Revista Un Caño - Número 52 - Octubre 2012

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había excluído para el próximo partido, que lo pusiera igual. El Flaco no lo hizo y nos explicó sus motivos. Y allí todos aprendimos que los que estaban en el banco también tenían el mismo derecho. Y era nada menos que Comitas, quien por aquellos días era el ancho de espadas en el equipo. Me da la sensación de que en estos tiempos hay dos puntos que cambian radicalmente la ecuación. Primero, que los entrenadores que hay en la actualidad, salvo algunas pocas excepciones, como Pellegrini, Bielsa, Bianchi y algún otro, no tienen suficiente espalda para aguantar demasiado los contratiempos. Es como que los jugadores saben hasta dónde pueden ir, como siempre pasó, pero ahora, creo, el terreno que pueden abarcar se superpone con la función del entrenador. Es como que los entrenadores llegan a dirigir clubes importantes sin tantos diplomas y tienen que ceder parte de su poder como si fuera parte del costo a pagar. En segundo término está lo referido anteriormente: todo es mediático, todo se habla con la prensa. Y lo que es todavía peor: se lo deja trascender, se lo cuentan a los periodistas en las sombras. Esto es lo que coloca el manto de duda sobre si la idea prioritaria es mejorar o si en realidad se busca una excusa con la gente porque los resultados no se dan y se intenta apuntar los cañones hacia otro lado. En el fútbol, lo primero que se aprende, por lo menos

en los años que me tocó jugar, es que el vestuario es de los jugadores y del cuerpo técnico. Lo que se dice ahí, queda adentro. Pero en estos últimos años, cada vez más asiduamente, las discusiones, las peleas, lo que dijo o lo que no dijo están en boca de todos casi en forma automática. Todo se sabe, hasta el más mínimo detalle. Está más que claro que esto no es culpa de los periodistas, que sólo hacen su trabajo, mejor o peor. El problema está en el seno de cada plantel, en cada grupo. Por ejemplo, si un jugador habla o arenga a sus compañeros delante de las cámaras de televisión, pierde espontaneidad en el mensaje. Al igual que si un técnico da indicaciones o reta a determinado jugador cuando lo están enfocando. Todo se mediatiza y, de esta manera, el receptor del mensaje original no lo vive con transparencia. Y así la duda queda flotando siempre. En definitiva, más allá de esa mediatización constante que existe hoy en el fútbol, que va en aumento, los pedidos de los jugadores quedarán a consideración de cada entrenador. Ellos sabrán si se estaban equivocando. Y si efectivamente esto ocurre, será un doble problema, porque al error habrá que sumarle que se enteró todo el mundo de que la estaba pifiando. Lo único que está claro es que cada día se hace más difícil mantener cerradas las puertas de los vestuarios.

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