Por que le pasan cosas malas a la gente buena

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Continué en esta lucha insistiendo con las armas espirituales para poder resistir y enfrentar las dificultades de cada día, con la esperanza de poder lograr mi curación definitiva. Resulté nuevamente asistiendo donde el Padre Isaac a las Misas y la unción de los enfermos de los viernes y primeros domingos y seguí frecuentando el grupo de oración, con el fin de pedir intercesión y consejería por esta intención. Por otra parte, personalmente ofrecí visitas al Santísimo, ayunos y rosarios. Pese a que mi proceso iba madurando cada vez más, me quedaron rondando en la cabeza las palabras del Padre: “No le pidas a tu mamita de lo que no le dieron”. Lentamente, la vida de oración personal y la búsqueda de ayuda espiritual habían ido abonando el terreno para que esta frase del Padre calara en lo más profundo de mí y cumpliera su objetivo. Se esclarecieron esas sombras de depresión, dolor, soledad y vacío que me aplastaron por tanto tiempo. Fui sintiendo que de mis recuerdos se iba quitando el velo de egoísmo y sentimiento de víctima que no me dejaba encontrar la paz que Dios me quería dar y que comprendiera a mi madre. Por la gracia de Dios me las había jugado todas en fe con la firme intención de sacar de mi corazón el dolor que habían dejado los sufrimientos del pasado, especialmente los que se habían generado en la relación con mi madre. La verdad es que yo no quería continuar como otro más de los que por el traicionero orgullo nunca tienen la dicha de decir “mamá, nunca te lo había dicho, pero yo te amo” o “sabes una cosa, me siento orgulloso de ti”, “madre, ven que te quiero dar un abrazo y agradecerte todos los sacrificios que hiciste para que yo saliera adelante”. Como se pueden dar cuenta, tuve que hablar y sanar lo de mi mamá, porque aunque había sucedido hace muchísimos años, aún estaba ahí guardado. Por eso es mentira la máxima de que “el tiempo todo lo cura”. Esta situación casi siempre se da, así hoy en día uno conviva con la persona que le hizo daño y aparentemente se tenga una buena relación. Como fruto de mi experiencia, quiero advertirles a todos aquellos que experimentan resentimientos, rencores u odios contra alguno de sus familiares o allegados, que no esperen a que se encuentre en una cama ya a punto de morir o en el cementerio para buscarlo y reconciliarse. Recuerdo el día en que vino en busca de mi ayuda un familiar con un estado de depresión severa que lo tenía al borde del suicidio; le pregunté la causa que había desencadenado la crisis y, en especial, si se debía a alguna decepción sentimental, pues conocía la hipersensibilidad característica de las personas con fuertes inclinaciones homosexuales, que era su caso, y me respondió: –No, Iván, lo más duro es que no es nada que tenga que ver con eso. Este dolor y este cargo de conciencia me aparecen cada vez que me acuerdo del momento en que mamá estaba agonizando en la cama y no fui capaz de pedirle perdón por todo lo que la había hecho sufrir. Comencé a sentir paz en mi espíritu y una luz en mi mente. Por primera vez en toda mi vida estaba entendiendo las palabras que me repitió por años mi madre cada vez que yo le reclamé cariño, abrazos, atención, amor, en fin: –Pero, cómo lo voy a consentir o cómo le voy a dar cariño y amor si a mí tampoco me lo dieron. Mi papá nos crio con violencia y con frialdad. Me da vergüenza y dolor tener que contar esto, pero era tan fuerte el impacto que causaban sobre mí los rechazos o agresiones de mi madre que, por el disgusto, llegué a responderle con un insulto soez y vulgar: –Usted nunca nos da un beso ni un abrazo. La voz de Dios por medio del sacerdote se hizo viva para que yo aprendiera la


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