormitorios están listos para ser ocupados, por lo que la familia Laguna Alta se retira para descansar de tan largo viaje, excepto por Guido quien, aceptando la oferta de la Duquesa, se queda para que Tsuki lo acompañe al cobertizo. Han de imaginar que la pequeña no se atrevió a decir que no.
El cobertizo es pequeño, de ladrillos grises, apto para los cinco animales que en el descansan y el heno que los alimenta. Tsuki observa los caballos, pensativa antes de escoger uno, pero no llega siquiera a abrir la puerta del afortunado animal cuando el Príncipe estira los brazos, se apoya sobre la puerta de uno de los animales, observándolo de cerca, y comenta: Si no desea montar no es necesario que lo haga, puedo comprenderlo. —Ah… no, no me molesta en absoluto, yo… —Podemos decirles que hemos montado un rato por los pastizales de junto —La interrumpe y, al verla callar, agrega—. Mis padres estarán durmiendo, y estoy seguro de que la Duquesa tiene cosas mejores que hacer. —De verdad, que no es necesario que tome tantas… —No me molesta. Tengo entendido que su abuela es alguien muy estricta y pienso que le tiene bastante respeto. ¿No es así? —La mirada perpleja de Esmeralda consigue hacerlo sonreír por primera vez en la mañana. —Ah… bueno… —Entiendo, soy un Príncipe y no quiere ofenderme de forma alguna, eso está bien. Pero no me gusta que hagan cosas molestas solo por agradarme —Explica, estirando la mano hacia los caballos de azul claro. Mientras Guido acaricia al animal, sonríe y en sus mejillas se forman dos margaritas cuando muestra los dientes. —Gracias —Baja la mirada con timidez, y agrega—. Pero no me molesta, estoy acostumbrada a estar cerca de príncipes, crecí con ellos. Sé cuando son caprichosos y cuando no lo son. —Entonces, ¿si quiere cabalgar? —Sí, hace tiempo no lo hago —Asegura observando al animal frente a ellos. —¿No se caerá? —Consulta mirando los pies de Tsuki. En ese instante recuerda que jamás ha subido a un caballo con zapatos de tacón, y mucho menos montado con falda. Aproblemada se muerde el labio, si se llega a saber que no acostumbra a vestir así… probablemente su abuela la asesina. Por suerte, Guido tan solo concluye que hace poco usa ese tipo de zapatos, y le pide que a cambio le muestre los jardines y el resto de la mansión. Mientras caminan, poco a poco empieza a fluir la conversación, empezando por recibir respuestas exactas y cortas a cada pregunta por parte de ella, sin embargo, en cierto momento no obtiene ninguna y la verde mirada de Tsuki se fija en el pasto —No quería incomodarla… lo siento. Olvídelo, por favor.
Esmeralda asiente y sigue avanzando. Cuando llegan al patio de la mansión pueden divisar cómo dentro de la cocina doña Jacinta y otras dos mujeres conversan alegres. En tanto la vista de Guido se posa en los árboles que adornan la laguna del lugar, Tsuki no despega sus ojos de la mujer, preguntándose cuál de ellas será quien busca… Y se concentra tanto en ello que tropieza, cayendo al piso en menos de lo que tarda un suspiro. —¿Está bien? ¿Puede caminar? —Sí, sí. Solo… me distraje. —¿Le preocupa algo? ¿Se ha molestado por la pregunta de hace poco? —No, no, es que yo… —titubea mirando de soslayo la cocina. —¿Quiere ir a la cocina? —¿Yo? No, no. Una dama no debe estar en la cocina… —Repite cual grabadora. La mirada confundida e interrogante del niño se fija en ella antes de desvíarse hacia el segundo piso donde descubre que la duquesa los observa sigilosa. Como este es su primer viaje Real, está un poco preocupado por cada una de sus acciones y la mirada fija de Agatha sobre ellos lo pone aún más nervioso, por eso posando apenas su mano en la espalda de la niña la insta a seguir avanzando y alejarse de la vista de la mujer, sin mucho resultado. Siguen en silencio por un buen rato, sin embargo la curiosidad de Guido puede más que la comodidad de caminar rodeando la mansión. —Usted quiere ir a la cocina, ¿verdad? —Pregunta e insiste cuando ella lo niega. —No podría… —Es una dama y es un lugar sucio para una señorita. Por eso me da curiosidad, qué razón tiene una señorita noble para querer entrar a un lugar tan sucio. La niña da un suspiro antes de mirar alrededor: el jardín con todo el pasto y arbustos escarchados, el cielo despejado que no hace murmullo alguno. —Quisiera acercarme a la cocinera, pero ella no sale del sector prohibido de la mansión — Musita. —Entonces, quiere llegar con ella… ¿y no ha pensado en llamarla? —La duquesa no me lo permite. —Ya veo… ¿Puedo preguntarle algo más? —Insiste luego de mirar nuevamente hacia la mansión—. ¿Se le ocurre que razón tiene su abuela para vigilarnos? Con sorpresa, Tsuki voltea en el mismo sentido del viento y observa a la mujer que, disimuladamente se aleja del vidrio, desapareciendo de sus vistas.
XI Horas más tarde Al igual que el resto de su familia, el príncipe duerme plácidamente en su cuarto, mientras Tsuki a sido obligada a participar de una sesión de modales que su abuela parece olvidar que ella ya conoce. Al finalizar, la felicita por agradar al príncipe recalcando la lista de virtudes que se conocen del chico con gran énfasis en sus habilidades con la espada y el crielgre. —Yo también sé manejar la espada —Comenta con soberbia. —¡Cierra la boca, niña! —Regaña la duquesa haciendo saltar a su nieta—. No repitas tal cosa, una dama no debe estar con armas o sudada. Los dioses quieran que no se enteren en Laguna Alta, que vergüenza… —Ruega con voz firme. La niña tragar saliva antes de atreverse a argumentar. —Pero mi madre también… —¡No menciones a esa mujer! —Se pone en pie dejando caer el bordado y los hilos que lo acompañan—. ¡No es alguien que debas imitar! El rictus de Agatha se arruga por completo y una vena en el cuello sobresale con los nervios que la acechan, logrando palidecer a Tsuki, quien la mira espantada. Sin atreverse a reclamar baja la mirada, escuchando cómo su abuela sigue criticando a la mujer que fue su madre, logrando entristecerla más y más. Sabe que discutir o levantar la voz es mal visto, por ello prefiere pararse de golpe y, sin mirarla, se quita los zapatos en un claro acto de rebeldía antes de alejarse mostrando su ira en cada paso. Detesta ser aquella princesita en que su abuela desea convertirla e, ignorando las palabras que ofenden a su madre y el regaño que ahora recita Agatha por su actuar, se aleja con un actuar, que al parecer, resulta ser igual que las maneras de Felisa (su madre). Con el nudo en su garganta -cual hueso atravesado- más grande que antes, lanza los zapatos al otro extremo del cuarto. “¡Los odio, odio este lugar, odio estos vestidos!” reclama para si misma, quitándose como puede aquellos ropajes finos y abultados. —¡Y los cintillos, las muñecas! ¡Odio todo esto! Los tantos adornos, perfectamente colocados en la cómoda del dormitorio, vuelan con el manotazo dado, y más de una figura se rompe al estrellarse en el piso. Con tal ruido no es de extrañar que más de alguien se alerte, y si bien la duquesa también escucha ese escándalo, se mantiene quieta en su lugar, fingiendo no oír nada. No así Alina, que corre de inmediato hasta el cuarto y entra preguntando por el estado de la niña. Pero esta no responde.
