Las viejas calles de lima

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consideraron criminal”. La lápida fue efectivamente quitada, la misma que finalmente fue entregada para su custodia al museo Nacional. En el año 1790, el vecino D. Calixto Pozo construyó en una casa de su propiedad de esta calle un establecimiento para riña de gallos, reemplazando en esta actividad a D. Juan Garrial, Catalán que estableció el primer coliseo de gallos en la calle de Santa Catalina, en 1762, y que tuvo gran éxito. El subastador Pozo tomó el local de Garrial. Propuso después al Cabildo fabricar otro mejor y más espacioso en un solar de propiedad de la familia de su esposa Da. Antonia Pontejo. En 1804 celebró contrato con el Ayuntamiento por treinta años, prohibiéndose que se pudiese jugar públicamente gallos en lugar alguno cuya inmediación al nuevo coliseo fuese de menos de seis leguas. “Terminóse la obra y este circo es el que hoy se conserva en la calle que tomó la designación de Gallos”, dice Mendiburu. Gálvez afirma que la casa del antiguo solar de Carvajal fue después de propiedad de Da. Rosa Villegas, viuda de Bravo del Ribero, la que casó en segundas nupcias con D. Manuel Malo de Molina y Quintanilla. Esa casa fue, efectivamente, del marido de Da. Rosa, D. Juan Bravo del Ribero, de la familia de los Marqueses de Castell-Bravo del Ribero, cuñado de la Marquesa de Rocafuerte. Volviendo a Juan Gabriel y siguiendo la información de Mendiburu, por 1762, gobernando el Perú el Virrey Amat, propuso el emprendedor Catalán construir un coliseo para el juego de gallos, haciendo una fábrica a su costa y dejando la casa para beneficio del erario, pasados que fueran los dieciocho años del contrato, dando entre tantos 500 pesos anualmente para obras públicas y 500 para el Hospital de San Andrés, porque perteneciendo a éste el Teatro de Comedias, se creía que con el coliseo disminuyesen sus ingresos. Aceptada la propuesta, el asentista adquirió un espacioso sitio en la Plazuela de Santa Catalina. Fue un anfiteatro de figura circular, con asientos en nueve gradas para los espectadores y dos puertas para la entrada. Formáronse depósitos con separación para los gallos que los interesados llevasen, y en la parte alta del circo se hicieron treinta cuartos ó galerías. Se levantaron también viviendas interiores para los dependientes de la casa y un departamento para los gallos que ésta mantenía como reserva para la época en que escaseasen esos animales. El coliseo de esta calle de Gallos, la antigua del Mármol de Carvajal, desapareció por estar muy al centro de la ciudad. Posteriormente se construyó un local de ese género en la calle llamada de Sandia y luego otro en la de la Pampilla(antigua Pampilla de Leones). Los gallos han merecido, dice Gálvez, tres notables producciones literarias peruanas: la tradición de Palma titulada el Conde de la Topada; la poesía El Gallo, de Percy Gibson; y el cuento del Caballero Carmelo, de Abraham Valdelomar. 166.

Martinete (cuadra 6ª del jirón Amazonas)

Esta calle tomó su nombre porque en ella hubo un molino de pólvora de los llamados de martinete, cuyas ruedas eran impulsadas por las aguas de la acequia grande que por allí discurría. Ese molino, en tiempo del Virrey Abascal, se hallaba maltratado e imperfecto para su destino, por lo que fue trasladado a otro lugar de la población. Hacia promediar nuestra era republicana, en la misma calle del Martinete se construyó un nuevo

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