Dos Rombos

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–¿Ves a esos de allá?– Preguntó lascivamente la mujer. –Esos… Son caballos– Dijo Víctor. –Exacto.– –No pienso culiarme una yegua o un caballo.– –Lo vas a querer. Te lo aseguro.– Víctor se empezaba a arrepentir del camino que había emprendido. Sin embargo sus impulsos siempre fueron más grandes que él, incluso cuando estaban dormidos. Para entonces no lo dominaban, pero ahora, prácticamente que lo tenían vivo. Perdió el control casi absoluto de sus deseos. Cualquier cosa que se imaginaba sentía que debía hacerla. Y de repente la idea de fornicar con caballos no parecía tan descabellada. Lanzándose al potrero con determinación casi que diabólica, trató de atrapar a la bestia más desprevenida que encontrara en su camino. Y aunque en primera instancia se porto brioso el animal, dando brincos por doquier, luego se tranquilizó un poco… Mientras el caballo cedía quieto. 21


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