Con sus gruesos labios entreabiertos se detiene unos segundos en el umbral, observando el dormitorio aparentemente vacío, le bastan dos pasos para poder ver a Esmeralda sentada cual guerrera caída, junto a los objetos rotos, sus ojos enrojecidos, las prendas a medio poner y sus cabellos despeinados por sacarse los broches alborotadamente. No tarda mucho en decidir levantarla, recoger los trozos del piso y confortarla cuando rompe en llanto. —No soporto más quedarme aquí, quiero volver al palacio —Solloza. Y aunque intenta cubrir sus ojos le es imposible, ya que Alina limpia su rostro con un pañuelo de tela almidonada. —Debe darse tiempo, jovencita. En unos días verá que se acostumbra. —¿Cómo? ¿Cómo me acostumbraré a ser alguien que no soy? Ni siquiera puedo saber de mi madre. —La duquesa es una señora de carácter, jovencita, pero no por eso no puede ser usted —La consuela, cogiendo sus manos para limpiarlas también—. Mire cómo se ha lastimado. —No es nada… —Suspira y toma aire—. ¿Cómo puedo ser yo, si no me deja hacer lo que me gusta? —No es tan difícil, no si tiene nuestra ayuda. La señora me contrató para cuidarla, y eso tengo que hacer —Dice, y notando la mirada confundida en la niña, agrega—. Para empezar, tiene todos los días al menos unas cuantas horas de libertad. Con tanta siesta que toma la doña… —Pero… no puedo romper las normas de la casa. —Oh, señorita… usted es tan buena. No quiero sonar como una mala influencia, pero verla así me entristece el alma. —Lo lamento, sé que debo ser más fuerte —La interrumpe. Seca sus ojos y llena de aire su pecho desganada. —No, no. Señorita, es una dama muy complaciente. Por eso esta así de triste. Debe recordar que cuando doña Agatha duerme, quien manda es usted. Nadie se atreverá a regañarla. Mucho menos a darle ordenes si no se deja. Las palabras de Alina fueron sabias, y tras una breve conversación se dio cuenta de que tal vez, no esta tan sola y puede ser que no esté haciendo las cosas de la mejor forma para sí. Con paciencia, Alina arregla los cabellos de su joven dama para volver a vestirla con las prendas apropiadas para cenar junto a la familia real; una cena que se vive con la típica conversación guiada por los adultos que toman la ocasión para planear un paseo por el pueblo, el cual se lleva a cabo usando dos carruajes, uno que va delante en el que se encuentran el rey, Guido y Esmeralda, quien tan
silenciosa como acostumbra observa el camino, tan interesada en el paisaje como quien ve una atracción artística. Y el rey es el primero en hablar, para romper el silencio: Tengo entendido que hace poco has llegado a la mansión, Esmeralda. ¿Ha sido grande el cambio? —No, para nada. Estoy feliz de acompañar a mi abuela. —Si no me equivoco, te educaron junto a los príncipes, ¿qué instructores tenías? —¿Instructores? Eh… bueno, siempre tuve los mismos que la princesa Umi… —Ya veo. —¿Puedo preguntar por qué no sigue instruyéndose con los reyes? —Interviene Guido con tacto, no obstante, su padre le da una ruda mirada en reproche y cambia el tema abruptamente abriendo la cortina de un extremo a otro. —...los vientos no silban igual en Laguna Alta —. Dice sonriendo y con una sonrisa le pregunta a la niña si ha tenido el placer de pasear por las calles del pueblo nuevamente. —La verdad es que no he salido de la mansión… —Entiendo —responde y observa a ambos niños analítico, antes de continuar—. Escuché que aprendías a usar la espada… Tsuki no evita un respingo, juraría que no ha mencionado el tema… ¿cómo es que lo supo? —¿En serio? ¿Aprendió con el joven Alan? —Interroga de inmediato Guido (ese sí es un tema que le gusta)—. ¿Dije algo malo? La razón de la pregunta no es de sorprender, ya que “Esmeralda” se ha quedado muda, con la boca entre abierta y un mirar asustado, más que tímida hacia el rey… Ante esto el rey suelta una carcajada y coloca una mano en la pierna de su hijo para tranquilizarlo. —Está bien. Ha sido Aníbal quien me habló de ti y tus logros con el arma —Explica mirando a Tsuki—. ¿Me equivoco al creer que la duquesa no sabe? —Sí, lo sabe. —¿Por qué la preocupación, entonces? —Es que… no quería… —Balbucea cabizbaja, enfocando sus manos guardadas en blancos y pulcros guantes— …yo, que usted… su supone que no debía… El temblor nervioso en ella es evidente, sus palabras apenas se oyen y se interrumpe con la nueva risotada del adulto. —Niña, calma. Nadie va a devorarte, puedes estar tranquila. —Esmeralda es muy preocupada por sus acciones y las consecuencias de estas, padre.
—Así veo, y entiendo que a Agatha no le gusta que una dama cumpla con esas acciones. Probablemente te ha dicho que podría desagradarme —Analiza el rey. Ella afirma son sutileza. —Bien, puedes olvidarlo. Me parece óptimo que sepas defenderte, más si lo haces bien. Cuéntame, ¿por qué has dejado de entrenar? —¿Lo ha dejado, de verdad? —Interrumpe Guido bajando sus ánimos, ya se había hecho la idea de practicar juntos. —Sí, lo he dejado… Mi abuela necesitaba compañía, y es mi obligación atenderla —Dice con solemnidad. —Es una pena… —Musita Guido, antes de que su padre felicité a la chica posando ligeramente una mano en su hombro. —Intentaré interceder en tu favor con la duquesa. No sería bueno que pierdas lo que has avanzado en tus entrenamientos. Tras estas palabras, los verdes ojos de Tsuki se iluminan de esperanza. Tal vez Alina tiene razón, quizás puede mejorar su estadía cambiando un poco de actitud, y ser tan pasiva no sea del todo lo correcto. XII Una suave llovizna humedece los rizados cabellos del príncipe Guido tanto como el de Esmeralda, su guía temporal. Muchos pasos atrás avanzan los demás de la familia, acompañados de la duquesa y unos guardaespaldas que los escoltan durante el paseo por el camino amarillo de piedras. —¿Puedo alcanzar a Esmeralda, madre? —No, quiero que estés cerca de mí —Camelia, acomoda sus lentes al hablar y se acerca a una pequeña tienda de flores. Una de las pocas del lugar. —Pero, madre… —Hija, tu hermano debe tener la oportunidad de conocer a otros jóvenes. No quiero que intervengas en esta ocasión —Cierra el tema. Arrugando los labios, Selene da un vistazo a la distancia, donde los pequeños se alejan a paso lento y en silencio. Para la niña resulta desconcertante tener que guiar al niño por un pueblo que apenas y recuerda. Aunque, no niega que el aroma que emanan los arbustos a fuera de los locales le resulta familiar y agradable, consiguiendo se sienta muy cómoda en el pueblo.
El pueblo no es realmente muy grande, pero si tiene muchos espacios de bosque y colinas entre la mansión y un centro comercial, el cual realmente son pequeñas casetas muy similares entre ellas de diferentes colores dispuestas en unas pocas calles alrededor de una bella plazoleta, todos simulando un gran círculo que luego se deforma por los terrenos despejados que se dispersan con las pequeñas lagunas que se sitúan en el lugar. —¿Cree que la duquesa la deje retomar su entrenamiento, señorita? —No estoy segura. Me gustaría mucho si así fuera. —Y a mí. De ese modo me atrevería a pedirle que entrenemos juntos —Comenta, consiguiendo una sonrisa de satisfacción en la niña. —Eso sería agradable. —Sí, ¿verdad? No he tenido oportunidad de entrenar con otras personas, sería muy divertido. —¿Aprende por su cuenta? —No, pero mi padre me tiene un maestro privado. —Ya veo, es verdad. El príncipe Alan tampoco entrena con los soldados aún. A poca distancia, una vitrina luce ninfas, brujas, princesas y peluches de animales que llaman la atención de los niños, curiosas muñecas de la tienda ubicada a unos pocos metros a la que se acercan rápidamente. Al ingresar, pueden ver estantes y pilares con diferentes diseños de muñecas, muy pocos repetidos. En un rincón se acumulan varios peluches almidonados de pelo largo. La vista de Tsuki se centra en una muñeca de porcelana, pero… el juguete casi se cae de sus manos cuando junto a ella pasa corriendo Selene, llena de júbilo y adrenalina. —¡Esto es una maravilla! ¡Mira padre, que hermosas muñecas! —Hija, contrólate, qué te he dicho de levantar la voz —Camelia la sostiene del brazo una vez que ha logrado alcanzarla. Algo admirable siendo que la niña corrió y la reina parecía flotar delicadamente rápido. —Lo siento, madre, me siento avergonzada —Baja la cabeza disculpándose con el dueño de la tienda, e inmediatamente pide que le compren una. Con las voces como ruido de fondo, la concentración de la pequeña Tsuki se centra en las variadas muñecas, sus rostros, vestidos y expresiones. Todas vistiendo aparatosas prendas, cabellos decorados con lujosos adornos de fantasía, zapatos de charol y uñas pintadas. No puede evitar mirar su vestimenta y compararlas con la de ellas. ¿Por qué no hay alguna con una vestimenta distinta? ¿Acaso todas las niñas deben querer verse así?
