Revista Nana #17

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• Del cerebro inferior: desde el nacimiento se han creado fuertes vínculos de apego entre el niño y las figuras importantes de referencia, por lo general la mamá y el papá. Este apego es necesario pues, entre otras muchas cosas, garantiza al recién llegado la supervivencia, ya que asegura la provisión de todo aquello que necesita para desarrollarse. Sobre los dos años de vida, el niño comienza a desarrollar la propia identidad, el yo diferenciado del otro. Empieza a darse cuenta de que mamá y papá son personas distintas a él. Comienza una etapa de autoafirmación, y justamente, la afirmación del “yo” pasa por negar todo lo que los otros proponen. El niño no nos reta, sus negativas son la forma de afirmar su “yo” emergente. Lo que sucede es que cuenta con unas herramientas rudimentarias para enfrentarse a esta nueva situación, algunos todavía no han empezado ni a hablar, lo cual produce aún más frustración. Imaginemos que queremos comunicar nuestros deseos en un país donde no dominamos el idioma… lo que sucede es que no hay maduración suficiente de las estructuras cerebrales por lo que el niño estalla emocionalmente por todo. Los niños pequeños se guían por el

cerebro primario (tronco cerebral y sistema límbico, partes del cerebro encargadas de garantizar aspectos básicos como regular hambre, sueño, emociones…). A medida que crece lo hará también la corteza superior y con ella la capacidad para comprender las situaciones, hablar y calibrar las consecuencias de sus actos.

Crianza

sas y que su comportamiento no sirve para nada. No debemos ignorarlas sino explicar de manera clara que así no se hacen las cosas a la vez que le ofrecemos un modelo válido de cómo podrían hacerse. No hay que olvidar que aunque el niño pueda hacer la rabieta de forma consciente, quizá todavía no entienda las consecuencias que esa conducta pueda tener en el otro. Aún está en el proceso del autocontrol y de la gestión de sus emociones, por lo que debemos actuar firmes pero con cariño.

Una vez ha estallado, un niño tan pequeño es incapaz de parar hasta haber descargado toda la “tormenta emocional” que le desbordó. Todos hemos probado a darle lo que quería y sigue con la pataleta… el niño no puede parar. En este tipo de rabietas quien dirige la acción es la amígdala, una estructura cerebral que corta el acceso al cerebro superior en determinadas situaciones para poder tomar decisiones rápidas sin que medie la consciencia. Es la que hace actuar por impulso, sin pensar, cuando nos sentimos amenazados. Entonces ¿qué hacemos con las rabietas de los niños? Es imposible evitarlas y, de hecho, su aparición es necesaria y nos indica que el sistema nervioso está en proceso de maduración. Por ello, es importante que quien acompaña al niño las entienda para poder facilitar un proceso de suma importancia para la maduración del cerebro infantil. Lo primero que debemos tener claro es que son necesarias y mediante su adecuado acompañamiento estamos dando el modelo para que el niño aprenda a gestionar sus propias emociones.

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