De arte y locura. La Boca de Quinquela.

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estas reuniones bulliciosas en las que se mezclaban unos cuantos desocupados cuya misión era tomar posesión temprana de los mejores lugares. El Tortoni tenía una clientela respetable que, al llegar, se encontraba con que las mejores mesas estaban ocupadas. Los habitués pasaban horas deliberando sobre poesía y pintura, pero consumiendo muy poco. Esto no beneficiaba al dueño del local y los parroquianos lo sabían, porque como dice Quinquela, explicando la razón por la cual debieron mudarse del Café La Cosechera al Tortoni: “Un modesto café por cada dos horas de charla resultaba evidentemente un negocio ruinoso para los accionistas de ‘La Cosechera’”. Pero la hospitalidad del Tortoni también tuvo un límite. Fue entonces que uno de los habitués más conspicuos tuvo la gran idea de sugerirle al dueño del 72


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