Al mismo tiempo, la princesa se emocionada escogiendo de entre todas, la muñeca más bella para su colección, una faena durante la cual aprovecha de conversar con Esmeralda y mostrarle los juguetes que más le gustan y que de la guerrera tan sólo obtienen amabilidad. —No hay nada más lindo que una muñeca, ¿verdad? —Supongo que no, princesa —Sonríe. —Yo tengo una por cada cumpleaños, mínimo —Cuenta, con una gran sonrisa antes de dar un leve brinco al notar que su padre -en un mudo gesto- le permite llevar una a casa. Dejando de lado su intención de forjar una nueva amistad, Selene se apresura hasta un escaparate donde se encuentran los modelos más exclusivos de la tienda. Con un suspiro, Tsuki recuerda a Umi. “Es igual de consentida” piensa para sí, antes de descubrir a la distancia una vitrina con títeres. Curiosa, se acerca hasta ella para observar los distintos personajes: Reyes, caballeros, bufones, princesas, cortesanos… Entre todos, su atención se fija en una doncella de pequeños labios rojos y blancos cabellos, sus largas pestañas resaltan gracias a los vacíos ojos de vidrio que tiene. Pudo verse a si misma en ella; aquellas manos deseosas de moverse atadas por una gruesa soga blanca y sus pies agiles y gruesos, obligados a dar los pasos que su dueño le ordena... Incluso su cabeza no puede alzarla a menos que alguien le dé la orden... Sí, jamás podría sentirse representada por aquellas niñas de porcelana tan elegantes y bien vestidas, porque ella... ella es como aquella muñeca de madera, llena de cuerdas. —Si te agrada alguna, puedes llevarla. Tienes tiempo, Selene siempre tarda en escoger —Cuenta Guido divertido. —¿No es una molestia? —Pregunta volviendo la vista a la niña de madera, pobre pequeña muñeca, tan atrapada, tan indefensa... a merced de quien disponga de sus cuerdas. —No, por supuesto que no. —Sonríe amable con ambas manos en su espalda, cual caballero, notando curioso la atención que ella pone en aquel juguete. Caída la noche la mayoría de los soles se han escondido y el cielo que se vuelve rosado luce bellos luceros plateados, la princesa carga con varias muñecas diferentes mientras que Tsuki regresó con el títere el que llevó a su habitación y sentó en un cómodo sillón. Tsuki, pasa su vista del objeto a Alina que prende fuego en la chimenea. —En verdad es una bella muñeca la que le han regalado —Sonríe la doncella observándola, y sus ojos verdes se ven más claros por la luz de las flamas—. ¿En qué piensa, jovencita? —Solo... solamente es una pobre muñeca —afirma antes de usar el abrecartas para cortar las cuerdas de la mencionada.
—Señorita, ¿qué está haciendo? —consulta anonadada la sirvienta, antes de hacerse a un lado al ver que la niña se acerca a la chimenea con rapidez, antes de lanzar las cuerdas y el mango de la marioneta en las llamas—. Pero... ¿por qué ha hecho eso? —Porque así me gusta más... Mientras tanto, en el Palacio Desde el umbral de la puerta Lisa suspira por enésima vez observando a la princesa, que apoyada con ambos brazos en el alféizar no deja de observar el paisaje del bello y ancho lago ubicado en el patio de junto, sumida en sus pensamientos: —Tienes que entender de una buena vez, Tsuki es su nieta, le corresponde estar con su familia.— Había dicho su padre, y aunque reprochó el insistió: Es la familia que le tocó, así son las cosas. Haz los berrinches que quieras, pero hazlos en otro lado. Ahora estoy ocupado. No había manera, por más que peleaba su padre no cedía en hacer volver a Tsuki. Si bien la han castigado con buena razón y le han prohibido ciertos placeres por dos soles, ella no ha sufrido las penas de esta privación, pues, desde que la duquesa y Tsuki se han ido, estuvo llorando tres días seguidos para después visitar día tras día el despacho del rey buscando una norma o una ley que revierta la situación; incluso intentó que su padre se impusiera ante la mujer. No obstante, al fin comprendió que solo queda rendirse y madurar; comprender que la familia más cercana a la niña es Agatha y siempre debieron ser así las cosas, pero, más importante… que sin importar cuanto patalee, gruña, llore o incluso ruegue, no hay forma de hacer que su padre traiga de vuelta a Tsuki. Lisa solo observan los largos y rosados cabellos de la princesa que caen cubriendo toda su espalda, apenas se divisan sus hombros elevarse y bajar con cada largo suspiro. XIII En el pueblo Tierra blanca, donde las flores se asoman con timidez, el viento fresco del sector es atravesado raudo por una flecha que llega obstinada al centro de la diana que se ha parado en el patio de la mansión Del Silencio. A unos metros, Guido observa seriamente el hecho, de brazos cruzados y con el ceño fruncido. —Sí sabe usar un arco… —Dice con sus ojos pardos enfocándola. —Solo ha sido suerte. Una dama no debe entrenarse en artes bélicas como esta —Sonríe con inocencia. Ambos niños no contienen una carcajada. Está bien, lo ha engañado, pero nada le molesta conseguir una amiga que comparte sus gustos, por lo que la competencia no tarda en iniciarse. Tomando la instancia libre que le da la siesta de Doña Agatha, Guido y Esmeralda se divierten con
el tiro al arco, e intentan dar un paseo a caballo, aunque esto último... es un caso perdido. Con tan aparatoso vestido, es una odisea para Tsu lograr montar uno, pero Guido ha visto a su hermana hacerlo muchas veces, e insiste en poder enseñarle sin embargo, cada vez que está por montar el caballo termina resbalando de la montura, y más de una vez cae sobre el príncipe. Por ello, no es de sorprender que al estar de regreso los reyes y Agatha en pie, ambos se encuentran más embarrados que un deshollinador. En posición, como si fuese a soplar un beso desde su mano, el príncipe sopla sutilmente hacia los jardines, consiguiendo con su aliento bañar de cristales de nieve la mitad de las flores. —¡Impresionante! —Ja, ja, ja... no es gran cosa, todos en Laguna aprenden a hacerlo. —Increíble, mis felicitaciones. —He escuchado que usted también puede manejar su crielgre. —Pero no de la misma forma —Explica, antes de apartarse y cerrar los ojos un momento. Luego de dar un hondo suspiro apunta hacia el centro de la diana con el índice, y de su mano brota una flecha rojiza que, si bien no llega al centro de la diana, se acerca. —¡Bravo! —Aplaude él—. Como dijo mi padre, en realidad es buena. —Gracias —Sonríe apenada, mas, su boca queda abierta al ver al chico soplar con fuerza. De los delicados labios reales, surgen varios dardos de hielo que rodean la flecha de la jovencita sin dudar. Claramente es un joven bien entrenado, y por la sonrisa que demuestra, le gusta que se den cuenta. —Uf... —Tsuki hace una exagerada reverencia ante el príncipe, que de brazos cruzados la observa satisfecho—. Es muy hábil, joven príncipe, demasiado para su edad. ¿Bien? —Perfecto. —Engreído —Musita taimada. Después de todo, no es satisfactorio ver que un joven menor tiene su mismo nivel de combate. —Le dije que no me subestimara —Afirma con suficiencia. Tras limpiarse las manos en una fuente del jardín, se sientan en el pasto a observar el cielo, haciendo planes para el día siguiente, puesto que pronto Agatha estará en pie buscándolos, tendrían que irse a cambiar antes de eso. El tiempo libre ya está por terminar. —¿Seguro que no prefiere salir con sus padres? —Sí, además... no parecen muy entusiasmados en llevarme. —Es verdad... ¿también tiene la impresión de que...? —¿Intentan que estemos juntos todo el tiempo? —termina la frase el príncipe.
