Revista vector 39 Marzo 2012

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Maravillas de la Ingeniería

de construir su radar después de observar la pena de una madre cuyo hijo había muerto en el choque de dos naves. Lo triste de esta historia es que, a pesar de la calidad del diseño y la funcionalidad del telemoviloscopio, y de que su única limitación importante —sólo ser capaz de detectar objetos metálicos— hubiera podido ser subsanada con un poco más de investigación, durante décadas nadie consideró la pertinencia de utilizarlo para lo que había sido creado: evitar colisiones en el mar. Y para mayor vergüenza de los constructores del Titanic, Huelsmeyer incluyó una descripción detallada de su sistema, en inglés, en su solicitud de patente a las autoridades estadounidenses, presentada en enero de 1906. El resultado de tamaña omisión estuvo a punto de ser observado cuatro días antes del naufragio cuando, debido a la incapacidad de los pilotos para determinar distancias con precisión, el trasatlántico se salvó de golpear a su gemelo, el Olympic, por apenas un metro y centímetros. Ése fue el agorero principio del viaje inaugural del Titanic. Cuatro días más tarde, a las 11:40 pm, el barco se encontró navegando en línea recta hacia un objeto cuya presencia nada, excepto un radar, hubiera podido detectar a tiempo a esa hora de la noche. Pocos minutos después del choque que laceró su costado, los pasajeros y la tripulación descubrieron que cualquier esperanza dependía de tres cosas: las luces de emergencia, el telégrafo inalámbrico y los botes salvavidas. El hecho de que en los botes había sitio únicamente para una tercera parte de las personas a bordo significaba que, en automático, casi 1,500 personas sólo podrían esperar sobrevivir si alguien acudía al rescate. Sin embargo, la verdadera situación fue todavía peor: como nadie estaba seguro de la capacidad real de los dichosos botes, por precaución, la mayoría de ellos se lanzó al agua ocupados sólo a la mitad de su capacidad. Las señales de auxilio, luminosas y telegráficas, tampoco fueron de gran ayuda, debido sobre todo a la ausencia de protocolos claros y compartidos de seguridad: los tripulantes de algunos barcos declararon haber visto las luces blancas, pero no supieron interpretarlas —en un caso se pensó que se trataba de una gran fiesta a bordo del Titanic—, mientras que en otras naves los encargados del telégrafo se habían ido a dormir, ya que no se le consideraba un servicio prioritario.

Señales de advertencia En cuanto a ingeniería y seguridad, la construcción del Titanic y su catástrofe heredaron tanto como lo hizo el Great Eastern en su momento. Incluso podría afirmarse que hasta la industria del entretenimiento tiene una gran deuda con él. Sin embargo, hoy que casi cada década ve la construcción del siguiente barco más grande del mundo, y que los cruceros estratosféricos recreativos ya no se consideran pura ciencia ficción, tal vez la lección más valiosa de aquella soberbia empresa es que nunca hay que olvidar que cada avance tecnológico significa un paso hacia lo desconocido. Por eso, quien quiera lanzarse a navegar en nuevas aguas debe asegurarse de tener los ojos bien abiertos, para contemplar maravillas inimaginables, pero también para avistar a tiempo los obstáculos inesperados.

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