Carolyn Grey - El Circulo del Fenix

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gesto de invitación en su dirección. El muchacho no manifestó ninguna reacción. De hecho, era difícil saber siquiera si había escuchado a su jefe. Werner colocó sus cubiertos en la mesa y suspiró ruidosamente. ¡Dios, qué pesado era este muchacho! Si no se le vigilara, sería totalmente capaz de dejarse morir de hambre en un rincón. —Ven —insistió—. Tienes que comer. Al seguir sin obtener ninguna reacción, se encogió de hombros y en último extremo volvió a centrarse en su desayuno. El silencio reinó durante unos minutos, solo se escuchaba el ruido de los cubiertos. Luego Werner, que decididamente se sentía con humor magnánimo, llamó de nuevo a su joven cómplice: —No estás obligado a permanecer encerrado aquí de momento. Puedes ir a darte una vuelta por la ciudad si lo deseas. No, muy mala idea. El muchacho podía perderse y no volver a encontrar nunca el camino a casa. Así que Werner se echó atrás prestamente. —¡No, pensándolo bien, quédate aquí, será mejor! Conminación inútil, ya que el muchacho no se movió ni un centímetro y seguía mirando fijamente el paisaje con aire apático. Una vez terminada su comida, Werner apartó el plato vacío con un suspiro de satisfacción y se abandonó contra el respaldo de la silla cerrando los ojos. Con las manos cruzadas en la barriga, pronto pareció sumirse en un sueño feliz. Visión engañosa, sin embargo, ya que en realidad estaba reflexionando acerca del asunto que lo había traído a Escocia. En cuanto bajaron del tren en la estación de Edimburgo, a Cassandra Jamiston y a sus compañeros les habían seguido de nuevo los hombres del Círculo y sus más mínimos actos estaban ahora vigilados. Werner los dejaba que buscasen el Triángulo del Agua. En cuanto lo tuvieran, llegaría entonces la hora de intervenir para recuperarlo. No obstante, la estrategia adoptada lo dejaba perplejo. Muy pocos hombres habían sido enviados con él a Escocia, lo que significaba que el plan se basaba en gran parte sobre el asesino. Sabiendo que el muchacho tenía más o menos las mismas iniciativas que un recién nacido, no estaba seguro de que esta elección fuese la más juiciosa. Va, da igual... Werner volvió a abrir los ojos y sonrió. Aunque ya se le hubiera pasado la edad de correr por todas partes tras una quimera, esa estancia en Escocia prometía ser muy agradable. XI

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