—Sí... —Sí... Puede ser porque este es mi primer viaje fuera del reino. Tal vez papá tiene miedo de que no pueda relacionarme como corresponde con los futuros líderes. —No. Es un buen chico, la duquesa habla maravillas de usted, joven Guido —Anima ella. Y, al tiempo que habla posa su mano en el antebrazo de su nuevo amigo, quien le sonríe amable por respuesta. Pronto acabarán los días de la familia Laguna Alta en la mansión y la curiosidad de Guido ha crecido con los días, por lo que, aprovechando la confianza ganada, se atreve preguntar: —Joven Esmeralda… ¿extrañaba vivir con la duquesa? —Yo... —La pequeña baja la mirada antes de negar y sonreír—. La verdad... es que apenas y la conozco. —¿A su abuela? —Pregunta sorprendido. —Sí, es que… —Tsuki mira la diana antes de ponerse en pie para disparar otra flecha—. Luego de que murieron mis padres, la duquesa se fue y me dejó en palacio. Supongo que no se sentía bien para criar a una niña luego de morir su único hijo… es entendible, ¿no? —Lo siento, no debí preguntar... —Dice al notarla un poco apenada. —Está bien. La duquesa nunca quiso a mamá y tampoco a mí. Incluso no quiere llamarme por mi nombre... me ha puesto Esmeralda, no sé por qué... —Es la única hija, de su único hijo —Dice Guido y niega con la cabeza antes de hablar—. No creo que no la quiera... —Quisiera saber quién es Esmeralda, así sabría a quién quiere que me parezca... —¿Sabe cómo averiguarlo? —Con la cocinera —Afirma. —Aaah... ahora entiendo todo —Sonríe, observando desde el pasto como ella dispara—. ¿Qué le parece si dejamos para otra tarde la montura y mañana aprendemos a cocinar? Por primera vez, Guido pudo ver una verdadera sonrisa en el triste y preocupado rostro de “Esmeralda” y se sintió satisfecho. Ofrecer un viaje a la cocina a una chica noble no es lo más adecuado del planeta, pero se siente seguro de que su padre no lo reprocharía esta vez. Bueno... no por todo... —¿Qué es lo que les ha pasado? La voz sorprendida y alterada del rey resuena a sus espaldas, poniéndolos en alerta y haciendo que se pare de inmediato. —Guido, ¿quieres explicarme por qué tú y la joven Esmeralda están en tal estado? —Cuestiona, con la mirada fija en recorrer cada detalle de los chicos.
Despeinados, con pasto decorando sus nobles cabellos ahora tiesos, el borde bajo de las faldas de la chica más oscuros que las herraduras de un caballo de carga y el resto de sus ropajes tan salpicados de barro y empolvados como las mismas prendas del príncipe. Claramente no es la pinta que se espera de jóvenes educados y de alta alcurnia como son ellos, los que, con sus rostros empalidecidos por la arena clara, no parecen más que simples sirvientes mal disfrazados. —Padre, este... estuvimos... —El chico baja la mirada y titubea por lo bajo palabras sin sentido y Esmeralda se acerca rápidamente hasta el hombre pidiendo disculpas en su nombre. —Hemos paseado por los alrededores. Es mi culpa, señor, no regañe a Guido por favor. —¿Esmeralda? ¡Niña, por los Dioses! ¡Príncipe! —Agatha se acerca tan sorprendida como el rey y su esposa, y sus colores pasan en una gama tal que no es difícil imaginar lo alterada que se encuentra—. ¿Cómo has hecho para poner al príncipe Guido en tal estado? Discúlpate ahora mismo. —Sí, señora. —No es así, ella no me ha —Guido se interrumpe al sentir la mirada fija de su padre sobre sí. —Estoy seguro, Agatha, que mi hijo es perfectamente capaz de decidir cómo proceder, y esta ha sido una travesura de ambos. —Cosme, por favor, no es necesario que sea tan amable. —No es amabilidad. El rostro de mi hijo lo deja en total evidencia —Sonríe el rey, al tiempo que su esposa sacude las prendas del niño murmurando unos regaños por lo bajo. —Pronto vamos a comer. Ve con Alina para que prepare el baño para ustedes —Ordena la duquesa con su ruda mirada enfocada en su nieta. XIV Al día siguiente Con aprehensión, la joven abraza a la dulce muñeca, tal vez hoy... al saber un poco más sobre su abuela, quizá pronto podría volver a vivir en palacio... o al menos a entrenarse con Bonilla. Un golpeteo en la puerta le avisa que el príncipe a llegado a buscarla, cruzaron el comedor y varias estancias más hasta que entraron a un cuarto grande, con varias mesas y un humilde comedor donde Alina se encuentra sirviéndose una sopa recién calentada. Del techo, varios manojos de verduras cuelgan en fila y en un rincón se abultan varios sacos de papas; en el centro, un horno arde sin timidez y, en la orilla derecha, en una cocina a leña hierve una gran olla, frente a la cual se encuentra una mujer que los mira igual de perpleja que las otras damas presentes y el joven que suele hacer los mandados fuera de la mansión. Todos observan al par de jóvenes que han irrumpido y los miran como si hubieran entrado en una desconocida dimensión.
