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xisten aún más ejemplos de lo anterior como para colocar esta reinterpretación del cine mudo dentro de una corriente postmoderna de lo silente. Y sin duda su practicante más avezado es el canadiense Guy Maddin, que si bien no todas sus películas son mudas, utiliza el lenguaje fílmico de la era silente para subvertir nuestras ideas acerca del cine para contar historias de una manera innovadora y familiar a la vez, con la ausencia de diálogos que privilegian el diseño en los intertítulos, como en su adaptación de la conocida novela de Bram Stoker a una ópera muda Drácula Páginas del Diario de una Vírgen o su impresionante corto –homenaje por igual al Fin del Mundo de Abel Gance y al cine ruso de principios del siglo pasado– El Corazón del Mundo, que fácilmente podría ser confundido con algo realizado en los años 20. Este estilo tan singular de Maddin se deja sentir fuertemente en la deslumbrante película argentina de corte fantástico La Antena, en donde su director Esteban Sapir nos narra la historia de La Ciudad Sin Voz y sus habitantes que están a merced del tiránico Sr. TV, quien no contento con dominar los medios, les ha robado también a la gente la capacidad de hablar. La única manera de comunicarse es a través de textos que surgen de sus bocas, como si fueran globos de texto de un cómic. Sin embargo, el despótico gobernante planea robarles esa comunicación también por medio de la única persona con capacidad de hablar, una cantante conocida como “La Voz…” Si bien el lenguaje visual de esta película es reminiscente de Maddin, Sapir no sólo logra salir avante de la comparación,

sino que consigue hacer uno de los filmes –mudo o no– más singulares y únicos de lo que va de este siglo XXI. No obstante, es muy claro que para muchos realizadores esta incorporación de los tropos del lenguaje fílmico silente es lo idóneo para hacer homenaje a las películas de esa era. Y no es tampoco un fenómeno reciente. Ya en 1966 una película independiente y de bajo presupuesto realizada por Louis McMahon, El Capitán Celuloide vs. Los Piratas de Películas (Captain Celulloid vs. The Film Pirates), rendía un afectuoso y humorístico tributo a los seriales cinematográficos sin utilizar pizca de diálogo alguno. Diez años más tarde, Mel Brooks haría lo propio con su comedia La Última Locura de Mel Brooks (Silent Movie); por su parte, el cineasta japonés Kaizo Hayashi en su ópera prima de 1986, Dormir para Soñar (Yume Miruyoni Nemuritai), honra al cine silente japonés magistralmente, con largos momentos realmente desprovistos de música y sonido, dejando que el silencio lleve la voz cantante en la historia de un detective que intenta buscar a una hija perdida de una antigua estrella de cine mudo. Pero esta estética derivada de nuestra asimilación posmoderna del cine mudo no es la única manera de hacer una película inundada de silencio. Si bien el coreano Kim Ki-duk es un verdadero maestro a la hora de resolver narrativas con el menor número de diálogos posibles hasta llegar al completo silencio en Moebius, su más reciente filme– eso sí interrumpido por frecuentes

gritos–, la tenue frontera entre el cine experimental y el cine psicotrónico es donde más se encuentran las posibilidades del silencio cinematográfico. En Indefensa, Una Sinfonía de Sangre (Defenceless: A Blood Symphony), el australiano Mark Savage sigue el molde de dos clásicos filmes de explotación, El Día de la Mujer (I Spit On Your Grave) y La Última Casa a la Izquierda (The Last House on the Left), para crear una brutal y sanguinolenta historia de violación y venganza sui géneris; las palabras están demás en el surrealista filme belga de Thierry Zeno, Vase de Noces, en donde un hombre que sólo vive acompañado por animales de granja logra preñar a una cerda con su semilla; el silencio ensordecedor es el ruido de fondo en dos películas de temática post-apocalíptica muy similares: la española Animales Racionales de Eligio Herrero y la belga The Afterman de Rob Van Eyck; mientras que el filme de vampiros Deafula no sólo es la primera película realizada con el lenguaje americano de señas, también la primera en ser pensada para un público sordo y. por ende,

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la cinta carece por completo de sonido. Pero es el corto documental del cineasta experimental Stan Brakhage, El Arte De Ver con los propios Ojos (The Art of Seeing with One’s Own Eyes), el que se lleva el premio al silencio más incómodo en la historia del cine. Realizado en 1971, el corto de 35 minutos de duración muestra tres autopsias que nos enfrentan inexorablemente a nuestra propia mortalidad sin ningún dejo del sensacionalismo encontrado en videos similares. El opresivo silencio que acompaña las imágenes es difícil de soportar, dejando al desnudo el tremendo poder de las imágenes en movimiento carentes de sonido y que a su vez dejan enmudecido al público espectador. Ése es el verdadero silencio de los inocentes. M

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