Revista Santiago 9

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El capitalismo tiene sus límites Para la autora de El género en disputa y Vida precaria, el coronavirus obliga a pensar en la desigualdad y la manera en que el mercado, a través de los seguros de salud privados, controla la atención médica y distingue, en la práctica, entre aquellos que son dignos y quienes pueden ser fácilmente abandonados a la enfermedad y la muerte. Como es obvio, la pregunta que plantea no se restringe a la realidad estadounidense: “¿Por qué seguimos oponiéndonos a tratar a todas las vidas como si fueran de igual valor?”. POR JUDITH BUTLER

E

l imperativo de aislar coincide con un nuevo reconocimiento de nuestra interdependencia global durante el nuevo tiempo y espacio de la pandemia. Por un lado, se nos pide secuestrarnos en unidades familiares, espacios de vivienda compartidos o domicilios individuales, privados de contacto social y relegados a esferas de relativo aislamiento; por el otro lado, nos enfrentamos a un virus que cruza rápidamente las fronteras, ajeno a la idea del territorio nacional. Pero no todos tienen un hogar o una “familia”, y un número creciente de la población en los Estados Unidos no tiene hogar o es transitorio. De manera que “el hogar” figura como un espacio de protección, pero eso difícilmente es cierto para muchas personas. En los Estados Unidos una estrategia nacional es formulada, rescindida y aparece en confusas formas públicas. Y la pregunta sobre quién vivirá y quién morirá le parece a nuestro presidente como un problema de costo-beneficio que los mercados decidirán. Bajo tales condiciones, ¿cómo planteamos la pregunta de qué consecuencias tendrá esta pandemia para pensar sobre la igualdad, la interdependencia global y nuestras obligaciones mutuas? Después de todo, el virus no discrimina.

Podríamos decir que nos trata igualitariamente, nos pone en igual riesgo de enfermar, perder a alguien cercano y vivir en un mundo de amenaza inminente. El virus opera dentro de un marco global, pero ¿qué pasa con el resto de nosotros? A medida que se mueve y ataca, el virus demuestra que la comunidad humana global es igualmente precaria. Al mismo tiempo, sin embargo, la incapacidad de algunos Estados o regiones para prepararse con anticipación (Estados Unidos es quizás el miembro más notorio de ese club), el refuerzo de las políticas públicas nacionales y el cierre de las fronteras (a menudo acompañado de xenofobia aterrada), y la llegada de empresarios ansiosos por capitalizar el sufrimiento global, todos dan testimonio de la rapidez con que la desigualdad radical, el nacionalismo y la explotación capitalista encuentran formas de reproducirse y fortalecerse dentro de las zonas pandémicas. Esto no debería ser una sorpresa. La política de atención médica en los Estados Unidos pone de relieve esto de una manera distinta. Un escenario que ya podemos imaginar es la producción y comercialización de una vacuna efectiva contra el covid-19. Claramente impaciente por obtener puntos políticos que aseguren su reelección, Trump trató de 23


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