—Señorita, ¿necesita algo? —Leila se acerca despacio hasta ellos haciendo una reverencia. —Eh... Sí —Afirma y aclara la garganta tras mirar a Alina que la alienta de forma muda—. Busco, a la Señora Jacinta... Fácilmente la pueden descubrir, ya que todos voltean hacia ella; una mujer mayor que ha sido la única en no ponerse de pie cuando han entrado y ahora deja de lado la masa con la que trabajaba para limpiar sus manos con un paño y voltear hacia ellos. —Yo soy Jacinta, joven Esmeralda —Dice, añadiendo que ya está vieja y ellos son jóvenes, por lo mismo nada les cuesta acercarse—. ¿Qué puede ser tan importante para traer a una dama y un príncipe a hasta aquí? Aquella actitud no deja de extrañar al príncipe, no así a Tsuki, que está acostumbrada a tener confianza con algunos empleados. —Señora... Yo quiero... —Se detiene al sentir el tacto de Guido. Con su mirada, el chico le hace notar que todos los demás en el lugar la observan en silencio, esperando alguna orden o que se retire del lugar. —Pueden continuar con sus faenas... Gracias —Dice, tras un leve suspiro de resignación. —¿Quiere que les deje a solas? —Interroga el príncipe, y sonríe al verla negar levemente. —Señora Jacinta, usted ha de saber que mi nombre es Tsuki. —Sí. —¿Usted sabe quién es Esmeralda? —Por supuesto jovencita, usted es Esmeralda —Responde desconcertando a los niños, inclusive Alina, que no se mantiene distante—. No frunza el ceño, es verdad. ¿Que no le ha dicho la duquesa? No creo que me corresponda a mí decir algo... —Por favor. Amable señora, mi amiga se siente muy confundida —Insiste Guido, al notar que la mujer desea callar. —Supongo que, si un príncipe me lo pide, no tengo opción —Se queja, levantándose para ir por una jarra de jugo—. Es una larga historia, niños, pero es la verdad. La única Esmeralda es usted, jovencita, ese es su nombre primero. Aquellas palabras dichas con cariño, llegan a sus oídos como un cuento irreal. Con la vista perdida en la anciana mujer de rostro curtido, Esmeralda no repara en el vaso de jugo que le han ofrecido y, con la boca entreabierta, se llena de aún más de preguntas de las que espera obtener respuesta una vez que las pronuncie. —Tsuki, nació en ese palacio que obtuvieron como recompensa a sus proezas el caballero Rubino y su esposa Felisa —Cuenta la mujer a los tres niños que atentos asienten incitándola a seguir—. La
pequeña, tan linda como ahora, apenas abrió los ojos, destacó por su bella mirada verde, y por eso, le bautizaron con ese hermoso nombre: Esmeralda —Explica con entusiasmo, detallando sobre lo feliz que estaban todos con el acontecimiento. —Pero siempre me han llamado Tsuki, eso no puede ser cierto —Reprocha. —Tranquila, deje que le cuente —Dice Jacinta, posando sus arrugados dedos sobre la mano de la niña—. Poco después la reina dio a luz. —Y nació la princesa Umi, ¿verdad? —Interrumpe Alina. —Aja, pero ella estaba enferma y enfermó más luego de que saliera la bebé. —También sé esa historia, ¿qué tiene que ver conmigo? —Cuestiona la pequeña. —Mucho, pues tus padres la han acompañado, dejándote junto a la princesa sin nombre, como se le llamó durante todo ese tiempo —Habiendo recuperado la atención de los niños continua—. El caso es que Umi recibió su nombre por el agua que salvó la vida a su madre. Un mar que -según los habitantes del pueblo que la sanó- está protegido por la luna que se eleva sobre ella. A la cual llaman Tsuki. —¿Me cambiaron de nombre por una luna? —Pregunta decepcionada, bajo la mirada atónita de sus nuevos amigos. —Querida, va más allá de eso. Tus padres esperaban que siguieras sus pasos, y por eso te llamaron como la luna que protege esas aguas. Pensando que, así como ellos cuidaban a sus amigos, los reyes, tú un día pelearías junto a los príncipes —Sonríe amable. *** Bajo el suave atardecer de aquella tarde, en el jardín más frondoso de la mansión Del silencio, el príncipe Guido y la joven Esmeralda se columpian callados y pensativos. Pronto regresarán los reyes de su paseo, y varias veces han notado el sutil mirar de la duquesa por la ventana de la casa -quien los vigila como si esperase ver algún acontecimiento especial-, pero no le dan importancia… siguen en el patio, silenciosos, por un buen momento. —Ambos nombres son bellos a su manera —Intenta animar Guido a la chica, aunque no sabe si es decepción lo que siente. —Es como... si la duquesa no quisiera que sea Tsuki, es como si pensará que son dos personas diferentes. ¿No cree? —Analiza, mirando al pequeño que sonríe confundido. —Eso es imposible, no puede ser dos personas... —Es verdad... pero entonces, mis padres... ellos hubieran sido felices de que siguiera en palacio, ¿no cree?
—Aunque la señora Jacinta mintiera, efectivamente así sería —Confirma con confianza y, con sabiduría, añade—. Mi madre dice que su felicidad está en la de sus hijos, y me parece que usted era muy feliz allá. Unas lágrimas solitarias bajan por las mejillas de Tsuki, que en silencio recibe el tímido pañuelo de Guido. —Chicos, ¿qué han...? —Selene se acerca al trote hasta ellos, con una gran sonrisa y un ramillete de flores en las manos, pero calla al ver que Tsuki está triste—. Señorita Esmeralda, ¿qué ha pasado? ¿Se encuentra bien? —Sí, sí —Seca rápidamente sus ojos. A lo lejos vienen los reyes y su abuela. —¿Qué le has hecho, Guido? —Crítica Selene, sacando sus propias conclusiones. —¿Qué? Yo nada, ¿por qué siempre quieres culparme? —Eres quien está con ella, tú sabes que ha pasado —Comienzan una discusión que finaliza apenas sus padres están a suficiente distancia. Cerrando la sombrilla que llevaba consigo y entregándola a una doncella, Camelia sonríe al par de niños saludando amablemente, justo a tiempo para ver a Esmeralda mostrar una sonrisa espontánea y tierna. —Hija, ¿no ibas a mostrarle a Esmeralda las flores que trajiste? —Cierto. Señorita, creí que podrían gustarle —Dice, ofreciendo el ramillete en sus manos. —Están muy lindas, gracias. —Espero que estos días podamos pasar más tiempo juntas —Invita con ternura, logrando que Tsuki recién recapacite en lo poco que ha visto a la jovencita. —Claro, me encantaría —Dice, con una reverencia que Selene detiene en el acto. —No es necesaria tanta cortesía. Lo menos es que nos tratemos como hermanas, ya que serás de la familia —Explica, tomando sus manos con fraternal afecto. Es normal que estas palabras, descoloquen por completo a Tsuki. Sus atontados ojos verdes no vacilan en mirar a la duquesa esperando una explicación, y la mujer, tras un segundo de nerviosismo en sus movimientos, se endereza rápidamente, disimulando una pequeña tos antes de abanicarse y acercársele. —No pongas esa cara, querida —Sonríe posando su mano en el delgado hombro de su nieta—. Pensarán que te has asustado. —¿Dije algo malo? —La princesa observa a sus padres apartándose con preocupación, pero la reina sonríe y niega tiernamente.
