Revista Un Caño - Número 37 - Junio 2011

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Teo, Teo, ¿qué ves?

¿Será Teófilo Gutiérrez un caso como los de los uruguayos Juan Ramón Carrasco o Rubén Paz? Mientras suenan los elogios semanales para el delantero colombiano de Racing, los hinchas se ilusionan con la dupla Teo-Gio. Una breve biografía del jugador mimado por racinguistas y reconocido por los demás. Por ARIEL SENOSIAIN

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n La Chinita, el acceso al deporte es más que un derecho: es una distracción. Significa el único momento, dice el colombiano Teófilo Gutiérrez, en el que “se suspende la violencia en la calle. Mientras se juega, no se pelea”. Los códigos de las pandillas dominan la zona. El goleador de Racing nació en aquel barrio de Barranquilla. “Varios conocidos murieron. Y algunos amigos, también. La bendita droga o la delincuencia. Tenían entre 12 y 15 años, la misma edad que yo. Estaba en juego el territorio. El barrio... Cosas increíbles, porque era la pelea de pobres contra pobres. Cuando arrancaba la balacera, nos metíamos en nuestra casa. No me avergüenza recordarlo, de ninguna manera. Fue mi vida. Y también fue mi impulso”. –¿Cómo lograste no entrar? –Me salvó mi familia. El fútbol me salvó económicamente. Pero si yo no entré a la violencia y a la droga fue por mis padres. Estuvieron siempre presentes. Me aconsejaban, me advertían lo que podría vivir. Cuando comencé a ver que caían algunas de mis compañías, entendí definitivamente que tenían razón. Cada tanto me vuelven las imágenes. El ruido de los tiros, el griterío. Habitualmente vuelvo a La Chinita. Ahí vive mi abuela todavía… A ella le dediqué el gol que le hice a Independiente. Se quedó y se va a quedar porque es su lugar, toda la vida vendió fri-

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tos en la puerta de su casa. Voy a visitarla con mis hijos, que tienen 6 y 3 años. La de 6 es curiosa, me pregunta, se sorprende con el lugar donde me crié. –¿Qué tenía de particular? –En un departamento chico vivíamos todos: mis padres, mis seis hermanos y yo. Nosotros siete en una habitación, y cada uno con sus horarios. Yo me iba a las tres de la mañana a cargar pescado con mi padre. Era época de tratar de acercar dinero. Yo le pedí a mi padre ayudarlo. En los buenos días, cobraba el equivalente a 60 pesos argentinos diarios. Eso era en los buenos, pero había de los otros. Volvía a mi casa y me preparaba para el entrenamiento de la tarde. Así hasta los 20 años, cuando otros ya están jugando en Primera. El clan Gutiérrez, cuando se junta en Buenos Aires, vive como tal en el departamento que el delantero alquila en Puerto Madero. Allí llegan sus padres y su suegro cuando vienen a visitarlo. Más su mujer y sus hijos, claro. También su hermano, Ronald (“se está entrenando en Racing; los dirigentes le dieron esa posibilidad. Ojalá pueda quedarse firmando contrato a me-

diados de año. Tiene 20 años y es creativo”). Cuando arranca el día, los Gutiérrez levantan los colchones y los acomodan junto a la pared. La costumbre pesa. –¿Siempre fuiste creyente? –Toda la vida. –¿Le preguntabas a Dios el porqué de tus carencias? –No me molestaban. No conocía otra vida. Pero fundamentalmente estaba seguro de que llegaría a triunfar. De que el fútbol me daría la oportunidad de salir a flote, comprarles una casa a mis padres y lograr lujos a los que en ese momento no podía ni aspirar. Independiente se llamaba su primer equipo. El del barrio, aquél donde jugó entrando en la adolescencia: “casi todos los chicos que jugábamos allí teníamos familias de bajos recursos. Nos reclutaban justamente para que pudiéramos tener un momento de esparcimiento”. Independiente, el de Avellaneda, pudo haber sido su destino a comienzos de año: “supe que Mohamed me había pedido. Para mí, era indistinto en ese momento adónde iba a jugar, sólo sabía que quería

“Aprendí que en el fútbol argentino se habla y se pega. Escuché varias veces ‘negro de mierda’”.


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