Liahona Julio 2001

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David, un futuro misionero Élder Darwin B. Christenson De los Setenta

“Cuando estos jóvenes tienen contacto con el Evangelio, desarrollan con bastante naturalidad un amor profundo por Jesucristo y por nuestros profetas”.

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ueridos hermanos y hermanas: una de las bendiciones del ser miembros de la Iglesia es el privilegio de sentir y compartir nuestro testimonio, el cual también puede expresarse por medio de las obras o del ejemplo. Al igual que otras personas, jamás en la vida podremos olvidar mi esposa y yo al jovencito que estaba de pie bajo las lluvias torrenciales que cayeron durante la ceremonia de la piedra angular del Templo de Recife, Brasil, que tuvo lugar el pasado mes de diciembre. Cuando el presidente Hinckley y el presidente Faust salieron del templo y quedaron a su vista, este chico de unos diez años de edad, al que llamaré David, se abrigó el cuerpo con los brazos, haciendo caso omiso

al viento y a la lluvia, con la camisa blanca y los pantalones completamente empapados, y permaneció erguido y firme como un soldadito; y reconoció formalmente que, en efecto, se encontraba en la presencia de los Profetas, Videntes y Reveladores del Señor. David representa a los numerosos jóvenes que componen el futuro de la Iglesia. Ha recibido una buena educación de sus amorosos padres, la cual ha sido reforzada con las enseñanzas de las maestras de la Primaria de honrar, amar y seguir a los profetas. Cuando estos jóvenes tienen contacto con el Evangelio, desarrollan con bastante naturalidad un amor profundo por Jesucristo y por nuestros profetas, como el de David. Como padres y maestros, tenemos la responsabilidad y la oportunidad de fomentar esos tiernos sentimientos de amor y respeto. Por medio de esta enseñanza concienzuda se motivará el crecimiento constante del testimonio a lo largo del tiempo hasta que finalmente esté fundado en la revelación personal. El ejemplo conmovedor de David, nuestro jovencito bajo la lluvia, nos demuestra que la familia es la organización básica y eterna de la Iglesia, de la cual él ha aprendido tanto. Con una orientación adecuada, él podrá obtener su testimonio personal de que Jesús es el Hijo del Dios viviente y que por medio de Su expiación, el Salvador cumplió a la L I A H O N A

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perfección Su promesa redentora; de que José Smith es el primer profeta de la restauración y de que Gordon B. Hinckley es nuestro amoroso profeta viviente. David crecerá con el conocimiento de que un día servirá una misión. Su padre hablará con frecuencia de las bendiciones que recibió en su propia misión. Él representa a los padres de Sión que son fieles poseedores del Sacerdocio. La madre de David inspirará la unidad dentro de la familia estableciendo tradiciones familiares significativas y duraderas. Ella representa a las madres que anhelan ver a sus hijos crecer y que son capaces de enjugar las lágrimas y hacer desaparecer los baches de la vida diaria así como hacen desaparecer las arrugas de las camisas y las faldas. A lo largo de las preciosas playas de Recife hay señales que indican que los bañistas pueden disfrutar del mar sin peligro si no salen de la zona comprendida entre las playas y el arrecife. Los que nadan o hacen “surfing” más allá del arrecife se exponen al ataque de los tiburones, que son una amenaza constante y que han causado un número significativo de muertes y heridas. Así como las señales de la playa, el Señor y Sus profetas proporcionan una guía inspirada para que nuestros hijos e hijas puedan escapar de los tiburones que siempre están presentes en la vida terrenal: la pornografía, las drogas y los pecados que pueden mermar o destruir el inherente sentido de divinidad del que el Señor desea que Sus hijos disfruten. Dios proporciona esta guía celestial por motivo de Su inagotable amor personal por cada uno de Sus hijos. La oración, las Escrituras y el ayuno están a disposición de todos los que deseen aprovecharlos. “La familia: Una proclamación para el mundo” (Liahona, octubre de 1998, pág. 24) es una valiosa herramienta y un documento inspirado que nos han proporcionado nuestros profetas. Aprendamos las lecciones que contiene una y otra vez. Entonces, como padres celosos, desearemos esforzarnos hasta el grado que sea


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