—Disculpe, duquesa, seguro nuestra hija nos ha escuchado por error —El rey con un leve gesto hace que su hija retroceda un poco más, para quedar él al frente—. Supongo que ya no podemos esperar a la cena. —Supongo que no, Su Majestad. —Tal como ha dicho Selene —Comenzó el hombre— queremos que seas parte de la familia, querida Esmeralda. Hablamos con la duquesa y está de acuerdo en formalizar un compromiso entre tú y mi hijo. —¡¿Qué?! —La voz del desencajado pequeño, expresa lo mismo que la mudez de la involucrada. —Eso mismo. Por lo visto se llevan bien, y sería una perfecta unión. Estoy seguro de que Esmeralda crecerá como una bella y correcta dama. —...Una dama... —Piensa Tsuki, volviendo a ver cómo se esfuma su vida entre los sueños de su abuela. —Estoy seguro de que piensas lo mismo, y te esforzarás por estar a la altura de la situación — Asiente Cosme, con un mirar penetrante y fijo en su hijo. La mirada que cruzan ambos en silencio muestra tal aturdimiento que en ese pequeño instante, incluso parecen hermanos entre ellos. XV Para celebrar el compromiso, la Duquesa ofrece una cena de gran nivel, con invitados de alcurnia como el Conde Donald; un hombre de tanta edad como ella, y su prima Lady Mónica con su marido y finas decoraciones tanto en el salón comedor como la estancia. Sin embargo, el animo de los niños es muy diferente al de los adultos. Incluso Selene, está triste de ver tan serios a Guido y Esmeralda, quienes por su parte apenas e intercambian palabra, cada uno absorto en sus propios pensamientos y sintiéndose inseguros de acercarse al otro. A mitad de la noche Tsuki disimuladamente se desliza hasta el corredor saliendo de la vista de todos, para esconderse en un balcón solitario y estar tranquila para quejarse entre murmullos de la loca idea de su abuela. — Casarme... Por suerte y aún somos niños... Será algo de lo que no deba preocuparme hasta al menos seis soles más... —Analiza con sus ojos fijos en los arbustos del jardín. Alcanza a ver dos brillantes lunas flotando majestuosas rodeadas de estrellas, antes de dejarse caer otra vez en la baranda. Pensando en que realmente no es capaz de enfrentar al joven príncipe, ¿qué podría decirle? ¿“No me interesa casarme contigo”? No, esa no es la frase más apropiada hacia
alguien de la realeza. Aunque no cree que él se sienta muy a gusto con la idea... No obstante, de todas formas, ha aceptado el compromiso. ¿Sería acaso que él ya lo sabía? —No parece ser alguien que no se dé cuenta de los planes que tienen para él... —Piensa, al tiempo que lo ve caminar en los jardines. Sin decir nada, sin moverse lo sigue con la vista hasta el instante en que él la descubre, y observa el segundo piso e instantáneamente lo ve correr. No es complicado asumir que va a buscarla, por lo mismo, la invaden los nervios. Sin saber por qué, ingresa al cuarto rápidamente y corriendo atraviesa el corredor hacia las escaleras, puede sentir su corazón en la boca al ver al príncipe al pie de estas. Dejándolo allí enmudecido, sube al tercer piso para alejarse comenzando una corta persecución, que acaba luego de casi recorrer todo el pasillo, poco antes de que vuelvan a llegar a las escaleras. Fastidiado, el príncipe baña con escarcha parte del pasillo de un solo soplido, haciendo que la pequeña Dama resbale y se deslice sin control hasta dar contra la pared quedando acorralada. —¡Tsuki! ¿Te has golpeado muy fuerte? —Raudo llega hasta ella sin evitar resbalar un poco también, recibiendo por respuesta que de los dedos de su prometida un cubo de hielo golpee su frente—. Ouch... Aceptando la muda ayuda del chico, ella se pone en pie y sacude sus faldas. Entonces se miran fugazmente antes de fijar los ojos en distintos y “atractivos” puntos de la pared, con sus rostros acalorados y llenos de timidez. —Solo quería decirte... que... que, bueno, que está bien si estas molesta... —Titubea, estirando nerviosamente la ropa que lleva puesta, a pesar de que esta ya está en perfecto estado—. Yo lo estoy un poco, no tengo intenciones de casarme contigo —Comenta consiguiendo que ella de un respingo y lo mire un poco ofendida. ¿Quién no se ofendería con esa frase? —¡No quise decir eso! ¡Bueno, sí, pero no de esa forma! Digo, no tengo ni 10 años... —Se excusa atribulado y comenzando a bajar la voz. Al verlo tan inseguro y nervioso, Tsuki se siente liberada, en confianza. “No soy la única atrapada”, piensa, al menos esta vez... puede ser sincera con alguien. Con una risilla nerviosa, deja en claro que no está molesta y Guido puede respirar más tranquilo, sin temor a una nueva represalia. —Aún somos niños, pueden cambiar de opinión. Eso creo —Sonríe, apoyando su espalda al borde de la ventana del pasillo. —Sí... Supongo que sí. Aún podemos ser amigos, ¿verdad? —Claro, Guido —Dice, cargando la voz en su nombre, antes de reír con él.
El paisaje nocturno a través de la ventana luce templado y azulado, tintes morados reflejan en una lagunilla que a lo lejos se observa. En el jardín, los distintos caballos que guiaron los carruajes hasta la mansión pasean libres, disfrutando de su tiempo de descanso mientras una melodía alegre y suave llena el ambiente, gracias a la hermosa voz de la princesa Selene. XVI Lentamente Umi se ha ido acostumbrando a estar sin su amiga cerca. No obstante, cada cierto tiempo en sus ratos libres, suele sentarse a la orilla del lago, aburrida y triste, admirando con nostalgia el paisaje. En uno de estos momentos es que, Alan se acerca lentamente con ambas manos en sus bolsillos, y del mismo modo se sienta a su lado. —¿Hasta cuándo piensas seguir berrinchando? —No he hecho nada, ya me resigné. Solo estoy triste —Reprocha sin levantar la vista del lago. —Si sigues así solo preocuparas a mamá y papá. Podrías crecer un poco y dejar que los demás hagan su vida. —No he obligado a nadie. —Querías obligar a Tsu. Seguro que ella es más feliz con su abuela. —Sabes que no es así. —Seguro ella no hace un berrinche como tú. —Si ella hubiera querido irse, no me molestaría tanto… —Tienes que hacer las cosas de forma más inteligente, U, pedir la ayuda adecuada. —Hable con papá, pero no quiere hacer nada. —No hablo de papá —Afirma y por fin consigue que ella lo mire. —¿Tienes una idea? Creí que no querías a Tsuki. l¡No la quiero! —Se defiende de inmediato, tornando más azules sus mejillas y añade, fingiendo una suave tos entre sus palabras—. Pero tampoco la odio… después de todo, somos como primos. —Somos primos Alan, nuestros padres… —Ya lo sé —La interrumpe cortante, y decide explicar—. Papá manda, pero lo que debes hacer es enterarte de las razones del por qué se fue y las opciones que tienen para que regrese. Para eso deberías hablar con el consejero de papá, es el que está más al tanto de todo y… —Y… —Y podría querer ayudarte. De otro modo, siempre podemos intentar sobornarlo de alguna manera. —No lo había pensado…
—Tienes que ser más astuta, hermanita —Se burla, dando un golpecito sobre sus rizos con una sonrisa. —¡Gracias! ¡Te quiero más que el cielo! —Grita abrazándolo con fuerza antes de correr al interior del palacio. La figura de la princesa se pierde tras los helados muros del castillo, y la sonrisa resignada de Alan se ensancha al observar la ventana del segundo piso, tras la cual se esconde la figura de su madre, que en un sutil agradecimiento asiente conforme. Satisfecho, se recuesta sobre el pasto, se duerme unos minutos con la melodía de las aves como ruido de fondo. Mansión Del Silencio Fue difícil, no puede negarse, pero, con tacto y las palabras correctas, Cosme consiguió que Agatha permita a su nieta probar fuerzas con Guido por las tardes que estuvieran hospedandose. Y aunque la vestimenta para la ocasión fue difícil de tranzar entre abuela y nieta. Es así como terminó vistiendo calzas bajo una falda corta del mismo color, y en lugar de una camiseta cómoda como acostumbra tiene que aceptar una blusa con un aparatoso cuello que -al menos- cree que podría distraer a su contrincante. El último encuentro fue observado por la duquesa, algo extraño tras la negativa que sentía al respecto e hizo del momento algo muy incomodo para los chicos con sus insistentes interrupciones. —No separes tanto las piernas, niña —Dijo primero, para luego continuar con frases similares: “No seas tan brusca”, “No vuelvas a rodar en el piso”, “no te agaches tanto” y cosas como esas, provocando tal diversión en el Rey que este no evitó reírse a carcajadas. Luego del desastre del entrenamiento los chicos se escabulleron por la mansión, así podrían evitar oír los múltiples planes que tienen los mayores para su futuro juntos. —Están algo locos —Ríe Guido cuando se encuentran a buena distancia. —Sí... —Lo bueno es que ya mañana se acaba —Comenta peinando con los dedos su cabello. —¿Mañana? ¿Ya se van? —Tsuki lo mira un poco apenada con la idea. —Sí, partimos mañana. Iremos al palacio Nevada. Selene piensa que... tal vez quieres enviar una carta o algo a tus amigos. —Ya veo... —Baja la mirada—. Pero no soy buena escribiendo... —Entiendo. Nos vemos en la mesa —Se despide llegando al tercer piso y con un gesto de mano, se despiden para ir cada uno a su cuarto.
