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A Ernesto De Leonardo, el Caballero Templario, el amigo y el Maestro que me acompañó y me acompaña en este peregrinar, que es la vida
1 Marzo de 1910, Monforte, Lugo, Galicia
—¿Tienes todo listo, hijo? —Sí, madre. —Entonces, no te demores, cuanto antes mejor. Yo me ocuparé de tu padre. —Él es quien más me preocupa, madre. —Esto debe terminar, tú tienes una misión que cumplir. No se hable más y despídete de quien te dio la vida.
Miguel Ángel abrazó a Consuelo con firmeza al mismo tiempo que le besaba una mejilla. Era algo inusual que besara a su madre, pero la ocasión lo requería. No sabía cuándo podría volver a ver ese rostro tan querido y a la vez temido. Consuelo lo bendijo y lo acompañó hasta la puerta principal de la casa. Lo vio cruzar el puente y luego corrió escaleras arriba para poder seguir viendo desde las ventanas de su cuarto a su hijo mayor tan amado. Miguel Ángel llegó a la estación de tren y supo con certeza que a partir de ese momento nadie podría ayudarlo. A
pesar
de
sus
perfectamente
la
escasos
diecisiete
importancia
de
lo
años, que
comprendía debía
hacer.
Demasiadas personas habían perdido la vida y ahora él tenía que hacerse cargo de acabar con la maldición. Subió al tren y miró con furia a unos niños que jugaban al otro lado del andén.
2 El Teniente Coronel Don Manuel Ruiz-Gaibor Barrera sabía que en diez días regresaría a su casa. Esas batallas lo tenían harto. Al llegar a Monforte, hablaría con su hijo Miguel Ángel y dispondría todo para alistarlo y tenerlo a su lado. Luego alistaría a su hijo Álvaro. Ramoncito y Leopoldo serían uno cura y el otro abogado, como corresponde a una familia acorde con las buenas costumbres. Ramoncito estudiaría en la Universidad de Salamanca y ya había hablado con su tío Calixto para que alojara en Roma a Leopoldo. Consuelo, su esposa, estaba preparando una lista de posibles pretendientes para sus dos hijas, que él analizaría concienzudamente antes de dar un veredicto. Todo iba sobre ruedas o así él lo creía.