Revista de viajes Magellan Nº13

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ace hoy ya muchos años, siglos y civilizaciones, en un rincón del Egeo de increíbles azules y gran movimiento volcánico, el poderoso dios Zeus, padre de dioses y hombres, y gobernante férreo del concurrido Olimpo, perseguía preso de la lujuria a la hija de titanes Asteria, en una de sus muchas escapadas amorosas. Asteria nada quería tener con el popular dios, ya que parecía haber aprendido de los errores de su hermana, Leto, que tras un romance fugaz con Zeus, huía ahora embarazada de la furia de Hera, primera dama y consorte oficial de Zeus en el Olimpo. Así las cosas, y viéndose acorralada, Asteria se arrojó al mar para convertirse en la isla de Ortigia, hoy conocida como Delos. Y allí, en ese privilegiado trocito del Egeo fue dónde su hermana Leto, a quién Hera había prohibido alumbrar en cualquiera de las islas, pudo por fin dar a luz (valga de antemano la redundancia) a sus mellizos, Apolo y Artemisa, dioses del sol y la luna, respectivamente. Quizá lo de ‘alumbrar’ nació justo también en ese preciso instante. Hoy, muchos dioses y romances amorosos después, esta minúscula isla perdida en el Egeo, a la que rodean en forma de círculo el resto de islas del archipiélago de las Cíclades –de ahí su nombre, que proviene de la palabra griega kiklos (círculo) – parece estar aún protegida por los caprichosos designios del bello dios Sol. Y, como entonces, son pocos los que pueden resistirse a sus encantos. Y entre estos me incluyo. Santorini

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