Con una amarga sensación en el pecho, Tsuki ingresa al baño; en sus manos sostiene una gran toalla almidonada y mientras tiene su mente en blanco deja las prendas sobre una silla que se ubica cerca de la tina. —Se van mañana… ya me había acostumbrado a que estuvieran aquí… —Piensa, y con una cinta pelea frente al espejo por conseguir que su cabello quede bien tomado y fuera del alcance del agua. “—Nosotros tenemos prohibido llamarte así, pues la duquesa siempre estuvo en contra de esa idea. —Señora Jacinta, ¿por eso ha querido traer a la joven dama? Fue por el conde que le contó que estaba entrenando como guardia, ¿verdad? —Preguntó la doncella.” Mirando su reflejo en el agua de la tina, analiza que debe agradecer que el Rey haya convencido a su abuela de entrenar, aunque haya arruinado el último encuentro. Juega con el jabón mientras da vueltas en aquel pensamiento y en el recuerdo de sus padres, aunque la imagen más fuerte que tiene de ellos es la del cuadro. —Tsuki, que protegerá a la princesa como ellos a su Rey... —musita, haciendo volar pequeñas burbujas hacia el techo. Claramente su abuela no quiere eso, jamás lo ha querido y probablemente haga de todo para evitar que siga los pasos de sus padres, por eso, se vio a si misma atada a las cuerdas, como su pequeña muñeca... —Si solo pudiera ir con ellos de vuelta a palacio... —Piensa, apoyando su cabeza en el borde de la tina con desgano. Aquel nudo de nostalgia en la garganta comienza a ahogarla una vez más. “—¡Prometiste que estarías conmigo siempre, no puedes irte! —Gritó Umi, y al verle notó aquellas lágrimas de impotencia que derramaba.” Sus padres confiaron en que ella cuidaría de sus amigos algún día. Seguro ahora estarían muy decepcionados, igual que su mejor amiga. La pena que pensar esto le provoca, seguramente la duquesa jamás podría imaginarla. —Probablemente... Selene se lleve muy bien con Umi —Piensa, un poco celosa.
En tanto… Los ojos lila de la princesa Umi observan con detención la negra mirada del hombre frente suyo, con una sonrisa en los labios. Las muchas arrugas en su rostro dicen que tiene sabiduría tanto como años encima, y sus labios gruesos y pómulos prominentes solo ayudan a reforzar la dura mirada que posee. —¿Eso es todo? ¿No quiere que Tsuki sea una guerrera? —Princesa… Yo no puedo dar certeza de ello, solo le cuento los hechos. Ir por ahí con rumores no es lo mío —La regaña, terminando de recoger unos papeles del estante recién abierto. —Entonces, si es así, solamente habría que asegurarle que ella no seguirá entrenando y podría volver. ¿Verdad? —…Princesa… —La mirada decidora del hombre la hace suspirar. —Sí, lo siento, usted no hace especulaciones. Gracias por el tiempo, me retiro —Informa con sonrisa picaresca antes de salir y correr por los pasillos. Una pequeña esperanza se prende en el corazón de Umi, y su mente comienza a maquinar distintas ideas cada una más realista que la otra. La despedida de la familia Laguna alta fue tal como se debe, las sonrisas perfectas, reverencias adecuadas y todos los protocolos correspondientes. Así fue como continuaron con su viaje bajo la mirada atenta de sus anfitrionas quienes, esperaron hasta que el escudo de la familia real se hubiese alejado para ingresar a la mansión, para, como bien dice la abuela, hablar sobre las expectativas de su futuro marido.
XVII La joven Tsuki se encuentra recostada en su cama observando el techo y pensando en su futuro, casarse no será una opción y claramente, odia la idea de pasar su vida con vestidos aparatosos y zapatos de tacón. Por la ventana apenas entra un poco de luz, cuando Alina llega, y enciende una lámpara antes de que se oscurezca todo el cuarto, comentando a la jovencita Esmeralda que pronto nevará. —Joven Alina, la duquesa no parece estar enferma ¿verdad? —No, tiene la misma energía de siempre. —Ya veo... Quiero pedirte consejo, ¿podrías sentarte cerca? Curiosa y tímida, Alina se sienta junto a Esmeralda, quien le expresa sus ocultos pensamientos de nostalgia y tristeza; lo mucho que extraña a sus amigos, sus deseos de ser una gran guerrera y lo
difícil que es para ella admitir que no es feliz viviendo con Agatha. Sin poder hacer demasiado su doncella, la envuelve en un fuerte abrazo en el cual le brinda cariño, apoyo incondicional y palabras de aliento. —Le apoyaré en lo que decida. Cuente con eso. —En verdad agradezco mucho sus buenas intenciones. Es tan amable… —Sonríe triste. Alina sale del cuarto para regresar con una bandeja y agua de frutas, tiempo que Tsuki usa para pensar en lo que desea y lo que debería hacer. Las palabras de Umi reprochando su fallida promesa le provoca un pesar horrible en la consciencia. —¿Crees que pueda liberarme? —Pregunta tras un suspiro, mirando la escuálida muñeca de madera. —Creo que eso dependerá de usted mi niña. Palacio Nevada —¿Por qué me miras así? ¿Acaso no tengo razón? —Pregunta con su estómago contraigo notando que la mirada de su madre parece de resignación y lástima. —Hija… Tu padre no alejará a Tsuki de su familia, y no puedes obligar a tu amiga para que renuncie a sus deseos. —Pero no es tan difícil. Si deja de entrenar y vuelve a palacio sería como antes, antes de que se fuera al edificio de guardias y la duquesa se quedaría tranquila, ¡es perfecto! —¿Perfecto para quién, Umi? ¿Para Tsuki o para ti? Estas palabras consiguieron que se le cerrará el estómago completamente, y la palabra realidad golpease su consciencia. Cuando está saliendo del salón a paso lento las campanas de la torre anuncian la llegada de sus visitas. Escoltados por dos guardias, la familia Laguna Alta llega al salón principal donde Kiara, Aníbal y sus hijos se encuentran sentados en grandes sillones de blancos tapices. La mirada del príncipe Alan se posa de inmediato en los rizados cabellos de la hija mayor de Cosme, quien, haciendo una reverencia saluda a los anfitriones, sin notar que su sonrisa inocente y finas facciones encandilan por completo al niño, como si viera una dulce hada, y la risilla de su hermana lo devuelve a tierra. No pasó mucho tiempo antes de que Guido se acercará a la princesa para comunicar que anteriormente estuvo con su amiga, consiguiendo con ello la rápida atención de Umi en su persona. —¿Ha dicho algo? ¿No ha enviado alguna noticia?
—No, lo lamento… Pero creí que le gustaría saber que se encuentra bien. —La mirada triste de Umi dejó en claro que aquello no bastaba— Le preguntamos si quería enviar alguna carta, pero ha dicho que escribir no es algo que se le dé —Comenta Selene, que se ha acercado a ellos. —Según ella, nada se le da… —Se queja Umi, curvando sus labios. —Está muy cómoda con su abuela, puede estar feliz, princesa. Luego de un té y la sobremesa que corresponde, Alan invita a los príncipes a recorrer los alrededores. Mientras ellos se alejan a caballo y los padres tienen una charla aún más larga en el salón de estar, bebiendo ligeros tragos como bajativos, Umi pasea desilusionada hasta llegar al lago ubicado al interior de los terrenos del palacio y se sienta melancólicamente, así como suele hacer con frecuencia, y, triste, coge una flor del pasto y la gira entre sus dedos pensativa. —Otra vez aquí, princesa. Han comenzado a volverse habitual sus visitas al lago —Lisa se sienta a su lado y sonríe con una mirada triste antes de agregar—. La hacía con su hermano y los príncipes. —El príncipe Guido y Selene dicen que Tsuki se está acostumbrando a vivir con la duquesa... —Qué alegría —Dice con ánimo, mas, cambia su semblante al notar la tristeza en el rostro de Umi—. No pareces feliz por ella. —Esperaba que hiciera algo para volver... pero se ha resignado. —Princesa... —Sorprendida, Lisa la mira a los ojos antes de fruncir el ceño—. No debiera ser tan egoísta. La duquesa sigue siendo abuela de Tsu. Es natural que sea incapaz de dejar a su abuela, necesita de sus cuidados. —Pero ni a verla venía —Reprocha taimada. —Ahora que la necesita y ha venido por ella, no debería molestarse con su amiga. Debe entenderla. —No logro entenderla. Es una dejada —Se queja cruzando los brazos—. Siempre dijo que no le importaba y ahora… —Me va a disculpar, Umi, pero creo que está siendo muy egoísta. Debes estar feliz por ella. Finalmente, está con su familia y si es feliz con eso, entonces debemos estar felices por ella — Regaña con voz firme, incorporándose en sus rodillas y enfrentándola imponente. —Claro que quiero que este feliz —Solloza Umi, bajando la vista avergonzada—. Pero no es justo que me la quiten de repente. —Princesa, cuando entenderás que las personas no son de tu propiedad... —Lisa posa su mano en los cabellos de Umi, con cariño y una sonrisa maternal.
