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tan pronto llegó a la jefatura del Estado, como un hombre con opiniones propias y que no iba a estar sujeto a los dictados de los intereses israelíes en el Líbano. Los que sospecharon de los servicios secretos sirios, lo hicieron bajo el argumento de que Bashir seguía siendo el hombre de Israel y que iba a terminar plegándose a los planes israelíes para el Líbano. Y que en cualquier caso los sirios preferían ver en la presidencia de la república a Amin Gemayel hombre al que habían considerado suyo, y que por tanto estaría en disposición de defender las posiciones sirias con relación al Líbano. Tras el asesinato de Gemayel el ejército israelí, da cobertura a los sectores más fanatizados de la Falange, que entran el 15 de septiembre en los campos de refugiados de Sabra y Chatila y realizan una matanza espeluznante de mujeres, niños, ancianos y jóvenes. Entre dos mil y tres mil personas, según cálculos de la Media Luna Roja, y ochocientos según el ejército de Israel, son asesinadas a sangre fría. A la mañana siguiente, en las calles de Sabra y Chatila, los cadáveres son colocados en fila por decenas. Centenares de mujeres fueron violadas. Familias enteras asesinadas. Descuartizamiento de cuerpos y torturas antes del asesinato. “De un lado al otro de una calle, doblados o arqueados, los pies empujando una pared y la cabeza apoyada en la otra, los cadáveres, negros e hinchados, que debía franquear eran todos palestinos y libaneses. Para mí, como para el resto de la población que quedaba, deambular por Chatila y Sabra se parecía al juego de la pídola. Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos. Su olor es sin duda familiar a los ancianos: a mí no me incomodaba. Pero cuántas moscas. Si levantaba el pañuelo o el periódico árabe puesto sobre una cabeza, las molestaba. Enfurecidas por mi gesto, venían en enjambre al dorso de mi mano y trataban de alimentarse allí. El primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la cabeza.

Historia contemporánea del Líbano

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