RománTica'S - 012

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—Porque no tengo que decirte nada. Es tu madre la persona que me contrató y con quien tengo que hablar de si renuncio o no a mi trabajo. Era una respuesta impertinente que Marco encajó bastante mal. Se acercó un poco más, sus rostros casi se tocaban. Los ojos de él despedían destellos de furia, los de ella, algo temerosos, se mantenían inmutables y distantes. —¿Por qué? Ella sabía perfectamente a qué se refería pero algo malvado había despertado en su interior al ver la actitud del hombre que la había cautivado desde su llegada. Él siempre se mostraba educado pero ahora, parecía estar a punto de perder el control. Una vena perversa la empujó a provocarle un poco más. —¿Por qué, qué? —¡Maldita sea Bella! ¡No juegues conmigo! —La agarró por los brazos y la dejó literalmente pegada a él. A pesar del desafío de sus ojos, la cercanía le permitió percibir el temblor de su cuerpo. Así que no era tan inmune como pretendía aparentar. Se alegraba, porque él estaba totalmente alterado y no quería ser el único. —¿Por qué quieres marcharte de repente? —Tengo que irme. Eso es todo. —La valentía empezaba a abandonarla. La presión de sus manos sobre los brazos, el calor que desprendía su cuerpo, esa mirada abrasadora que le pedía explicaciones, la ponían demasiado nerviosa y la dejaban indefensa ante esos sentimientos que siempre había ocultado. Miles de veces había soñado que la acariciaba o la besaba, que sus ojos la miraban con deseo, sin embargo solo habían sido sueños, jamás la había tocado de aquella manera ni habían estado tan cerca como en ese momento. Por fin pudo reaccionar. Con un movimiento brusco se deshizo de sus brazos y se alejó en dirección al castillo. Marco se dio cuenta en ese momento del cambio experimentado en el aspecto de Isabella. Se había soltado el pelo, que caía en una melena larga y ondulada y su inseparable traje había desaparecido para dejar paso a unas mallas negras ajustadas y un amplio jersey que le llegaba a media pierna. Vestía siempre de manera tan formal que le sorprendió verla con aquella ropa, que sin pretenderlo, resultaba provocativa. Se había mostrado tan reservada, por lo menos en su presencia, que no había llegado a percibir su verdadera personalidad. Y le gustaba. Mucho. Si ya le atraía su aspecto serio, el informal podría volverle loco. Parecía mucho más joven y vulnerable. Había perdido toda su rigidez. Pensándolo bien, la transformación quizá no se debía solo el cambio de imagen; era posible que la cercanía que habían compartido la hubiera perturbado tanto como a él. —Bella. Espera un momento. —Pidió temeroso de que desapareciera para siempre de su vida. Quería retenerla un poco más. ¿Había sonado la voz del gran hombre de negocios con tono suplicante? No podía ser. Marco no suplicaba. No obstante, se detuvo. Desde donde se encontraba podía ver el castillo. Había algunas luces encendidas pero el resto se mantenía sumergido entre las sombras. Era un edificio no muy grande, pero, aún así, impresionaba y a aquellas horas, mucho más. Los torreones se recortaban, oscuros contra el cielo confiriéndole un halo misterioso. Oyó que él se acercaba a su espalda y volvió a sentir un pequeño estremecimiento. Estaba al límite de sus fuerzas y ya no sabía cuánto tiempo más podría seguir fingiendo. —No te marches —Le oyó decir. No se atrevía a pensar, siquiera, en la causa de esa petición. A pesar de que siempre habían mantenido una relación cordial, no podía considerarse que fueran amigos. ¡Si hasta esa misma tarde le había hablado de usted! Se habían dicho más cosas en unas horas que en cinco años. Respiró hondo y se giró hacia él. Ahora era su turno de preguntar. —¿Por qué? Él tenía un miedo atroz a enfrentarse a esa pregunta porque, en realidad, hacía mucho tiempo que conocía la respuesta. Otra cosa muy diferente era que no quisiera reconocerla. —¿Por qué, que? —Respondió emulándola.

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