—Probablemente, eso nunca pase... —Esa voz suave y sarcástica, las hace voltear sorprendidas, como si creyeran que van a ver a un fantasma—. Es totalmente caprichosa —Afirma. —¡Tsuki! —Exclaman al unísono. A sus espaldas, ella está de pie, con su cuerpo delgado cubierto por un abrigo de abultado pelaje; su cabello azul liso, bien firme en un peinado con flores blancas apenas toca sus hombros; y una cartera en mano, la misma con que se fue. Con una tímida sonrisa en sus labios los ojos de la pequeña brillan de alegría al tiempo que toma aire, emocionada. Finalmente está en casa. —¡Tsuki, Tsuki! —Exclama Umi, abalanzándose sobre el delgado cuerpo de su amiga. —Tsu, ¿ha venido de visita? —Pregunta Lisa, luego de abrazarla también. —He vuelto a mi hogar —Afirma tras negar con la cabeza. —¿De verdad? Umi le toma ambas manos con firmeza al preguntar. —Te lo prometí, que estaría siempre contigo —Sonríe con su verde mirar fijo en ella. Bajo la suave nevada que cae sobre la tierra del reino, Umi y Tsuki caminan de la mano hacia el palacio, siguiendo a Lisa; al mismo tiempo Hiko guarda carruaje y caballos en el establo y Doña Cindy ingresa al salón, con donde los reyes ríen con ganas para informar a Kiara quién le manda a preparar el dormitorio de la chica en palacio rápidamente. En la cocina, Lisa coge una bandeja con galletas que pone al horno antes de seguir a Umi y Tsuki por el pasillo hasta las escaleras. Umi habla de forma rápida de lo mucho que ha extrañado a Tsu y de los castigos que se ha ganado, así como de la llegada de Guido y cómo se dio cuenta de que estaba siendo totalmente egoísta. —Tsu… En serio, estoy feliz de que estés aquí, pero, ¿es lo que quieres? —¿Ahora quieres que me vaya? —¡No! —Exclama enfadada— ¡Claro que no! Me refería a que quiero que estés feliz y… Las carcajadas de su amiga la hacen callar repentinamente. —¿Por qué te ríes? No es gracioso. —U, tranquila. He vuelto porque quiero volver, me gusta ser Tsuki. —¿Ah? —Siempre has sido Tsuki… —Lisa la mira confundida y luego a Umi, que tampoco ha entendido. —Es una larga historia.
—Hablando de historias, ¿no va a decirnos cómo es que la duquesa le ha dejado volver? Estoy intrigada. —Es cierto, no te he dejado hablar. Cuéntanos, Tsu —Insiste Umi y comienzan a subir las escaleras. —No ha sido nada, solo le pedí volver a palacio y entrenarme, y le aseguré que iría a verla más seguido para que no viaje en ese estado anciano y con tan cansado cuerpo. —No mienta, Tsuki —Ríe Lisa. Las tres se ríen y comentan cosas sin sentido, poniéndose al día sobre los muchos acontecimientos ocurridos, incluyendo el presente compromiso entre Guido y la pequeña guerrera. Y en otro cuarto, la muñeca de madera sin cuerdas es dejada con cuidado sobre la almidonada cama que se encuentra en el que siempre ha sido el cuarto de Tsuki, uno que se ubica entre el cuarto de Umi y el de Alan, como si fuera una hija más del rey. Después de todo, es la hija única de su más querido amigo y primo.
XV “Tras haber tomado su difícil decisión, Tsuki posó dos pesadas maletas en la entrada del cuarto de la duquesa antes de respirar hondo y golpear. —Si no soy capaz de hacer esto, no seré nunca una gran guerrera… —Piensa para sí misma. Éster abrió la puerta, asustándola un poco con sus penetrantes ojos. —La... la... la duquesa... ¿está aquí? —Sí, niña, pasa —La voz de la mujer se escucha al interior. De pie sobre un piso, la mujer se encontraba vistiendo largas faldas sin terminar de zurcir. Con la mirada, la duquesa ordenó a Éster seguir con su faena, pero antes de que ella se volviera a poner de rodillas frente a la mujer Tsuki toma la palabra algo nerviosa. —Disculpe, pero… ¿puede retirarse un momento por favor? —Esmeralda, ¿no ves que está ocupada? Dime que quieres mientras ella trabaja. Este vestido debe estar terminado antes del siguiente ciclo. —Necesito hablar con usted a solas, Duquesa. Al verla tan seria, Agatha respetó su decisión y despidiendo a su doncella con la mano, bajó del piso e invitó a la niña a sentarse en los sillones junto a la chimenea del cuarto. —¿Qué es tan importante, Esmeralda? —Sus penetrantes ojos la atemorizan por completo. —Yo... volveré al palacio.
—¿Dices? —El temple de la duquesa se rompe por la sorpresa—. Niña, por los Sabios, esta es tu casa. No tienes idea de lo que hablas. Ve a arreglarte para bordar en unos minutos —Se quejó, poniéndose en pie. Claramente le molestó que lo afirme en lugar de pedirle permiso. —El carruaje está listo, me escoltarán Piero y Nelson y las maletas están en el pasillo. Sorprendida, la mujer se asomó y escandalizó de encontrar las mencionadas maletas, ordenando de inmediato que devuelva sus prendas a los cajones. —Lo siento, pero hice una promesa que no quiero romper —Con energía que no tiene, se puso en pie y alzó el mentón. —No. Prometí que te mantendría en el buen camino y eso haré, niña, así que desarma esas maletas antes de que tenga que castigarte. —Ya lo de-decidí. Me iré, aunque-aunque no esté de acuerdo… duquesa. Quiero ser una guerrera como su hijo y mi madre y lucharé junto a los príncipes si es necesario, y protegeré a Umi. Como mis padres querían. Porque fue por eso que me llamaron Tsuki —Dijo, logrando que la tez de la mujer palidezca—. Sí. Sé porque me han llamado Tsuki y que usted no estuvo de acuerdo. Sin embargo, ser guerrera es lo que me hace feliz y estoy segura de que mis padres querrían que entrene. La mirada penetrante de la Duquesa la observó con detención, revisándola de arriba a abajo, logrando que Tsuki se ponga nerviosa, pero sin conseguir que bajara la mirada ni retrocediera. —Está bien. Si lo que deseas es ser un esperpento, no podré evitarlo. Pero deberás comprometerte conmigo. —Sí, señora, lo que mande. —Si seguirás ese camino de bestias, tendrás que esforzarte por no desencantar al Rey Cosme. Tu compromiso con el príncipe Guido es importante para la familia. —Sí, lo sé… Acepto. —Bien. Dile a Éster que me ayude a cambiar de ropa y a Alina que prepare la merienda, te espero en la mesa. —Pero... —No pensarás que te irás sin merendar. El viaje es largo —Aseguró, dando la espalda a la chica mientras va a su ropero. Por un segundo pudo sentir la calidez del amor fraterno en su abuela, y, conmovida, salió del cuarto y suspiró cerrando la puerta. Algún día, probablemente, volverá a cuidar de su abuela, cuando ella este vieja y enferma, pero primero debe convertir en una gran guerrera, pensó.”