PERIPLO VOL. XI. OCTUBRE 11. Geopoéticas.

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Lenguas vivas

Reiselust

Ganas de viajar

Es beschäftigte Herrn Allers, dass er nicht in Venedig war. Die gedankliche Gleichzeitigkeit der Orte bedrängte ihn und war ihm zugleich ein Vergnügen. Herrn Allers wollte die Annehmlichkeiten Venedigs – das Plantschen schmutzigen Wassers an ausgelaugten Mauern – mit denen Moskaus vereinigen. In Moskau würde er an den Dogen denken; Venedig müsste trotz des Lagunengeruches die Atmosphäre Tolstois haben. Er konnte sich jeden Ort der Welt vorstellen und befand sich in einer Art von ständiger Versenkbarkeit in ferne Länder. Einer seiner Träume war Ostafrika. Er dachte, dass dort, wenn die Sonne untergehe, der Tag länger bliebe, aber obwohl dieser Gedanke falsch war, meteorologisch und astronomisch einfach falsch, war er ihm bei genügend schlechtem Wetter ein Trost. Man riet ihm, nicht ständig an Bangkok zu denken, da dort Captain Cook nicht besonders glücklich gewesen sei, weil er sich, trotz seines enormen Wissens, Könnens, Geschickes und der ihm angeborenen ozeanischen Fähigkeiten nicht eigens dort aufgehalten, Bangkok höchstens einmal mit einem Gedanken gestreift habe. Es war so eine Sache mit Hernn Allers’ Gedanken an Orte, zum Beispiel an Katalonien. Natürlich meinte Allers Canterbury, wenn er an Katalonien dachte, was eine Nachbarstadt von Philiribury war, einer von ihm in der Absicht der Miteinbeziehung einer Gefährtin in seine Reisepläne erfundene Stadt. Katalonien war ihm dennoch einen Nachmittag wert; er dachte daran, dass dort die Goten einmal hingepilgert seien und ihre Schuhe ausgezogen hätten, um sich auszuruhen, dass es ihnen gefallen habe, bis heute dort zu bleiben. Aber wie stand es eigentlich, sagte er sich, mit Capri, der Insel des Tiberius? Er schlug einen Atlas auf. Für Herrn Allers waren Atlanten Fallgruben und offene Gräber von Gedanken an Reisen. Er fiel in jeden Atlas hinein und verfiel in imaginäre Reiseerinerungen, so zum Beispiel an eine einst geplante Reise nach Florenz, welche ihn zu den in seinen Gedanken berüchtigten Korridormorden verführten, zu Giftdelikten in Miethäusern Hamburgs und seiner Schwesterstadt Harburgs sowie Lauenburgs und Homburgs, der ferneren Schwesterstädte, als Papst verkleidet, mit einem Regenmantel getarnt und mittels eines vergifteten Schirms beging er sie. So lernte Allers die Tiefe seiner Mörderseele kennen. Er floh aus Hamburg. In Hannover bewarb

Le preocupaba al señor Allers no haber estado en Venecia. La simultaneidad mental de los espacios a la vez lo angustiaba y le parecía un placer. Las delicias de Venecia (el murmullo del agua sucia en los muros carcomidos) quería unificarlas con las de Moscú. Allí se acordaría de los dux, y Venecia habría de tener la atmósfera de Tolstoi a pesar del olor de las lagunas. El señor Allers podía imaginarse cualquier lugar del mundo, y se encontraba perpetuamente abstraído en lejanos países. Uno de sus sueños era África Oriental. Pensaba que allí el día dura más tiempo cuando el sol se pone y esta idea, aunque incorrecta, meteorológica y astronómicamente del todo incorrecta, lo consolaba en las largas temporadas de mal tiempo. Le aconsejaban no pensar constantemente en Bangkok teniendo en cuenta que al Capitán Cook no debía de hacerle demasiado feliz, dado que, a pesar de sus vastísimos conocimientos, capacidades, habilidades y de sus innatas cualidades oceánicas, nunca se había detenido especialmente allí; como mucho lo había rozado con un pensamiento. Era una cosa curiosa la del señor Allers y sus ideas sobre los lugares, por ejemplo sobre Cataluña. Por supuesto se refería a Canterbury cuando pensaba en Cataluña, que era una ciudad vecina de Philiribury, población inventada por él con el fin de atraer a alguna compañera de viaje hacia sus planes. Sin embargo, Cataluña le parecía digna de una tarde; reflexionaba que los godos habían peregrinado hasta allí una vez y se habían quitado los zapatos para descansar, que les había gustado y se habían quedado hasta hoy. Pero, ¿y qué había de Capri, la isla de Tiberio? Abrió un atlas. Para el señor Allers los atlas eran trampas y tumbas abiertas para los pensamientos de viajes. Se precipitaba dentro de ellos y se perdía en recuerdos de viajes imaginarios, como uno que planeó una vez a Florencia, en el que aprendió la fascinación de los asesinatos por los corredores, de tan mala fama en su mente, y la de los envenenamientos en casas de alquiler de Hamburgo y de su ciudad hermana Harburg, así como de Lauenburg y Homburg, las ciudades hermanas más lejanas; todo esto disfrazado de Papa, embozado en un impermeable y con un paraguas envenenado con el que cometió los crímenes. Así conoció Allers las profundidades de su alma de asesino. Huyó de Hamburgo. En Hannover pretendió hacerse con el puesto del médico de jardín de una casa señorial, un hombre que ponía PERIPLO • OCTUBRE 2011 • Vol. XI • 87 •


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